Entrevistas históricas especial 200 - Blur
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Entrevistas históricas especial 200 - Blur

David Broc — 16-11-2012
Fotografía — Archivo

El otro buque insignia del Brit-pop no podía faltar a nuestra cita y máxime cuando su regreso a los escenarios está más cerca que nunca. El motivo de la entrevista fue “13” su séptimo álbum de estudio y que el propio Graham Coxon nos calificaba de extremo.

Entrevista publicada en Marzo de 1999

"The Great Escape"
les obligó a dar muchas explicaciones. Su problema no era el hecho de no haber sabido responder a las expectativas creadas por «Parklife», no; la realidad era más sencilla y directa: «The Great Escape» era un mal disco. Horrible, si se me permite. Un estropicio convertido, curiosamente, en superventas. El fenómeno brit-pop (y su consecuente entramado bélico con Oasis) también aportó su grano de arena, no lo olvidemos. A partir de ahí, todo han sido disculpas y justificaciones. Todo ello acompañado, y esto es lo más importante, por un replanteamiento musical (la actitud también ha necesitado maquillaje) que alcanza su punto culminante en «13», sexto álbum de la banda. (Damon) «Esta vez fue más divertido. Grabar discos acostumbra a ser algo satisfactorio, pero no muy divertido. Todo tiende a estar muy estructurado, y hay poco espacio para la improvisación. En este disco ha habido más improvisación: por ejemplo, «Tender» ha acabado siendo muy diferente a cómo era cuando entramos a grabar. Creo que ha sido un proceso menos estructurado. Sí, ha sido una manera distinta de trabajar». (Graham) «Yo he tocado menos pero mejor.» (Damon) «Sí, definitivamente yo me sentí menos presionado», apostilla el vocalista.

La primera piedra la puso «Blur», un inesperado e insatisfactorio cambio de rumbo estilístico que mostró a unos Blur cegados por el indie americano. El indie de ayer (Pavement, Pixies, Sonic Youth) y el indie de hoy (Tortoise, Beck). Si en los casos de Sebadoh o Guided By Voices el lo-fi había ejercido de coartada, en Blur lo hacía de vía, de medio de transporte. Albarn, Coxon, James y Rowntree esbozaban el inicio de una nueva era entregada a un sonido más casero, envolvente y rebuscado. Tan sólo «Bettlebum» y el inconmensurable hit «Song N. 2» (su apoyo al exitoso videojuego Fifa 98 también ayudó) recreaban el hábitat natural del grupo inglés: las listas de ventas. «13», por su parte, no sólo continúa la línea marcada por el álbum homónimo, sino que la extrema. De ahí que Stephen Street, su productor habitual, no fuera la persona más indicada para acentuar el cambio. William Orbit, hombre de grandes producciones techno-mainstream, fue el elegido para substituirle. Su producción se hace notar. (Graham) «Yo siempre trabajaría con un nuevo productor. Esta vez estaba muy ilusionado porque, sin tener ni idea de cómo funcionaría, me gustaba la idea de mezclar techno con música realmente heavy, que es lo que he estado escuchando estos meses. Algo así como death-metal sobre bases techno (risas). Me interesaba alguien con el background de William Orbit. Es obvio que a él le encanta el material fuerte y extremo, y yo sabía que él tenía una especie de perversión para crear música que yo no tengo. Trabajar con él fue muy diferente a hacerlo con Stephen. William sí estaba interesado en esa perversidad de la música, y eso es lo que estaba buscando: algo extremo».
¿Extremo? No, yo prefiero llamarlo extraño: «13» es un disco extraño. Con una media superior a los cinco minutos (cuatro o cinco de ellas superan los siete) de minutaje, las canciones del nuevo álbum de Blur no lo ponen fácil. Cuando parece que en alguna de ellas asalta esa melodía de tiempos pasados, una ráfaga de feedback violento se encarga de romper su estructura; cuando su mejor canción en años, el single «Tender», apunta a hit indiscutible, te das cuenta de que ese tema, el más negro (gospel, ni más ni menos) de Blur alcanza los ocho minutos de duración; cuando apuntas a un par de guiños country-folk como posibles escapes comerciales, te autoconvences de que los fans (búsquenle el sentido peyorativo) de la banda jamás entenderán «13». No, no lo entenderán porque en «13» ya no queda nada, absolutamente nada, de los Blur de «Parklife» y «The Great Escape» (no hablemos de los dos primeros álbumes porque esos los descubrieron después).
Ahora todo es improvisación. (Damon) «Fue una sorpresa porque William ha estado haciendo música disco desde hace diez años, pero él entendió perfectamente el lenguaje de las guitarras, y creamos esta especie de juegos sónicos, de sandwich sónico. Con William conseguimos ese espacio que habíamos estado buscando». Espacio y canciones, claro. (Damon) «Yo sentí que las canciones escritas no tenían nada que ver con todo lo que había escrito antes. Y eso les daba un sentido perfecto, porque me daban la sensación de estar asistiendo a un gran cambio, de poder borrar todo lo hecho y girar hacia algo completamente diferente. Cuanto más veo una cosa peor se vuelve. No en las actuaciones en vivo, pero sí en el proceso de grabación, porque tú vives o mueres por la espontaneidad del sonido». (Graham) «Básicamente, sí teníamos canciones pero casi todo fue producto de la improvisación. En cierto modo lo fue: podíamos hacer cualquier cosa. Pero no hay una sensación de pegote en el sonido: cuando es caótico es porque tiene que serlo... incluso los momentos de horrible sonido son esenciales. Creo que escuchar ese disco es una experiencia».
Lo que ocurre es que «13» parece una entidad homogénea donde esas mismas canciones llegan a desdoblarse entre ellas hasta el punto de confundir su identidad. Claro, el factor improvisación también puede decantar la balanza hacia la sorpresa, pero también hacia el del tedio. Los riesgos si no se asumen se convierten en hábitos. (Damon) «Siempre hemos creído que las canciones se hacen por sí mismas, seguirles el juego en aquello que quieren hacer. Suena un poco extraño, pero creo que debe ser así. No se deben forzar las cosas y dejar que las cosas se presenten tal y como son». Volvemos, pues, al mito de los discos difíciles.Y, para bien o para mal, «13» lo es. (Damon) «La gente sigue buscando discos difíciles. Todavía hoy, álbumes que ahora nos parecen comerciales, en su época fueron discos difíciles. Creo que sería muy aburrido si la gente no encontrara dificultad en los discos. Creemos que este ha sido un disco difícil de hacer, así que esperemos que sea un disco difícil de escuchar».

