El baile de los canguros
Entrevistas / The Vines

El baile de los canguros

Don Disturbios — 05-12-2002
Fotografía — Archivo

Australia suele regalarnos bandas de lujo, quizás por esa ambivalencia que les lleva a absorber sin presiones ni complejos la música inglesa y americana. La nueva sensación de nuestras antípodas se llaman THE VINES y su primer largo “Highly Evolved” (Emi, 02) es un excelente ejemplo de esa doble tradición. Doce canciones redondas que, sin ofrecer nada nuevo, dan una lección de melodía y efectividad a partes iguales

A mediados de los sesenta en el Reino Unido, más concretamente en Londres, empieza a establecerse un circuito de salas en las que dar cabida a un buen puñado de grupos que empiezan a despuntar en el panorama británico. Bandas como The Beatles, The Rolling Stones, The Kinks, The Who, The Animals, The Pretty Things o los Yardbirds empiezan a dar sentido a una industria que, con el tiempo, se convertirá en una inagotable máquina de hacer dinero y que, durante su génesis, empieza a tejer los mecanismos que posibilitarán su consolidación. Unos engranajes que en la actualidad, tras casi cuatro décadas de funcionamiento, están tan sutilmente perfilados como engrasados y en los que coinciden diversos frentes e intereses, que aglutinan a los medios de comunicación, el mundo de la moda, las drogas, la fotografía, los clubes, el diseño y el cine, o lo que es lo mismo: a toda la economía de mercado en la que, hasta que nadie ofrezca una alternativa posible, nos hayamos inmersos. La jugada es tan evidente como repetida a lo largo de los años y, si seguimos el manual al dedillo, veremos que lo primero es darle al aficionado la sensación de que algo nuevo y excitante está a punto de estallar, por eso necesitamos que alguien ejerza de mecha. En esta ocasión, ese papel le corresponde a The Strokes, acaparando la atención de la prensa británica, pese a ser unos desconocidos en su ciudad.

“Supergrass es un grupo que ha tenido más influencia en nuestra música que muchos de lo que cita la prensa”

A ellos se les irán incorporando una serie de nombres reconocibles para todos como The Hives, mucho más rodaditos que los neoyorquinos, o unos The White Stripes, representantes del lado más arty de la vida. Tres bandas que se convierten en los apóstoles de un nuevo foco de atención que irá creciendo como una bola de nieve a lo largo de una colina y que más tarde se irá completando con bandas del Reino Unido captadas directamente de los locales de ensayo más cutres. Grupos como The Music, Hundred Reasons, The Libertines, The Coral, The Cooper Temple Clause o The Eighties Matchbox B-Line Disaster, apoyados por artistas foráneos como los también estadounidenses Black Rebel Motorcycle Club, Liars, Radio 4, The Rapture, Interpol o los neozelandeses The Datsuns o D4. Responsables todos ellos de un renacimiento que a los más viejos del lugar les huele a chamusquina, elevando el tono de sus protestas porque ya antes estaban Jon Spencer Blues Explosion, Rocket From The Crypt, The Delta 72, Zen Guerrilla, The (International) Noise Conspiracy, The Make Up e incluso The Mooney Suzuki y The Moldy Peaches. Pues bien, todo este proceso que ha facilitado la “vuelta” del rock´n´roll, no por conocido, tiene que ser un montaje diseñado en alguna lujosa oficina. La industria funciona más bien a bandazos invirtiendo su dinero y esfuerzos de un extremo a otro, en función de la cuenta de resultados. Por ese motivo, a los que nos gusta el rock de toda la vida, lejos de rasgarnos las vestiduras, deberíamos disfrutar sin más, de unos grupos que existirían de todas formas, interesaran o no a los medios. Si ahora lo hacen, pues bienvenido sea. Al fin y al cabo siempre es mucho mejor encontrarte a grupos de rock en las listas de éxitos que las babosadas prefabricadas más habituales. Bandas como The Vines que pese a tener la chispa necesaria en la redondez de temas como “Get Free”, “Outtataway”, “In The Jungle” o “Autumn Shade”, lo habrían tenido mucho más difícil para acaparar la atención necesaria y escapar de una Australia que, pese a proporcionar siempre grandes nombres a la escena internacional, queda muy lejos de los núcleos tradicionales.

