Entrevista con Jorge Martí de La Habitación Roja por su libro “Canción de amor definitiva”
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Entrevista con Jorge Martí de La Habitación Roja por su libro “Canción de amor definitiva”

Carlos Pérez de Ziriza — 14-03-2022
Empresa — Plaza & Janés
Fotografía — Miguel Ángel Calvo

Lo que comenzó siendo un documental sobre el desarraigo de vivir dos vidas paralelas muy distintas en dos países tan lejanos en todo como España y Noruega, ahora es un extraordinario libro de 438 páginas. Se llama “Canción de amor definitiva” (Plaza & Janés, 22), anda ya por su segunda edición en poco más de una semana, y en él Jorge Martí, cantante y compositor principal de La Habitación Roja, nos cuenta su vida. Toda su vida.

La de Jorge Martí es una historia de principios, tenacidad, amor, amistad y honestidad. Uno de los libros musicales más conmovedores escritos en este país en muchísimo tiempo. Como dice él mismo, y no puedo estar más de acuerdo con la definición, “una historia extraordinariamente normal”, que no tarda en generar una inquebrantable identificación con el lector. Hablo con Jorge en la terraza de una céntrica cafetería valenciana. Este es el resultado.

Me imaginaba que el libro sería honesto, pero no tanto. ¿Pensaste que podía haber gente aludida que se sintiera molesta?
Sí, claro, eso siempre lo piensas, pero si eso te condiciona estás perdido. Así que intenté abstraerme de qué dirán y centrarme en mis emociones y mis sentimientos más íntimos. Eso sí, hice un intenso trabajo de campo, contacté con la mayoría de las personas de las que hablo y a muchas les expliqué lo que iba a decir. A Marc [Greenwood, bajista] y a Jose [Marco, batería], por ejemplo, les expliqué que hablaría de salud mental, que es una cosa muy íntima de ellos, pero de la que siempre hemos hablado como grupo. Y sin problemas. De hecho me animaron a hacerlo porque creen que es importante visualizar estos problemas. También hablé con algunos colegas de toda la vida junto a los que viví ese proceso iniciático con la noche y las drogas cuando éramos adolescentes a finales de los ohenta. Mi amigo Paco me dijo: “pon lo que te dé la gana”. Mi experiencia ha sido que la gente es bastante tolerante, pero en última instancia lo que escribo es mi visión de las cosas. La mayoría de gente que he consultado, en cualquier caso, coincide con cómo recuerdo las cosas. De hecho muchos se asombran de que recuerde todo con tanto detalle.

“Vivir es aprender que no hay derrotas ni fracasos”

