El interminable ocaso del disco sin glamour
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El interminable ocaso del disco sin glamour

JC Peña — 24-08-2022
Fotografía — Archivo

El Compact Disc cumple los cuarenta en precario, pero viviendo un sorprendente repunte.

El auge del vinilo y la generalización del streaming aceleraron el declive del veterano disco compacto digital. Los dos años de pandemia le hicieron tocar fondo, pero en el 2021 sus ventas crecieron en Estados Unidos por primera vez en diecisiete años.

Fue la maravilla tecnológica de los primeros ochenta. El gran negocio de una industria que con él se hizo de oro durante más de dos décadas, hasta que el mp3 provocó un terremoto. Desde hace mucho tiempo vive una decadencia sostenida e incluso dramática. Pero se niega a desaparecer. Y es que en tiempos de escaseces de materias primas y dificultades logísticas, fabricarlo es mucho más fácil, rápido y barato que prensar vinilo.

Aún así, la Recording Industry Association of America (RIAA) de Estados Unidos cuantifica la caída de ventas de discos compactos entre el pico del año 2000 y 2020 en un 97 por ciento. En el año pandémico las ventas de vinilo superaron a las de CDs por primera vez desde 1986, en una industria discográfica que tras tocar en fondo en 2014, se ha recuperado globalmente hasta superar los 23.000 millones de dólares, con un predominio claro del streaming. En 2020 apenas se vendieron 31 millones de discos compactos en el mercado norteamericano, una fracción de los 942 millones de 2000. El formato había tocado fondo. Sin embargo, en 2021 se rompió esta tendencia a la baja, consecuencia quizá de la apertura de las tiendas, la salida de los confinamientos y la publicación de los discos de Adele y Taylor Swift. Aún así, sobrevive muy lejos de sus días de gloria. Las 569 millones de unidades vendidas en todo el mundo en 2015 eran una cuarta parte de las que el aficionado a la música compró en 2004. En Reino Unido se espera que este mismo año los sellos ganen más dinero con el vinilo.

En España, donde el streaming ya supera el ochenta por ciento del mercado de la música grabada, las cifras dicen también que el formato ha menguado en paralelo al auge del LP. Más de un cuarenta por ciento de las ventas físicas en España corresponden ya a un vinilo que, tras el desastroso 2020, se ha recuperado creciendo un 74 por ciento. La pandemia golpeó con especial dureza al CD: Promusicae estima que en el fatídico 2020 se dejaron de vender más de dos millones de compactos, pero el vinilo apenas sufrió. Discográficas como Popstock! venden ya el doble de LPs. No obstante, 2021 fue algo más benévolo para el compacto, cuyas ventas crecieron un discreto cinco y medio por ciento, frente al espectacular 38 por ciento del LP.

En realidad, la pandemia aceleró una tendencia que viene de lejos. Las ventas de CDs cayeron casi a la mitad en Estados Unidos sólo entre 2019 y 2020, sumando un 5,5 por ciento de los ingresos de la música, sólo un punto y cuatro décimas por encima del vinilo; a finales de los gloriosos 90, con el vinilo desahuciado y el mp3 aún por generalizarse, suponían el 90 por ciento del negocio de la música grabada. Pendientes de si lo de 2021 ha sido un espejismo, en su cumpleaños hay que plantearse la pregunta del millón: ¿Vivimos el principio del fin del pequeño disco plateado?

Un formato sin glamour

No es necesario martillear con más cifras. La cuestión es simple: el éxito del streaming deja en una posición precaria al formato digital físico. Ni siquiera los coches llevan ya reproductor de CD. Es un producto sin glamour, olvidado (al menos, de momento) por aquellos que marcan tendencia, como apuntaba el periodista Diego A. Manrique en un conocido artículo de otoño de 2020 en el que lo defendía contra corriente. Lejos quedan las campañas millonarias de los ochenta, cuando se vendió como la octava maravilla del mundo para persuadir al consumidor a que reemplazara sus discotecas analógicas. Hoy nadie se acuerda de la era dorada de los noventa y primeros dos mil, cuando llevó al LP a su práctica extinción. Y sin embargo, el CD aguanta. Sobre todo, porque su fabricación es infinitamente más simple y barata que la del vinilo. Pese al fuerte aumento de la demanda de vinilo, las fábricas escasean (En España sólo una, que no da a basto), y prensarlo es un trabajo complejo muy especializado.

