Un día con Mr. Dean Wareham
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Un día con Mr. Dean Wareham

Raúl Julián — 20-07-2022
Fotografía — Pedro Anguila

Aprovechamos el fin de gira de Dean Wareham en Zaragoza para pasar el día con el ex Galaxie 500 y su troupe, en una hoja de ruta que incluyó prueba de sonido, retrato, entrevista y concierto.

Esto fue lo que ocurrió en La Lata de Bombillas el pasado viernes 15 de julio de 2022, mientras en la calle los adoquines se derretían bajo un calor propio de otro (infra)mundo.

En ocasiones parece que sea necesario esperar a que un artista fallezca, antes de mitificar su obra y por ende reivindicar a voces su figura. El de Dean Wareham es uno de esos casos que debería comenzar a cuantificarse en su justa medida y sin demora adicional, para disfrutar en tiempo real del que será su imponente legado.

El músico nacido en Nueva Zelanda y mudado a corta edad a Estados Unidos es, a todas luces, un autor excepcionalmente valioso dentro de nuestra era, dotado con ese trazo elegante y diferenciador que tiene a bien colocar en toda su música. El mismo con el que lleva la friolera de más de treinta años haciendo de nuestras vidas un lugar más agradable.

Primero fue junto a Damon Krukowski y Naomi Yang en los seminales Galaxie 500, con los que firmó de manera casi ininterrumpida ‘Today’ (Rykodisc, 88), ‘On Fire’ (Rough Trade, 89) y ‘This Is Our Music’ (Rough Trade, 90), secuencia que ya forma parte angular de la historia del dream-pop.

Tras la separación del combo, Wareham reorientó su talento hacia Luna, liderando a la formación hasta convertirla en una de las más elegantes (y también reconocibles) de la escena independiente norteamericana de los noventa, estatus perpetrado en base a títulos imprescindibles como ‘Bewitched’ (Elektra, 94), ‘Penthouse’ (Elektra, 95), ‘Pup Tent’ (Elektra, 97), ‘The Days Of Our Nights’ (Jericho, 99) o ‘Romantica’ (Jet Set, 02).

La formación volvió a la vida en 2014 superando aquella separación acontecida nueve años antes, primero ofreciendo excelentes conciertos y después con la publicación de nueva música, ya fuese propia o en forma de excelentes relecturas de otros artistas como en el caso del álbum ‘A Sentimental Education’ (Double Feature, 17).

En cualquier caso, la trayectoria del neozelandés ha incluido otras manifestaciones igualmente interesantes, conformando una sección que incluiría ‘Postales Negras’ (Libro de Ruido, 12) –uno de los mejores libros de memorias musicales jamás publicado–, los elepés perpetrados junto a su pareja Britta Phillips (a su vez miembro de Luna desde el año 2000) en Dean & Britta, bandas sonoras de diferente pelaje, la puntual colaboración con Cheval Sombre para recrear canciones de westerns, o un par de más que notables trabajos en solitario. El último de ellos, ‘I Have Nothing To Say To The Mayor Of L.A.’ (Double Feature, 21), lanzado en octubre del año pasado y que captó bastante menos atención de lo que sin duda merecía.

Dean Wareham es un tipo que no esquiva su loable pasado, pero que tampoco deja de mirar hacia adelante enfrascado en la búsqueda de nuevas canciones que coronar con su exquisita impronta. Precisamente esa mezcolanza ha sido motivo de la última gira peninsular del vocalista: a la idea original (forzosamente retrasada por la pandemia) de tocar aquellas piezas incluidas en ‘On Fire’ (Rough Trade, 89), se añadía así la defensa en directo de temas recientes.

El tour ‘Dean Wareham plays Galaxie 500’s On Fire + more’ ha llevado a Wareham, junto con su inseparable Britta Phillips al bajo, el guitarrista Derek See (de Rain Parade y The Gentle Cycle) y el percusionista Roger Brogan (de The Gentle Cycle), a recorrer un total de ocho localidades entre el 7 y el 16 de julio, en un trazado que fijaba la última de sus paradas en un emplazamiento con tanta solera como la zaragozana Lata de Bombillas.

