Manel, el sueño catalán

En el fondo a todos nos encantan las historias en las que el éxito es el verdadero protagonista de la trama. Y es muy probable que la razón estribe en que, durante décadas, hemos sido aleccionados de forma inconsciente a través del cine y la televisión yanqui, con lo que todos hemos acabado asumiendo el “sueño americano” como algo al alcance de cualquier mano. Ese sueño falaz en el que con dedicación y esfuerzo cualquier cosa es posible, incluso pasar en tan solo unos años de tocar en un bar delante de un puñado de personas a hacerlo en un gran teatro con enorme panel luminoso en el exterior incluido. Sin embargo, viendo el primero de los tres conciertos de Manel programados en el Teatre Coliseum de Barcelona, parece que los primeros en no creerse todas estas paparruchas más propias de cualquier manual de autoayuda para desesperados, son los propios Manel. Solo así se explica uno que, tras aguantar el peso del éxito con su segundo disco e incluso ampliarlo, se sigan subiendo a un escenario con las mismas escasas, casi nulas, pretensiones artísticas que su música popular sugiere. Solamente así se explica que el apoyo de una sección de cuerda y viento, para enriquecer con arreglos sus bonitas pero simples melodías acabe convirtiéndose en algo tan circunstancial, casi anecdótico. Porque hablemos claro, el peso de la propuesta de Manel y también el secreto de su éxito descansa en gran medida en lo lírico, es decir, en la capacidad para construir historias que en algunos casos parecen haber sido escritas pensando en ti. Un imaginario muy poderoso por lo popular que resulta, y al que han sabido encontrarle un acomodo musical basado por igual en la canción mediterránea, el folk de los sesenta, sí, sí, el de Dylan y Paul Simon y una actitud a lo Jonathan Richman que tanto nos gusta a los críticos de esa falacia llamada indie.

Pues bien, con semejantes ingredientes, Manel han sabido tejer una aureola de éxito indiscutible al que solo se le puede discutir pequeños, aunque no nimios, detalles. Cosas como tener un inicio bastante tibio, producto de los nervios de torear en una plaza de las grandes o detalles como dejarnos con la sensación de que no acaban de sacarle todo el rendimiento posible a su capacidad para las armonías vocales. Un recurso que utilizan a medias, como si esa timidez intrínseca que acompaña a su propuesta les limitara para acabar de sacarle el máximo rendimiento a unas capacidades que están ahí, pero no acaban de explotar del todo. Y es precisamente por esa contención escénica que afecta a lo musical y que los mantiene cerca de propuestas similares a las de Herman Dune o Andrew Bird por lo que son tan apreciados en según qué sectores. Lo alucinante es que puedan convencer a un público más acostumbrado a los fuegos artificiales. Pero así de inexplicables suelen ser los fenómenos que trascienden y, la música de Manel más allá de los detalles, ha logrado trascender hasta situarse en un estado en el que todo o nada puede ser razonado. ¿O acaso no te has enterado todavía que hasta nuestra propia existencia se basa en la paradoja?