En FNAC España el CD sumó un 60% del negocio musical en 2021, frente al 40% del vinilo. Una cifra equiparable a la de todo el mercado local. Ignacio Portela, Jefe de producto de la tienda, explica lo que ha pasado en estos últimos dos años: “Como todos hemos podido comprobar, la pandemia, además de meternos en casa y modificar parte de nuestras costumbres y rutinas, ha ralentizado todo. Las consecuencias en los retrasos de abastecimiento de materiales, fabricaciones y transporte todavía no hemos terminado de pagarlas. Y los soportes musicales no son una excepción. Pero sobre todo ha sido el vinilo el que más ha sufrido con todo esto. Fabricar un CD es algo mucho más rápido, fácil y económico”. Esta ventaja competitiva hace que a su juicio “todavía le quede vida. La gran mayoría de novedades siguen lanzándose en CD. Su apuesta reside cada vez más en la edición multi-soporte, con títulos que adicionalmente llevan uno o varios discos con contenidos extra, o soportes visuales (DVD o Blu-Ray), partes gráficas especiales, libros, material de merchandising, memorabilia, etc, muy apreciados por fans, coleccionistas y completistas”.

Las pocas tiendas independientes donde siguen coexistiendo compactos y vinilos coinciden en la disparidad de demanda. Salvo en el caso de álbumes o singles muy buscados, el compacto carece del atractivo y prestigio del LP. Llevamos años oyendo la hipótesis de que con ellos podría suceder lo mismo que pasó con el vinilo. Pero hasta el casete, resucitado como broma hipster, genera más entusiasmo. Desde hace años, no pocas tiendas de discos han desterrado por completo el compacto, o lo comercializan sólo en el caso de discos excepcionalmente comerciales (o raros) y a petición del cliente.

Pese a todo, para Alberto, que tomó junto a su hermano el testigo de la histórica tienda madrileña Escridiscos, el CD es un complemento que hay que tener en cuenta. Se ve en el espacio que le dedica. Siguen trayendo una selección de novedades, y el fondo de catálogo se vende a precios reducidos. Se resiste a descartarlo: “si tuviera más espacio, pondría más oferta porque se sigue vendiendo, tiene su público”, afirma. Escridiscos es una rara avis al lado de tiendas de la ciudad que han prescindido por completo del disquito plateado, pero su caso demuestra que no está muerto.

Pasa algo parecido en Bangladesh, otra tienda histórica del centro de Madrid. Jorge, empleado del negocio, ha tomado el relevo de Antonio, propietario de toda la vida que falleció a mediados de 2021. “La caída ha sido brutal en estos últimos meses. Hay momentos en que parece que nadie lo quiere, pero yo creo que va a seguir. En nuestra tienda calculo que es un veinte por ciento. Hay gente joven que lo compra, pero tienen que ser discos que no se han reeditado, rarezas. Una edición no oficial puede venderse por veinticinco euros. Hay que tener en cuenta que hay muchos discos, por ejemplo de hip-hop, que no se han publicado nunca en vinilo. Y sigue habiendo personas que compran CD singles”. Una extravagancia, la del casi extinto CD single, que hoy sólo puede encontrarse físicamente en tiendas como esta, dentro de su oferta oceánica.

