Tras su holgada victoria de hace dos veranos en la misma plaza, King Gizzard & The Lizard Wizard han vuelto con honores y por triplicado al Poble Espanyol de Barcelona. Tres noches seguidas con sets imprevisibles, como su propia discografía. Si hay un grupo para el que este tipo de jugadas cobra sentido más allá de motivaciones comerciales es éste. Los australianos demostraron una vez más que son una banda de bandas, una matrioshka de géneros dispares que insisten en estirar, trocear y recomponer como quien respira.
Asumimos que al tratarse de un concierto triple, cada una de sus tres noches poseería una narrativa propia. Fantaseamos con conciertos temáticos o centrados en un solo disco. Incluso con un hilo conductor entre actuaciones. Hipótesis plausibles que a la hora de entregar esta crónica de su primera noche suponían aún una incógnita. Pero con King Gizzard no vale hacer planes. A estas alturas ya deberíamos saberlo.
Recibidos con vítores y euforia en la pista, llena pero lejos del sold out que sí rozaron el sábado, el sexteto descartó la dosificación: en su primer asalto salieron a tomar el recinto y la ciudad entera. Su punta de lanza: una "Robot Stop" fibrosa, de bajo y bombo robustos, que dilató estructuras y tempos para fundirse con el prog rock lisérgico de "Big Fig Wasp", ambas de su ya lejano “Nonagon Infinity” (2016), y la contagiosa flauta de "Hot Water". La jam cósmica, la trituradora de estilos, ya estaba en marcha y avanzaba a pleno rendimiento.
Así nos condujeron a su reciente incursión en el southern rock, con una soleada “Rats in the Sky” y “Raw Feel”, brillante implosión de melodía que, a pesar de todo, nos dejó el bloque más descafeinado de la noche. Aunque después ya todo fue hacia arriba. Y es que en los contrastes asoma siempre la comparación, y ahí ganaron sus registros más contundentes. El desembarco en el escenario de una mesa repleta de cables y teclados, con la banda al completo a su alrededor como si adoraran un monolito pagano, marcó el bloque más bailable del set, con el pulso EBM de “Gilgamesh”, el groove de “All Is Known” o la psicodelia sabbathiana de “Billabong Valley” y sus armónicas flotantes.
El puente perfecto para un clímax en punta dominado por el thrash metal: misma intensidad, distintas armas; en este caso, una catarata de riffs cortantes como el acero. Con “Hell”, “Organ Farmer”, “The Great Chain of Being” y “Motor Spirit” pisaron el acelerador invocando tanto a Voivod como a Saint Vitus. Ni rastro ya de posibles dudas y de ligeras caídas de ritmo. Vencedores de nuevo y por KO. “See you tomorrow! Free Palestine!”, proclamaron antes de dar por concluido el primer round. En su próxima visita, que vengan tantas noches seguidas como quieran.
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