Con la gente del grupo lo entiendo, y de hecho creo que habla muy bien de ti el hecho de que reflejes cómo tus compañeros, los dos que mencionas pero también Pau (Roca), han sufrido lo suyo por seguir adelante con el grupo, contra todos tipo de obstáculos, y han estado a punto de mandarlo todo a la mierda en alguna ocasión, de forma que no parezca que el foco y las dificultades solo recaen sobre ti, por la situación que todos conocemos ya a través del documental y el libro. Que ellos también han tenido lo suyo, vaya.
Todo el mundo tiene lo suyo, así es. Dedicarse a lo que te gusta siempre es muy difícil. Y mantenerse ni te cuento. Creo que la vida es una lucha constante contra los elementos. Aunque también que somos un grupo afortunado. Nos ha ido bien, pero ha habido momentos complicados a todos los niveles. Creo que si en este libro cambias la profesión del músico por cualquier otra, la historia sigue funcionando. Cuesta salir adelante en casi todas las profesiones, incluso siendo bueno en lo que haces. En la música se ve, entre bambalinas, lo precario que es todo este negocio, pero es algo que pasa en muchas otras profesiones. Puedo no contar cosas, de hecho hay cosas que no he contado. Pero si te pones a escribir, has de ir a muerte con lo que cuentas. No puedo ir con medias tintas. No puedes estar pensando en lo que van a decir quienes salen reflejados: ni tu madre, ni tu tía, ni tu prima. Tienes que ser valiente y ser honesto si quieres llegar a la gente, que esta se sienta identificada con tu historia y que al leerte vea su vida reflejada en la tuya. Es en las contradicciones que todos tenemos, en el conflicto, en los contrastes, es donde salen las reflexiones más interesantes. En ocasiones me daba cuenta de que escribir de cosas que me habían parecido muy chulas no era tan excitante como haberlas vivido. Faltaba tensión narrativa. Algunos viajes, sobre todo road trips por medio mundo en los que el entorno era increíble y en los que pude comportarme como un auténtico viajero. Sin embargo, al contar esos viajes no surgía la chispa en el texto. Eran bonitos, pero no había nada especialmente relevante aparte de la felicidad que me aportaba rememorarlos. No transmitía ese algo más que mantiene la llama de la historia viva. Sin embargo, uno de los viajes a México, en el que nos engaña una promotora, ahí sí que hay ese factor que te conecta, que creo que hace desarrollar la empatía del lector y en el que uno se puede plantear cómo hubiera actuado en una situación como la que se está contando. Cuando hablo de tensión o conflicto no me refiero solo a lo negativo, también puede ser con cosas positivas. Contar cómo conocí a mi mujer o mi boda, por ejemplo.
El mío es un viaje desde la vulnerabilidad a la desilusión, en el que luego hay una catarsis cuando enfermo. No hay un triunfo, un descenso a los infiernos y una redención. Más bien una catarsis y una aceptación que me lleva a reconstruirme cuando enfermo: cambia el grupo, cambia el sello, cambian las prioridades y creo que también cambio yo. Mi mujer me sigue diciendo que debería tomarme la vida con más tranquilidad, pero sí hay un propósito en mí de no querer sufrir por las cosas que no están en mi mano, de no joder la vida a nadie y rodearme de la gente que me hace sentir bien. Y los cambios son por eso.

Comentas al principio del libro que te decepcionó el rencor que destila la autobiografía de Morrissey, y que no querías que tu propio libro fuera un ajuste de cuentas, pero al mismo tiempo revelas de forma explícita muchos de los desencuentros con la industria.
En toda relación siempre hay encuentros y desencuentros pero no creo que haya sido tan explícito. Los desencuentros con la industria es algo recurrente que han sufrido muchos artistas a lo largo de la historia. El primer contrato que firmamos en nuestra carrera fue el más desastroso de todos, pero ha habido de todo, bueno y malo, y así lo cuento. Supongo que se hizo lo que se pudo por todas las partes, pero a veces hay desencuentros, que a mí no me gustan cómo se han resuelto. Decepciones a nivel personal, no solo mías. Lejos de hablar desde el rencor, me parecía interesante contar cómo me he sentido. Eso es algo sagrado, mío. Me he sentido bien en unos momentos, y triste y decepcionado en otros. Luego he escuchado montones de historias de otros artistas que han acabado rotos y han tirado la toalla. Nosotros hemos vivido cosas increíblemente bonitas en el mundo de la música, pero también hemos tenido desengaños desde el principio de nuestra carrera, eso es, por desgracia, algo inherente al hecho de meterte en el mundo de la música, porque nos deslumbra todo esto y no nos preocupamos de una serie de cosas que son muy importantes y que hay que atender aunque sean farragosas y aburridas, cosas que son muy importantes para hacer los proyectos viables y sostenibles.
La vida no es una cuenta de Instagram en la que pones un filtro y todo se arregla. Es más, a veces solo tienes para disparar una única foto. Una sola oportunidad. No sé si has leído el libro “La muerte del artista”, de William Deresiewicz (Capitán Swing, 21). Explica que el arte es trabajo, y que el hecho de que alguien lo haga porque le gusta no hace que deje de ser un trabajo. Y a los músicos nos pasa que a veces nos sentimos mal porque nos pagan por hacer lo que nos gusta, y hemos de ser conscientes de que los creadores hacen un trabajo que supone tiempo y dinero. Yo reivindico el papel de las discográficas, los managers y los promotores, pero no nos olvidemos de que aquí, sin músicos y sin canciones, no hay nada. Y quienes han marcado nuestras vidas son los músicos y sus discos. Y hay que respetarlos. La energía de unos chavales cogiendo una furgoneta y recorriéndose el país con unos bocatas es algo que está movido por una energía y un amor increíbles por la música, y parece que no haya nadie que esto lo explique o lo defienda. Que las otras partes con las que trabajas no vean que somos todos una familia, que esto es un toma y daca, un dar y tomar, puede ser descorazonador. Yo a veces he tenido la sensación de que no se nos tenía en cuenta siendo como somos la parte más importante de la cadena, pero no deja de ser una sensación subjetiva. En cualquier caso, no he querido escribir desde el rencor. Aunque sí es verdad que a mí siempre me ha gustado ir de cara, obrar conforme a mis convicciones, y a veces no me he encontrado enfrente lo mismo. Eso lo explico en el libro. Ese rollo de ir a tumba abierta y ver que otra gente se guarda para sí muchas cosas, que no te lo cuenta todo, que no es honesta, o no del todo.