El sonido del futuro

El Compact Disc cumple cuarenta años este verano. Fue resultado de la alianza estratégica entre las que eran entonces las mayores compañías de electrónica de consumo del mundo: la holandesa Philips y la japonesa Sony. Habían creado el primer prototipo en 1979. Ambas corporaciones vendieron las bonanzas de un sonido futurista de una limpieza sin precedentes, que refinaba el malogrado experimento del Laser-disc. Un láser quirúrgico (¡ciencia ficción!) reemplazaba a la aguja del plato o a los cabezales de la cinta, de modo que la música se reproduciría en su esencia más pura, ya que ningún artefacto mecánico tocaba el artefacto. Ésa era la teoría, puesta al día de la vieja búsqueda “del sonido perfecto”, quimera que hoy ha quedado relegada al ambiente minoritario de la alta fidelidad. Entonces se vendió que era el sonido definitivo. Iba a ser especialmente beneficioso para la música clásica, al suprimirse el crujido de la aguja: es bien conocido el apoyo que brindó al CD el conocido director de orquesta austriaco Herbert Von Karajan con la plataforma del Festival de Salzburgo.

Desde su lanzamiento comercial en agosto de 1982 -con el disco de Abba “The Visitors” como primera referencia-, ya hubo melómanos y románticos empedernidos que se opusieron a la transición del sonido analógico al digital. Artistas de la vieja escuela como Lou Reed o Neil Young renegaron de su dureza estéril. En cambio, otros como Mark Knopfler o Bruce Springsteen se subieron al carro con entusiasmo. El CD era un disquito futurista y manejable que se amoldaba como anillo al dedo a la era yuppie del consumismo, y satisfacía las demandas de los friquis tecnológicos que empezaban a despuntar (los mismos que entonces pagaban una fortuna por los primeros ordenadores personales de Apple). Una maravilla tecnológica.

Las quejas de los puristas analógicos no fueron a ninguna parte porque había llegado el futuro y, sobre todo, no se podía contrarrestar el argumento definitivo: el dinero en juego. Sony y Philips involucraron a la industria de electrónica de consumo y a las entonces muy poderosas discográficas, rendidas a las maravillas del sonido digital...y a las suculentas posibilidades comerciales que ofrecía el recambio. La estrategia estaba clara. Se trataba de que el consumidor reemplazara sus colecciones de vinilos por los correspondientes CDs, y reeditar todo el fondo de catálogo. Jugada maestra: todos salían ganando, y eso que al principio, tanto los aparatos como los discos se vendían a precios prohibitivos sólo al alcance de gente de alto poder adquisitivo. En la España de 1986 un reproductor de CD Pioneer de gama alta se llevaba el sueldo de un mes.

Cierto: en pocos años los aparatos bajaron de precio (no tanto los discos: garrafal error de la industria) y la transición se hizo imparable. Artistas y bandas se involucraron con entusiasmo en el cambalache, grabando con entusiasmo discos de producción clínica que se beneficiarían del limpísimo sonido digital (“Brothers in Arms” de Dire Straits fue uno de los más destacados) El CD ganó por goleada. En los noventa el vinilo y la cinta fueron progresivamente relegados a anacronismos de carrozas anclados en los setenta, mientras las grandes tiendas vendían modernos compactos como churros. Casi todo el fondo de catálogo de los sellos se publicaba en digital. A diferencia del Láser-disc, su inmediato y problemático predecesor que jamás se implantó masivamente ni siquiera en Estados Unidos, el CD se convirtió en el standard para todos los géneros musicales. Era cómodo, barato de producir, y funcionaba sin problemas. Por encima de todo, el margen de beneficio era suculento. Se vendieron miles de millones.

En su momento, los agoreros sostuvieron que la información grabada en el pequeño disco de doce centímetros plateado degeneraría y se perdería irremisiblemente con los años, profecía apocalíptica que como tantas otras, y hasta donde sé, sólo se ha cumplido en el caso de los inestables CD-R. El caso es que los noventa fueron la época gloriosa del futurista disquito, con algunos efectos colaterales sobre la misma música: bandas y artistas podían hacer álbumes de casi ochenta minutos, algo impensable en el caso de un vinilo. Y vaya si lo hicieron…Por otro lado, como explica Greg Milner en su ensayo “El sonido y la perfección”, era cuestión de tiempo que los ingenieros de sonido se saltaran la limitación de decibelios que los cautos ingenieros de Sony y Philips habían fijado. ¿Quién en su sano juicio iba a querer oír música a un volumen tan espantoso como permitía, de hecho, un formato que admitía masters muy por encima de lo que permitía el vinilo? Impelidos por la guerra con la que las radios norteamericanas buscaban atención del oyente a costa de su oído, según avanzaba la década de los noventa, los masters se comprimieron atrozmente para aumentar su volumen, con ejemplos infames como aquel “Raw Power” que supervisó el propio Iggy Pop, o la edición original de “Californication” de Red Hot Chili Peppers. Mientras tanto, el vinilo había desaparecido del mapa como una antigualla cutre y engorrosa. Se vendía a precio de saldo.

