As Days Get Dark
Discos / Arab Strap

As Days Get Dark

9 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 09-03-2021
Empresa — Rock Action
Género — Rock

Los sueños y, sobre todo, las pesadillas que Aidan Moffat plasmó a lo largo de una década en Arab Strap (suyos son los textos, de Malcolm Middleton el sostén sonoro) siempre tuvieron mucho en común, aunque desde un prisma exento de cualquier glamourización –más bien todo lo contrario–, con el imaginario que discos como “Gentlemen” (1993) de Afghan Whigs asentaron como una rareza en la pleamar grunge al otro lado del charco: una narrativa primordialmente masculina y nocturna, de sexo y adicciones, jactanciosa y desafiante en su miserabilismo, sin demasiados pelos en la lengua. La fórmula del dúo escocés, en continuo movimiento, fue desde el esquelético slowcore con arreglos de cuerda de sus primeros tiempos, un goteo de sórdidos stripteases emocionales a cámara lenta, hasta los ágiles ritmos sintetizados de sus últimos álbumes, cada vez más asequibles (dentro de unos límites, claro) para el gran público, casi hasta bailables. Lo dejaron en 2005, tras seis discos sensacionales que en ningún momento bajaron el listón. Enfilaron luego distintos caminos, ya fuera como Lucky Pierre (en el caso de Moffat), como Human As Angry (por lo que respecta a Middleton) o simplemente a sus nombres, en ambos trayectos.

Volvieron a reunirse para una serie de conciertos (notable pase en el Primavera Sound de 2017), y eso dio lugar al consabido álbum de regreso, algo a lo que siempre se mostraron reacios. Pero no hay motivo para el mohín, porque este fabuloso “As Days Get Dark” ofrece exactamente lo que se puede esperar de un tándem que se aproxima a las cincuenta castañas sin querer dar gato por liebre: obviamente, el carrusel de sensaciones extremas que activaban hasta hace dieciséis años difícilmente se compadece con la vida de dos cuarentones de vida estable y prole que cuidar. A Moffat siempre le quedará la coartada de alegar que, a diferencia de lo que ocurría a finales de los noventa, ahora la mitad de sus letras son ficticias. Inspiradas en la realidad, pero no como protagonista, sino como mero observador de esos tarambanas que exprimen la noche y ahogan sus últimas penas en un kebab al filo del amanecer: la estupenda “Kebabylon” describe espléndidamente ese turbio hábitat.

Y si bien en 2005 no había ni redes sociales (sí, “Bluebird” va sobre twitter y los fregados dialécticos en que se mete el de Glasgow) ni un populismo de extrema derecha ya inmiscuido en las instituciones (“Fable Of The Urban Fox”, su primera canción política, traza paralelismo entre la amenaza que se cierne sobre los zorros y la de los migrantes), tampoco su receta en 2021 es la misma que hubiéramos esperado en –pongamos– 2007. Ni mucho menos. Conviven las bases sintetizadas con los arreglos de cuerda en dramático crescendo (la soberbia “The Turning Of Our Bones”, inspirada en un macabro ritual de Madagascar), cuadrículas de post rock misántropo (“Compersion, Pt.1”), arranques a ritmo de sinuosa cadencia cercana al hip hop (“I Was Once A Weak Man”) y conmovedoras letanías acústicas, como esa reflexión sobre el paso del tiempo que es “Sleeper” o la emotividad por fin desatada, aunque con la ironía como escudo, de una “Tears On Tour” que difícilmente podría haber salido de la misma pluma que en su momento firmó “Elephant Shoe” (99) porque era incapaz de pronunciar “I love you” sin descojonarse.

En esencia, que Malcolm Middleton sigue desplegando un arsenal de recursos desarmante, que Aidan Moffat muestra una prestación vocal y lírica igual de convincente pero aún más honda, y que Arab Strap, concluyendo, son ahora ese clarividente amigo con quien quedarías un domingo por la tarde cuando hace más de tres lustros te preguntabas si te serviría como algo más que un ingenioso compañero de farra. La vida les ha hecho más sabios, y quizá por eso han firmado un regreso así de mayúsculo.

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