“Parece que han pasado los años del pop y que la música vuelve a su forma más original”

Por eso la historia de estos chicos es de lo más sencilla. Formados a mediados de la década pasada como típica banda de instituto compuesta por coleguitas, tienen que pasar unos cuantos años para que una de sus maquetas aterrice en una independiente importante (XL Recordings) y, tras un Ep de tirada limitada, dar el salto a una multinacional, EMI, que no escatimará en medios para colocarles en lo más alto de la movida. Viaje a Los Angeles para grabar con todo lujo de medios (produce Rob Schnapf, que ha trabajado con Foo Fighters, Beck y Elliott Smith) y primer sacrificado en su carrera al estrellato. Su batería original, David Olliffe, no está a la altura de lo que se le exige y es substituido durante la grabación por Joey Waronker, (excelente batería que ha trabajado, entre otros, para Beck, R.E.M., Smashing Pumpkins y Elliott Smith). Más tarde y, tras el inevitable casting, fichan a Hamish Rosser (también australiano y miembro de una banda homenaje a los Kinks en Nevada) para completar una formación integrada desde sus inicios por el compositor, guitarrista y cantante Craig Nicholls y el bajista Patrick Matthews, aunque en directo también cuenten con Ryan Griffiths (amigo de Craig) como guitarra de apoyo. Lástima que este pase algo desapercibido con su acústica, utilizada tan sólo en las canciones más dulces y sosegadas. Unos temas, los de su primer disco, que son en buena medida responsables del fulgurante éxito de The Vines, gracias a la enorme capacidad que atesoran para combinar en un mismo álbum envolventes baladas con furiosos guitarrazos, sin perder nunca de vista la melodía. (Craig Nicholls) “Nuestra intención siempre ha sido la de hacer discos buenos y para ello debes tener una buena combinación de canciones, para que estas funcionen juntas y escuchadas del tirón queden bien. Los extremos a menudo se complementan y su combinación puede causar impacto. De hecho estoy bastante contento de cómo han funcionado las cosas...”. Cómo para no estarlo. De trabajar hace unos años en un McDonalds para sacarse unas perrillas, a bajar desaliñado, con el pelo revuelto, un ojo morado y los cordones de las zapatillas sin atar, de su habitación en el Hilton de Trafalgar Square y atender de esa guisa a los dos medios españoles que también hemos venido a verles en concierto. Así de paso atestiguamos de primera mano que lo que está sucediendo en el Reino Unido es muy real. Tan real como el batiburrillo de jóvenes de diecisiete años que han abarrotado durante tres noches seguidas el The Sheperds Bus Empire, volviéndose literalmente locos con la primera nota de “Highly Evolved”. Lluvia de cervezas, peña flotando sobre las cabezas de las primeras filas y un pogo constante de sudorosos cuerpos adornados con camisetas de Muse y Stereophonics, al ritmo frenético de clásicos riffs que han llevado a la prensa a frases tan poco ocurrentes como “combinan la melodía de los Beatles con la furia de Nirvana”... “Supergrass es un grupo que ha tenido mucha influencia en nuestra música. Más que la de muchos nombres que cita la prensa. Nirvana fueron un grupo extraordinario y está claro que son una influencia, pero también lo han sido, por ejemplo, Radiohead, porque nos gustan cosas muy diferentes. Sin embargo, aunque cojamos cosas distintas de cada uno de ellos, no queremos sonar como ninguna otra banda. Hemos tenido a gente comparándonos constantemente con tal o cual grupo y, aunque entiendo que se nos pueda comparar, pienso que tenemos muchas ideas propias que queremos probar y si la próxima vez tenemos más tiempo en el estudio se dirán cosas muy diferentes de nosotros”. Craig habla relajado, con el discurso de quien tiene la lección muy bien aprendida. No lleva mucho tiempo en la cresta de la ola, pero ya sabe capear con profesionalidad cualquier cuestionario. Al igual que tiene muy claro que, en un concierto, nadie puede quedar indiferente, así que su numerito final consistente en destrozar con furia el bac

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