Víctima del mp3 y de la pandemia

A la vuelta de la esquina estaba el talón de Aquiles de una industria que se durmió en su autocomplacencia con resultados letales: el mp3. Un archivo que uno se podía descargar desde el ordenador personal, almacenar y compartir. Música e informática confluían, con efectos devastadores. Poco importaba que el mp3, inventado por el ingeniero y matemático alemán Karlheinz Brandenburg, comprimiera la información y, por lo tanto, fuera objetivamente peor en términos de calidad (aunque en realidad casi nadie pudiera notar la diferencia). El éxito estaba garantizado. Aquellos “discman” que saltaban a la primera de cambio en el autobús o en la calle se hicieron obsoletos. Sin embargo, el CD aguantó el temporal refugiado en un nicho menguante. La inercia era poderosa, su fabricación se había abaratado radicalmente, y la inmensa mayoría de bandas y artistas siguieron publicando su música en el físico digital. La resurrección del vinilo ha demostrado trascender la moda efímera, y junto con la generalización del streaming, lo han arrinconado aún más. ¿Quién en su sano juicio gasta dieciséis euros en un CD si tiene el vinilo a 21? Pese a todo, y como demuestra la sorprendente tendencia norteamericana, el humilde y vapuleado disquito se resiste a desaparecer. Está tocado, pero no hundido.

Desde la distribuidora Popstock!, Luis Gómez confirma que la tendencia a la baja del formato “se ha acelerado dramáticamente con la pandemia. Ahora mismo ya está claramente por debajo, acercándose al 1:2 respecto al vinilo. El fondo de catálogo influye mucho en el alza del vinilo, pero sigue habiendo estilos en los que está más fuerte. En las novedades está más a la par”. Como señalábamos, hace ya años que se pronostica una improbable resurrección similar a la del vinilo, que nunca se concreta. Y no se produce, salvo en el caso de discos muy raros y demandados, por la propia naturaleza de un disco menospreciado por los que marcan tendencia. “Impossible is nothing -dice Luis, con sorna-. Igual mañana los hípsters de Austin dicen que es cool llevar un discman atado al cinturón, y venga todos a hacer el Vicente”. Las ventajas del CD son “el precio y la facilidad de fabricación y almacenaje”. Sin desmerecer la capacidad y (para determinados oídos y géneros) el sonido. No parecen argumentos suficientes para cambiar las tornas, teniendo en cuenta que el vinilo ya no es un producto de masas, sino objeto venerado de una élite hipsterizada de clase media. Pero cosas más raras se han visto.

Gran parte de las novedades se editan hoy en elegantes digipacks de cartón que sustituyen la denostada jewel box de plástico que empezó a ser odiada ya en los años noventa, porque es fea, impersonal y se rompe con facilidad (por no hablar de la utilización del plástico). Pero aún así, por más libritos, discos adicionales y chuminadas que lo acompañen, como objeto sigue siendo materialmente poca cosa. Ése es su verdadero talón de Aquiles. ¿Qué sentido tiene pagar casi veinte euros por una carpetilla minúscula de cartón que contiene un pequeño disco con información codificada en unos y ceros? En ningún caso puede ni podrá competir con el empaque físico de una funda de vinilo desplegable, ni con la mística poderosa del plato y la aguja. Suena un poco conspirativo, pero cuando se reeditan los discos de, por ejemplo, Spiritualized a casi veinte euros en una carpetilla mínima, parece que lo que pretende el sello es que el consumidor pague los treinta y tantos que cuesta el doble vinilo y se olvide del CD, convertido en una pequeña y minoritaria extravagancia que, pese a todo, ahí sigue cuarenta años después de su lanzamiento a bombo y platillo. Hasta sus más encarnizados detractores deben admitir que su capacidad de resistencia es admirable.

