Por las referencias que utiliza (el compositor y pianista Béla Bartók, el poeta chileno Vicente Huidobro, los minimalistas Philip Glass y Steve Reich…), uno se imagina a un pequeño Bryce viviendo una infancia culta entre galerías y exposiciones. Sumemos a esto su sólida educación musical y entenderemos la pasión de sus pupilas encendidas: “Hay un lado de la cultura clásica que disfruto mucho, esa capacidad de aventurarse que tenían compositores como Ligeti o Penderecki. No me interesa nada el crossover, hago esto porque me encanta trabajar con buenos músicos”, nos confiesa en la cafetería de un hotel madrileño.
“AHEYM” significa algo así como “vuelta al hogar” en yiddish, la lengua oral de los judíos de Europa del Este. La abuela de Bryce vivió una odisea en su emigración desde Polonia hasta Nueva York en los años 20, y el guitarrista, inspirado por sus diarios, decidió dedicarle el disco cuando falleció con 96 años. Un sentido de “tránsito, vuelo o viaje”, traspasa un trabajo de tono elegíaco que explora ricas herencias europeas de la cultura judeo-cristiana (“Tenebre”, donde canta Stevens, se inspira en un servicio religioso y la relación entre luz y música). Dessner acota su papel en The National: “Cuando compongo música para el grupo, hago un sketch rápido, y luego el edificio se construye entre todos. En este caso, levanto el edificio entero”. Pero en ningún caso cree que ambos mundos sean compartimentos estancos: “Me gusta llevar al mundo clásico la energía de The National porque creo que a menudo los compositores pierden la intensidad con la que empezaron, la necesidad de hacer música interesante ante todo. La inspiración se origina en el mismo lugar. Al piano, con la guitarra, en mi cabeza…Después, el proceso es completamente diferente”.
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