Una fecha que aprovechamos para compartir con la troupe, desde la descarga de instrumentos hasta que abandonasen el local un par de horas después de la finalización del concierto. Relato que comienza en torno a las seis de la tarde, cuando el cuarteto y el tour manager Jonathan Vidal (de Suzy & Los Quattro y personaje curtido en mil batallas) llegaron a la sala bajo un calor de justicia.

Poco tardaron, tras las presentaciones de rigor, en orientar sus pasos hacia el moderado catering solicitado, picando distendidamente en la misma barra del bar algo de jamón serrano, humus, queso, nueces y boquerones en vinagre. Dean me explica, mientras da buena cuenta de un improvisado mini bocadillo de jamón con queso, que como ahora vive en Los Ángeles la ola de calor que estamos sufriendo no le impresiona demasiado. Por su parte, Britta aprovecha para colocar el escaso merchandising que en este epílogo de gira les resta por vender: apenas unas camisetas que tras el concierto se irán a casa de los fans más rápidos.

Inmersos en su papel secundario o quizás por mera timidez, tanto See como Brogan interactúan menos y se limitan a esparcir sus instrumentos de trabajo sobre el escenario. Poco después ambos prueban por separado, y apenas unos minutos son suficientes para conseguir el efecto deseado. Tras ellos, Dean & Britta –pareja de atractivo incombustible y palpable complicidad–, prueban bajo, guitarra y voces, haciendo gala de esa eficiencia y seguridad latente en músicos confiados y ya veteranos.

La banda al completo apenas necesita tocar tres temas para comprobar que, efectivamente, el sonido es impecable y el asunto puede darse por finiquitado, en parte también gracias al buen hacer del técnico local José Carlos Ondiviela. Un proceso que en todo momento pasa por la lente de Pedro Anguila, ese infalible fotógrafo que lleva años inmortalizando conciertos y regalando vívidos retratos de artistas.

Tras la prueba, Dean nos concede una pequeña entrevista, en la que comenzamos repasando cómo ha ido la gira que esta noche toca a su fin. “Estaba preocupado acerca de cómo iba a funcionar al coincidir con época de festivales, pero ha ido muy bien. Quizás haya gente a la que no le interesan los festivales y prefiere ir a un club a ver y escuchar a fondo a una banda en concreto. Yo no voy a festivales, no me gustan. Y me convenzo a mí mismo, cuando voy a dormir, de que eso es lo que quiero: tocar de vez en cuando para 10.000 personas no está mal, pero mi sitio está en las salas. Los festivales son más para la gente joven. En todas las salas ha habido muy buen público, de cantidad y de calidad. En principio íbamos a tocar únicamente canciones del ‘On Fire’ de Galaxie 500, pero nos pilló la pandemia y en medio hice un nuevo disco en solitario del que estoy muy orgulloso. Así que es doblemente agradable estar de nuevo de gira por Europa”.

En cualquier caso y como no podía ser de otra forma, el grueso de la actuación viene recayendo sobre aquellas viejas canciones de la formación surgida en Cambdrige, las mismas escritas por el entrevistado hace más de treinta años y que ahora ejecuta cada noche. “Es divertido porque estas canciones iban sobre una antigua novia, pero como dice Nick Cave: el amor se va, pero las canciones permanecen (Risas). Pero, además, siempre hay gente que no nos ha visto antes y eso también es atractivo. Hace poco vi a Bob Dylan tocando en Los Ángeles y tuve la sensación de que era la primera vez que lo estaba pasando bien. Eso también es un plus para el público. Si el artista lo pasa bien, el público lo pasa bien; y viceversa. Es un feedback que necesita el uno del otro”.