¿La burbuja del vinilo?

El ascenso del disco de vinilo como formato físico dominante obedece, mal que le pese a los puristas audiófilos, a haberse puesto de moda en ambientes que marcan tendencia. Pero también contribuyen, es verdad, razones de fondo: no admite masters de volumen atroz, y luce mucho mejor como objeto. Además, un LP contiene una cantidad de música ideal para nuestra capacidad de atención, unos cuarenta minutos, con el descanso del cambio de cara, algo que se rompió en los noventa con los casi ochenta minutos del compacto. Sin embargo, el auge del prestigio del vinilo en estos últimos años ha tenido como efecto colateral la consolidación de un mercado global en el que los precios han subido como la espuma. Se hacen tiradas medidas al milímetro (el responsable de FNAC se queja de los plazos de prensado), y aunque cada mes se reedita muchísimo, hay infinidad de referencias descatalogadas que esperan una oportunidad que se aplaza indefinidamente.

Las escasas fábricas que prensan vinilo no dan a basto, la materia prima escasea aún más con las turbulencias geopolíticas, y los grandes sellos parecen remisos a hacer tiradas que compitan con un streaming cuyo coste de fabricación es cero: ésa es la teoría de los malpensados, de otra manera no se explica que no se fabriquen más copias que se venderían perfectamente, quizá obligando a los sellos y distribuidoras a invertir más en logística y almacenes. ¿Resultado? Retrasos de seis meses y discos agotados en días o semanas, cuyo precio se dispara: cuarenta, sesenta, cien, doscientos euros, y más. Hasta que se vuelve a reeditar meses u años después. La demanda ha aumentado y la oferta, incluso con las novedades, es limitada.

La web de referencia Discogs, mercado global de compra venta, se ha convertido en una especie de Biblia para conocer el valor y la demanda global de los discos en este formato. Especialmente cotizados son los de aquellos que se publicaron en la segunda mitad de los noventa y primeros dos mil, cuando el CD arrasaba y las tiradas de LPs eran testimoniales. Con todas sus virtudes, Discogs, que es una herramienta formidable por su utilidad para particulares y tiendas, ha tenido un efecto determinante en la subida de los precios de los LPs en estos últimos años, especialmente en la era post-pandémica. Tiendas que los vendían casi a precio de saldo se han subido a la parra, con precios que no casan con el poder adquisitivo del ciudadano medio de una ciudad como Madrid. Como está sucediendo con la cesta de la compra o la gasolina, los precios suben casi semanalmente.

Es el coleccionista, local e internacional, el abnegado melómano dispuesto a pagar doscientos euros por “Dusk” de The The, sesenta por el EP de remezclas de “This Charming Man” de 1990 o el debut de El Inquilino Ccomunista, ciento cincuenta por el primer single de Buddy Holly editado en España u ochenta por el doble “Weld” de Neil Young, el público objetivo de unas tiendas que también se benefician del alcance planetario de la web creada en Portland. No obstante, hay quien no entiende la política de vender un LP de 1990 a semejantes cifras: en las sensatas palabras del dueño de una tienda de la capital “a ese precio no se vende, y yo estoy aquí para vender discos”. Pero echando mano de Discogs y la economía ortodoxa, el precio lo marcan oferta y demanda. Son maneras distintas de ver el negocio.

Mientras tanto, los que compraron sus LPs a dos duros -recuerdo comprar en Amoeba Records de Los Angeles flamantes maxisingles a 2,99 dólares que hoy se venden a 30- hacen números calculando el valor teórico de sus colecciones. ¿Se pinchará la burbuja? De momento, da la impresión que el fetichismo asociado al vinilo se ha transformado en una cosa parecida inquietantemente a la inversión calculada. A los que les resbale toda esta mística carísima y todavía quieran algo en su mano, les queda el humilde CD.

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