"A fuerza de vivir, he aprendido que la realidad siempre supera a la ficción y está siempre trufada de casualidades"

Me ha gustado cómo describes el flechazo con Ingrid, tu mujer, cuando os conocéis en Molde (Noruega). Es como muy de película.
Es que fue de película. Me gusta ilustrarlo con “Something Changed”, la canción de Pulp, porque es como un cúmulo de situaciones que no deberían haber ocurrido en un principio. Yo de pequeño quería estudiar medicina, y tuve que hacer enfermería. Me iba a ir a Leeds de Erasmus, y luego fui a Noruega de milagro, porque lo de Leeds no salió en el último momento. Y llego de repente allí, a Molde, casi en el fin del mundo, donde ni siquiera ya Ingrid vivía pero estaba de paso visitando a sus padres ese fin de semana, y nos encontramos. Incluso en esa misma noche hay varios giros que hacen que al final coincidamos los dos en el mismo sitio. La conozco, a las dos horas le digo que la quiero, y veintiséis años después sigue estando ahí. Podría no haber pasado, o haber sido flor de un día, pero es la historia más potente de mi vida. Es como ese amor del que has leído en libros o visto en películas. A fuerza de vivir, he aprendido que la realidad siempre supera a la ficción y está siempre trufada de casualidades. No creo en el destino, pero sí creo que la vida son casualidades. Y has de estar en la pomada, moviéndote, para que te toque esa lotería. Ella es la gran casualidad de mi vida.

Al principio del libro me acordé de un meme que circulaba hace unos años por Internet, en el que había una canción de The Smiths que era perfectamente aplicable a cualquier situación en la vida. Debe ser el grupo que más mencionas en el libro.
Sí, la verdad es que me di cuenta al hacer la playlist, en la que todas las canciones que hay tienen un sentido, que hay muchas de The Smiths. Siempre vuelvo a ellos. Hay un momento en mi vida, que es la adolescencia, que es cuando los descubro, que te marca. Y el poder evocador de esas canciones, la forma en la que te consuelan y te abrazan, es tan eterno y tan bestia que aún me transportan en el tiempo. Ya no solo a nivel mental, sino a nivel de los sentidos.

¿No te da miedo que se te desgasten por el uso? A mí me ocurre, quizá porque también me marcaron en la misma fase de mi vida.
No se desgastan, tío, no. Y esa es una virtud que solo tienen algunas obras, y estas la tenían. No la tienen la mayoría de grupos. Decía Ryan Adams que cuando se sentía bloqueado creativamente, se ponía “The Queen Is Dead” (86) y todo volvía a fluir. Me sentí identificado con eso. Creo que ni ellos eran conscientes de la repercusión que iban a tener en tan poco tiempo. Sus letras encierran todas las claves, todas las incógnitas, las esperanzas, las angustias y las decepciones de un adolescente. Tengo dos hijas en esa edad y cuando escucho esas canciones las veo a ellas en muchos aspectos.