Lo cierto es que el paso del tiempo no ha hecho sino certificar, cada vez con mayor intensidad, el estatus de banda de culto para Galaxie 500. Una sensación que, en buena lógica, también podría haber quedado refrendada con esta tanda de conciertos. “Cuando toco las canciones de Galaxie 500 el público joven responde muy bien y, por mucho que odiemos Spotify, ha hecho posible que gente joven pueda redescubrir discos como los de Galaxie 500 que se escribieron a finales de los 80. Cuando mi hijo fue a la universidad le decían ‘Oh, me encanta la banda de tu padre’. Es agradable que eso pase”.

Es difícil encontrar una sala más apropiada para acoger el fin de fiesta que la zaragozana Lata de Bombillas, que alberga casi un cuarto de siglo de música en directo entre sus paredes, primero en la calle María Moliner y actualmente en Espoz y Mina. Uno de esos lugares tocados por la varita, en los que suele prender la mecha de lo extraordinario. “Sí, los mejores conciertos son aquellos en los que puedes tener a la audiencia justo delante de tu cara. Eso es muy agradable para todos y creo que facilita una respuesta emocional. La pasada noche en Barcelona incluso vi a gente llorando mientras tocábamos. Y eso es muy intenso”.

Al trabajo de redactor le sucede el ‘momento fan’ (tal y como lo denomina el abajo firmante despertando las risas del ex Galaxie 500), que consiste en conseguir la rúbrica de Dean en varios discos de mi colección (Britta se une amablemente para autografiar los álbumes en los que ella participó), y también en materializar para el recuerdo una bonita foto junto al artista tomada por “El Anguila”. Wareham tampoco pone objeciones a que nuestro fotógrafo le haga un retrato improvisado en la propia sala, si bien quedarán poco después con la pareja para, ya acicalados y antes de ir a cenar al local colindante, posar para el retrato “oficial”.

Mientras los músicos se alimentaban en un local sito a apenas unos metros, La Lata de Bombillas comenzaba a acoger a los dueños de entradas, en su mayoría seguidores de la vieja guardia y público del de toda la vida con los que fluyeron saludos, abrazos y comentarios acerca de lo histórico de la velada.

A lo largo de toda la gira ha venido ejerciendo como telonero Ryder The Eagle, un tipo simpático, tal y como habíamos podido comprobar en una prueba de sonido a la que ha llegado por su cuenta y acompañado de su novia. Ya en el concierto descubrimos que, al contacto con el escenario, Adrien Cassignol muta en excéntrico personaje incapaz de generar indiferencia.

El cantautor francés afincado en Cuidad de México y actual guitarrista de Adam Green apareció embutido en su llamativo traje, con la idea de concretar un dramatismo voluntariamente exasperado, mientras tira de anecdotario y realiza una performance pasional y por momentos incluso romántica, acompañado únicamente de la base pregrabada que surge de su teléfono móvil.

Lo cierto es que el artista cuenta con un generoso puñado de canciones ciertamente interesantes, pero la misma vistosidad de su ejecución puede llegar a potenciar virtudes o disimularlas entre esas oleadas de histrionismo e interactuación extrema con el público. Su segunda visita al local fue, en cualquier caso, una experiencia animosa y desvergonzada, y hasta la propia Britta –que ya antes nos había advertido de que bajo ningún concepto debíamos dejar pasar la oportunidad de descubrirle– estuvo en el centro de la sala grabando partes del concierto.

Tras Ryder The Eagle, el cuarteto encabezado por Dean Warehan tomó un escenario lustrado para la ocasión, ante un público que ya llenaba la sala expectante ante el acontecimiento. El concierto comenzó con piezas exclusivamente recientes como “The Last Word”, “The Corridors Of Power”, el “Under Skys” de Lazy Smoke, o “Robin & Richard”, exquisitas todas ellas tanto en composición como en ejecución, en una primera parte del evento protagonizado a la par por esa limpieza de formas y aquel trazo inmaculado ya mencionado al principio del texto, que no hizo sino confirmar las virtudes de ‘I Have Nothing To Say To The Mayor Of L.A.’ (Double Feature, 21).

