Desde Xàbia, en La Marina Alta (Alicante), Rubén Caballero sigue ejerciendo de one man band (escribe, graba, produce, mezcla y masteriza) de Floating In Space, proyecto personal de post rock paisajístico y cinemático que alcanza ya su cuarto larga duración en Deep Elm, el sello de Charlotte (Carolina del Norte) que se dio a conocer en el segundo tramo de los noventa como escudería emo. Del emo del bueno, del de verdad, y no del sucedáneo.
Al igual que otros compañeros de sello, como Inward Oceans, U147 y – en menor medida – Lights & Motion, sus canciones podrían perfectamente funcionar como viñetas extraídas de una banda sonora imaginaria. Estructuras in crescendo que arañan esa épica contenida y amable que tan consustancial es a marcas de distinto pelaje como Sigur Rós, Efterklang, Agnes Obel, Olafur Arnalds o Novo Amor, partícipes todos de una cierta sensibilidad común, y que en este álbum también puede remitir a los Mogwai graníticos en “The Greatest View” o al dinámico lirismo de los The Cure de "Wish" (1992) – ahora que están de aniversario y reedición de aquel disco – en una canción que se llama precisamente “1992”, gracias al desempeño de su guitarra y teclados.
El piano pone en pie “Words Never Said”, “Parallel Paths” o “Hope In Motion”, y tan solo hay un corte con protagonismo de las voces (al igual que en su anterior disco): “Space and Time”, con Emily McNally, Devin Renee y el propio Rubén. Se nota que ha trabajado en proyectos para marcas (menciona Apple, Netflix, Lexus y Toyota), porque si algo se le puede afear a un disco de tan esmerada factura es la reiteración en sus formas, la reincidencia en la explotación esteticista de una plantilla sonora que en su intento por reflejar la luz al final del túnel, se me antoja algo repetitivo pasado su ecuador.
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