"Durante toda mi vida he tratado de normalizar lo extraordinario y hacer extraordinario lo normal"

También cuentas muchas de tus experiencias sexuales, incluidos algunos gatillazos que todos hemos tenido siendo muy jóvenes, pero que tú explicas con detalle.
Bueno, creo que es algo que puede pasar, o que pasa sobre todo a gente con un plus de sensibilidad o de rumiarlo todo mucho, y lo cuento porque no quería escribir desde la autocomplacencia, sino desde la incomodidad. Escribir sobre sexo es algo que nunca había hecho, y quería hacerlo como yo lo había vivido. Y enseñar la vulnerabilidad de un adolescente que nada ha aprendido sobre sexualidad porque no existía la educación sexual. No la había. Me pareció una forma bastante gráfica de hablar de nuestra carencias a esos niveles, de la masculinidad mal entendida, de la angustia adolescente, de la culpa, de las inseguridades en esa etapa tan decisiva de la vida. Mi mujer se moría de la risa con esa historia, porque es realmente hilarante en algunos momentos. A mediados de los ochenta yo era un chaval que todavía iba a confesarse y el cura me preguntaba si había cometido actos impuros, si me había masturbado. ¿Cómo de violento es eso? Eso sí que era incómodo y daba pudor. Era realmente violento. Escribir de ello me ha parecido liberador y curiosamente mucha gente me está diciendo que ha vivido cosas parecidas.

Lo entiendo, yo también me confesaba en el colegio, y la primera vez que me preguntaron eso, dejé de hacerlo. De confesarme.
¿Ves? Pues para mí era importante hablar de este tipo de cosas. Yo veo a mis hijas en un periodo muy crítico, van a cumplir quince y dieciséis, y es un periodo muy complicado, se están sentando las bases de su futuro, y se pueden ir de madre las cosas si no estás encima. Luego pienso en lo libres que éramos nosotros, en que no teníamos a nadie encima que nos explicara esas cosas, porque con nuestros padres ni hablábamos de todo eso. Podías contar con tus padres si les necesitabas, como me ocurrió a mí. Y fue bonito. Si les pedías socorro, estaban ahí. Pero tenías que llamarles, no nacía de ellos. Yo tuve una infancia bastante feliz. Con algo de tendencia a la melancolía, con mi mundo propio, muy soñador, pero cuando echo la vista atrás, a la adolescencia, recuerdo lo del sexo como algo traumático, aunque a lo mejor eso me hizo ser de otra manera. Y escribir sobre eso me daba una vergüenza tremenda, pero me lo autoimpuse. Hubo libros que me influenciaron para atreverme a dar el paso y contar mi historia. Me vi reflejado en los de Karl Ove Knausgård, los de “Mi lucha” (Anagrama, 2009-2011), que son nada menos que seis libros de autobiografía… Se los leyó mi mujer y me dijo: “esto es muy tú”.
Creo que mi historia puede ser extraordinaria y normal al mismo tiempo. Extraordinaria por lo de vivir entre los dos países y todo los que os ha pasado desde que Ingrid enfermó, pero por otro lado normal, porque habla de un chaval común. Una historia extraordinariamente normal. Durante toda mi vida he tratado de normalizar lo extraordinario y hacer extraordinario lo normal. ¿Por qué no voy a abordar honestamente todos estos temas? Voy a cumplir cincuenta años, tío. No es que esté de vuelta de todo, ni mucho menos. Pero después de todo lo que he pasado, las dos embolias pulmonares, las cosas que he visto en el trabajo… esto me parecía hasta una historia muy humana y tierna. Y era importante que el libro destilara esa ternura, que es algo que en este mundo desechamos. Todo a nuestro alrededor es demasiado brutal. Además, seguro que es algo que le ha pasado a mucha gente. Cuando leía a Karl Ove Knausgård, a él también le pasaba algo así, y vive una época muy atormentada. Para mí también fue ese mi tormento adolescente. Y me marcó. Quizá las cosas hubieran sido distintas sin eso, y hubiera sido un tío con más confianza. No lo sé. Me han pasado también una serie de cosas bonitas a raíz de eso.