Tras un total de cinco de los temas incluidos en la referencia, el protagonismo pasó a aquella dosis de nostalgia bien parecida desprendida de canciones de ‘On Fire’ (Rough Trade, 89), que cayeron en un orden ligeramente remozado en pos de la funcionalidad del directo. Fue entonces cuando intensidad y también emoción comenzaron a verse potenciadas, mientras esa mezcla imparable de dream-pop, shoegaze, slowcore e indie-pop de corte clásico colonizaba el local, con texturas envolventes y asfixiantes pero siempre sugerentes. Un tejido hipnótico de distorsiones, belleza y también pinceladas hacia un cuidado caos, conformando un universo propio que la banda al completo se encargó de desarrollar y materializar con precisión quirúrgica. Fue el momento en el que sonaron temas como “Blue Thunder”, “Tell Me”, la intachable “Another Day” en voz de la no menos encantadora Britta, “When Will You Come Home”, “Leave The Planet” (con esos ecos tan marcados de The Velvet Underground), “Descomposing Trees”, o la revisión del “Isn't It a Pity” de George Harrison.

El clásico “Strange” fue trasladado al final del grueso de la actuación, y significó uno de esos momentos que quedará perenne en la retina de cualquiera que viviera el momento in situ. Para los bises, y previo descanso en el suelo del escenario (incluyendo una exhausta Britta), el combo volvió a la carga con “Victory Garden” (de Red Krayola) y desató la apoteosis definitiva tirando de otro clásico como “Tugboat”, rescatado como excepción de ‘Today’ (Rough Trade, 88).

El paso de Dean Wareham por Zaragoza se esperaba apoteósico, uno de esos momentos mágicos que todos hemos vivido más de una vez en torno al escenario del local regentado por el incansable programador Javier Benito. Y así fue, aunque quizás en el momento pareciese “solo” un buen concierto. Porque incluso a pesar de cierto cansancio evidente en los artífices, el poso que dejaron fue extendiéndose imparablemente con el paso de las horas, llegando incluso al día siguiente, cuando al fin se pudo asimilar todas las sensaciones brindadas por el cuarteto. Y es que, disfrutar a escasos metros de un artista tan trascendental como Wareham, acompañado de músicos infalibles e interpretando esas canciones tan influyentes y extraordinarias, no cabe entenderse sino como una lujosa experiencia para los cien afortunados allí presentes.

Tras el concierto, los músicos se pasearon durante un par de horas por toda la sala, firmando discos y haciéndose fotos con todo aquel que lo solicitaba, mientras unos y otros charlaban al ritmo de una selección plagada de clásicos singles de siete pulgadas a cargo del mismo Jonathan Vidal, que había decidido cambiar el asiento de conductor de la furgoneta por la cabina del DJ. Fue así como, tras cantar juntos a voz en grito ese ‘No Future For Me’ del “God Save The Queen” de Sex Pistols que en ese momento atronaba en la sala, Dean y Britta (esta última con un adorable abrazo) se despidieron de este redactor para, acompañados de sus instrumentos, encaminarse hacia el hotel con el fin de descansar antes de partir hacia Francia y Reino Unido para continuar con la gira europea.

Hubo quien cometió la osadía de cuestionar el invento en cuestión, argumentando que girar con la excusa de canciones datadas hace treinta años no era sino una evidencia de sequía inspirativa. Como si las obras de arte pudiesen tener fecha de caducidad y obviando en cualquier caso que Dean Wareham también venía con un gran disco, aún caliente, bajo el brazo. Un error de bulto, claro, casi tan grave como el derivado de ignorar todas las señales y dejar de valorar en su justa medida al compositor en cuestión. Indicadores que sugieren que nos encontramos ante uno de los principales herederos de esa escena de Nueva York que en un momento u otro protagonizaron Lou Reed (y The Velvet Undergorund), Tom Verlaine (y Television), o incluso David Byrne (y sus Talking Heads). Galones que, cuando menos, señalan a Dean Wareham como un clásico moderno, cuando no directamente sugieren que podría tratarse de un mito de la música contemporánea. Uno vivito y coleando, eso sí.

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