Improvisación, extremismo, ruido, caos, dolor... pero ¿estamos hablando de Blur?, se preguntará el sorprendido lector. «13» es todo eso, sí, pero sin exagerar. Porque toda la espontaneidad e improvisación de la que hablan, parece, desde una lectura más rigurosa, matemáticamente calculada. Su nuevo disco significa un cambio de imagen brusco, en efecto, pero también un cambio medido, que nunca pierde de vista su objetivo. Blur quieren ganar credibilidad (cuidado: únicamente desgastada en «The Great Escape», medio «Blur» y los infectos conciertos de los últimos años) sin perder identidad. Y eso es, cuando menos, encomiable. Y peligroso. «13» es un disco para los críticos, sentenciarán algunos. Mentira: nadie en este planeta hace discos para contentar a la prensa. En todo caso, cuando alguien ejecuta un trabajo con tendencia a contentar a los medios especializados, en verdad lo hace para quitarse de encima a los seguidores que estorban y, de paso, ganarse a otros nuevos. Éstos últimos, puestos a pedir, más selectos y selectivos. ¡Ah! y, sobre todo, menos histéricos.

LA CULTURA DEL BRIT-POPAZO

Pertenecer a la cultura del brit-pop y todo su engranaje siempre estuvo mal visto. Y Blur y Oasis lo sabían. Especialmente Blur. «Definitely Maybe», «Parklife» y el chapucero «The Great Escape», intencionadamente o no, da igual, sentaron las bases de una etiqueta con más trasfondo de exaltación patriótica que de celebración musical. En la superficie, un absurdo revival de The Beatles (Blur, Oasis, Lightning Seeds), The Rolling Stones (Ocean Colour Scene), The Smiths (Shed Seven, Gene o Marion) y Wire (Elastica, Menswear); detrás del telón, el empuje del orgullo casi nacionalista de una prensa y un público ansiosos por cantar las excelencias sonoras de su país. El grunge y el indie norteamericano habían cobrado demasiado protagonismo a inicios de los noventa. Con ello, Blur se convertían en la banda más inglesa. Y, ahora, Blur nos vienen con el cuento de no querer saber nada de todo aquello. Lo admitan o no, ellos y el brit-pop firmaron un matrimonio de conveniencia. Sin pistolas en la nuca, sin presiones corporativistas. Las ventas, las batallitas dialéc-ticas con Oasis, la masiva presencia mediática, las innumerables portadas y el fervor adolescente (funcio-nalmente femenino) formaban parte del contrato.
Por supuesto. Todos lo sabían. Vendieron el alma al diablo y ahora (lo de «Blur» fue un aviso) quieren recuperarla sin ofrecer peaje. Eliminados los vestigios del pasado (Stephen Street, los singles fáciles pero efectivos, la prepotencia), «13» nos presenta al mismo grupo con distinto maquillaje. La sensación que desprende el álbum es la de estar asistiendo a un giro social y no musical: la dificultad y la anticomercialidad parecen más pendientes del receptor y el propio mensajero que del mensaje. Otra apreciación es la que dice que estamos ante un disco que busca una transformación sin cerrar la puerta con llave, y eso es lo que da más miedo. Quieren ahuyentar a los fans para quedarse con los seguidores, pero sin perder de vista en ningún momento a los primeros. Si la cosa funciona, perfecto: Blur también saben hacer discos difíciles y las ventas han dejado de ser importantes, dirán. Si, por el contrario, «13» fracasa estrepitosamente, la regresión al pasado será inminente: el grupo se ha dado cuenta de que los fans son lo más importante, argumentarán. «13»: ¿cambio o disfraz?

Un comentario
  1. Malísimo reportaje. "The Great Escape", malo?? "The Universal", "Country House", "Best Days","Charmless Man","Yuko and Hiro" ,..etc. No tienes ni idea de música.

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