Es curioso, porque en otro plano, el musical, el de hacer canciones, yo siempre he tenido la sensación contraria, que siempre has sido (habéis sido, por extensión) un tipo con mucha confianza en ti mismo.
Sí, siempre he sido muy tenaz. Si hubiera tenido esa tenacidad para el fútbol, probablemente hubiera sido futbolista. Pero no tenía la confianza en mis posibilidades que sí tenía en la música. Pero bueno, vengo de aquella época en la que tan joven iba a conciertos, iba a discotecas como Espiral, Barraca, Puzzle, Spook y en esas sesiones sonaban discos que se podían comprar en tiendas como Zic Zac o Radical Records. Fui un chaval muy precoz en lo que a música se refiere. Veía a mi hermano Cristian, o a Rafa Cervera o a Ramón Noguera, a Jorge Albi, y yo era como un intruso, un chavalín que estaba ahí. Y sí que era como un alumno aventajado en ese sentido. Desde el primer momento en que me puse a hacer canciones, fui consciente de la capacidad que tenía para hacer melodías y poner palabras a una serie de sensaciones que la gente a veces no se atreve a plasmar. De eso fui consciente. Creo que la carrera del grupo ha sido bonita, viene desde la base, desde abajo, pasando por una serie de fases, pero la primera vez que trabajo con una multinacional es ahora con el libro, y esto también es una cosa chocante. A nivel independiente, siempre tienes que echar tú el resto. Pero eso no significa que la historia del grupo sea la historia de un fracaso, todo lo contrario. Leí hace poco un artículo en El País, “Elogio del fracaso”, de Jordi Soler, que me gustó mucho: hablaba sobre Faulkner y cómo éste venía a decir algo así como que hay que fracasar una y otra vez, y fracasar cada vez mejor. Intentarlo una y otra vez, eso hemos hecho. Yo, cada vez que me han rechazado, o me he hundido, he sentido más fuerzas para rebelarme ante eso. Los pasos en falso nos llevan muchas veces hacia caminos inexplorados, y en la vida yo he aprendido esto: que de hasta algo malo puede surgir algo bueno. No hay derrotas ni fracasos, y vivir es aprender eso. Yo me siento un superviviente y un tipo muy afortunado, he vivido cosas que nunca pensé que iba vivir. Tengo tendencia a venirme abajo, pero con la misma facilidad luego me rehago. Eso me mantiene en equilibrio. Me decepciono mucho pero no dura demasiado, porque me vuelvo a rehacer. Es una especie de bipolaridad [risas]. La verdad es que si echo la vista atrás, hemos ido haciendo muchas cosas como grupo, porque toda piedra hace pared, y tenemos un bagaje enorme. Si hiciéramos ahora un recopilatorio, sería un disco de puta madre. Quizá si hubiéramos tenido un poco más de suerte, nos hubiéramos podido consolidar de una manera más rotunda, pero también nos podría haber ido peor. Y esto lo digo porque creo que a veces, tener al lado gente que te cuide, que te apoye y que te empuje, es más importante que tener a gente que te saque el látigo y te exija. No todo el mundo funciona bien a base de palos. Y yo me he sentido un poco huérfano a lo largo de mi carrera. Huérfano de esa gente que cree en ti y te da su apoyo incondicional en los momentos de duda. Yo y el resto del grupo. Y esto de los contratos 360… yo he terminado un poco desengañado, porque terminas siendo como tu propio manager, tu propio representante y acabas sintiéndote bastante solo teniendo siempre que negociar con el que se supone que debería negociar por ti.

"Tuve sabios consejos de David Trueba, que me dio un feedback increíblemente bueno que me sirvió para seguir adelante"

¿Fue fácil lograr que hubiera un equilibrio entre todas las piezas del puzzle de tu vida y la tensión narrativa que todo libro debe tener para enganchar al lector?
Obviamente, ha costado porque yo soy un debutante en esto de escribir un libro. Tengo la sensación de que cuando escribo todo fluye de forma natural. Mi mujer me dice: “el texto es muy tú”, comenta a menudo que de alguna manera escribo como hablo, pero luego hay que dar sentido a todo ese caudal y encauzarlo. Un periodista que escribe libros me dijo que lo que he hecho es auto ficción. Otros, que parece una novela. Otros, que es una autobiografía. Yo no sé lo que es, pero hay un gran trabajo detrás. Mi editora se enamoró de la historia y de los capítulos que yo le iba mandando, me ha dado mucha cancha y me ha apoyado mucho. Ha sido confidente y psicóloga al mismo tiempo. Me ha apoyado en todo momento y me ha dado consejos muy valiosos. Yo no tenía técnica, por ejemplo, y abordar un libro desde cero es un ejercicio narrativo que implica no solo contar unas anécdotas, tiene que tener un ritmo narrativo. Yo ahora que me lo he leído de golpe, con la distancia, como si no fuera mío, lo veo muy consistente y además creo que he conseguido desnudarme tal y como lo hago en las canciones. Diría que incluso más. La importancia de dividirlo en capítulos, como una serie, dejando a la gente con ganas de más e ir cambiando de tercio, todas esas cosas son fruto de un trabajo. Hemos trabajado bastante la estructura. Cambiar de escribir en pasado a escribir en presente, por ejemplo, es una cosa que mi editora me recomendó que probara y le da fuerza a la narración. Me mandó el libro de “Open” (Duomo, 2009), de André Agassi, para ver cómo aun hablando sobre tenis podría haber sido un libro sobre música o sobre cualquier otra actividad. Lo de escribir en presente funciona. Es como si tú te grabas un partido de fútbol para verlo sabiendo ya el resultado, pero el hecho de verlo narrado en presente te hace tener la sensación de que el resultado aún no se sabe. Pues es lo mismo. Después, la importancia de los personajes que aparecen a lo largo de mi vida. De describirlos, explicar de dónde vienen. Y el transformar párrafos en diálogos, que es algo a lo que me ha animado a hacer también mi editora. Al principio me costaba, y es lo que más admiro de los libros. Pero una vez lo empiezas a hacer y coges el tranquilo, llenas los huecos de tu memoria con tu versión de lo que pasó, sin hacer ficción, todo es real, de hecho mucha gente que ha vivido esos momentos me ha dicho que lo describo prácticamente tal cual fue. He tratado de recrear las conversaciones tal y como las recuerdo. A veces solo con una conversación ya estás describiendo a una persona. El libro tiene ese punto de novela, de historia, que es la que hace que te enganches. Muchas veces eliminas una cosa y eso hace que todo se te derrumbe, y hay mucho trabajo detrás. Has de pensar en global. El proceso ha sido muy bonito. También hablé con el escritor Rafa Lahuerta, para quitar cosas. Tuve sabios consejos de David Trueba, que me dio un feedback increíblemente bueno que me sirvió para seguir adelante. Y luego Carol, una amiga de la infancia, que es gran lectora y profesora, también me iba dando sus sensaciones. Y por supuesto Ingrid, que ha reído y ha llorado mientras se iba leyendo los capítulos. Eso me ha hecho sentirme arropado en momentos de duda y zozobra. Mis dos últimos capítulos tenían ciento cincuenta páginas. Y había que dejarlos en veinte o veinticinco páginas cada uno, como mucho. Fíjate lo que había que eliminar. “You have to kill your favourite daughters”, me decían Mia Salazar y Georg Bungard cuando me hicieron el documental y quitaban algunas escenas que a priori parecían sus favoritas y se creían insustituibles. A veces no es necesario explicar ciertas cosas porque ya se sobreentienden en el contexto. Dejas pie a que el lector interprete las cosas. Esto de quitar cosas es muy difícil, pero es lo que dota al libro de esa cohesión.

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