¿Podía imaginarse Sandra Monfort que estaría pasando por uno de los mejores momentos de su vida en pleno 2025? A mi parecer, la incredulidad me haría incapaz de pensar en algo mejor que aquel magnífico noviembre de hace dos años, cuando se proclamó flamante ganadora de los VI Premis Carles Santos de la Música Valenciana con “La Mona”, el disco que la catapultó al reconocimiento público y sentó las bases de su proyecto. Claro que, por entonces, ni yo, ni ella, ni nadie sabíamos que todo ese júbilo tomaría un regusto agridulce al ser diagnosticada con cáncer de mama tres meses después. Afortunadamente, tras un intenso y silencioso año de tratamiento a puerta cerrada, la natural de Pedreguer confirma estar libre de enfermedad, sintiéndose únicamente dominada por el entusiasmo resultante de haber convertido su lucha por la vida en un homenaje a la misma. “El mal trago ha cesado. Soy vasalla de una euforia que me lleva a querer ir a por todas. Tengo unas ganas inmensurables de comerme el mundo. La enfermedad y el temor a la muerte convergieron en una autorreflexión que me ha enseñado a ser agradecida con la existencia. Me doy cuenta de que las cosas que me generaban ansiedad eran minucias comparadas con lo verdaderamente importante: el bienestar físico y psicológico. Vivimos en la época de la inmediatez; todo tiene que ser para ayer. Por ser cumplidoras, atendemos cualquier demanda en cualquier momento y cualquier lugar. Se nos olvida decir que no. De este modo, llega un punto en el que dejamos de valorar los pequeños detalles, aquellos por los que vale la pena vivir. Priorizarse a uno mismo podrá parecer un acto individualista, pero la realidad es que es activismo anticapitalista; una resistencia a las aguas bravas que nos arrastran”.
“Priorizarse a uno mismo podrá parecer un acto individualista, pero la realidad es que es activismo anticapitalista.”
Horas antes de su bolo en El Molino de Barcelona, entre sorbos de té chai y cerveza, Sandra me confiesa que “La Mona de Nit” jamás pretendió ser la secuela de su predecesor. En el fondo, siempre fue la consecuencia de un ejercicio de desahogo emocional; seis canciones nacidas de la urgencia creativa. “Entiendo ‘La Mona de Nit’ como un clamor a la liberación del cuerpo por medio del baile. Empecé a componer en paralelo al tratamiento. La meta, el objetivo a alcanzar, era combatir la enfermedad. Para mí fue el diario al que le vomitamos cualquier cosa sin la certeza de saber qué queremos decir realmente. A veces somos víctimas de la irrefrenable necesidad de coger una hoja de papel y llenarla para echar fuera aquello que nos oprime. Arrancamos a escribir y no comprendemos nada, pero al cabo del tiempo terminamos entendiendo por qué lo hicimos. Para mí, la respuesta a ese ‘por qué’ está en el EP: una obra gamberra y festiva en la que ‘despatxar xona’ te permite ser vulnerable, a la vez que empoderada”.
"Adoro convertir la banalidad de lo cotidiano en algo solemne"
Optar por no publicar ningún comunicado acerca de la situación fue una decisión legítima, pero no arbitraria. Colocarse a sí misma en una tesitura de autoprotección preservaba su salud mental aunque siguiera enfrentada a la exigencia de la actividad profesional. Sin embargo, tarde o temprano debía encontrar momentos de alivio y consuelo con los que poder liberar tensiones. Paradójicamente, lo hizo en los escenarios. “Si volviera a nacer me dedicaría a lo mismo. La música es mi vida y mi pasión. Siento que es el único medio a través del que puedo crecer, expresarme, transformarme… Me nace por inercia, de un impulso ineludible. Renunciar a ella nunca será una opción. Es por eso que tuve un debate interno prolongado en el tiempo, batallándome entre revelarlo o no. Cuando se lo hice saber a familiares y amigos tenía bolos agendados que no podía cancelar. Entonces, decidí ponerme a prueba. De la noche a la mañana acabaron convirtiéndose en terapia curativa porque la hora que pasaba bajo los focos era la única hora en todo el día que no pensaba en mi nueva e inesperada condición”. Reencontrarme con ella un año después de nuestra primera entrevista y que me cuente todo esto, con esa ternura especial tan suya, es todo un lujo. Noto que estoy sentado frente a una Sandra más madura, emancipada de presiones. En esencia, pero, sigue siendo la misma pedreguera romántica amante de su ‘terreta’ que aboga día sí y día también por recuperar círculos culturales dignos de la Comunidad Valenciana, reivindicando la lengua propia de la región y facilitando la conversación entre tradición y vanguardia. “Soy una ‘xica’ muy romántica. Practico el romanticismo como un ritual; momentos en los que uno se cuida a sí mismo y a los que le rodean. Adoro convertir la banalidad de lo cotidiano en algo solemne. La paella, por ejemplo, no es un mero estereotipo, sino un acto de hermandad y reunión. Lo mismo sucede con el valenciano. Es una lengua muy compleja. Tiene un humor muy reconocible junto a esa forma de hablar en diminutivos, endulzante. Saber que hay detractores obsesionados con erradicar la belleza levantina es incomprensible. Pienso que la cultura valenciana siempre se ha condenado una barbaridad, ha tenido que confrontar una fuerza opresora permanente. Para un artista, estar al pie del cañón veinticuatro siete agota. En mi caso, la mayor parte de conciertos los doy en Cataluña porque el gobierno no permite que haya un circuito contrario a sus preferencias ideológicas. Bloquea ayudas y subvenciones. No obstante, sea como sea yo no me daré por vencida”. Bajo su punto de vista, la solución está en la movilización: la unión del pueblo y la creación de redes comunitarias. “Quisiera crear espacios en los que pudiéramos expresarnos en comunidad tranquilamente. Un lugar en el que se nos escuche, respete y valore”.
A raíz de la publicación de “Bandida” fue objeto de una ola de odio sin precedentes. Quedó sorprendida por la cantidad de comentarios negativos que recibió, especialmente por parte de mujeres feministas. La canción nació predispuesta a crear un imaginario con el que la cultura tradicional pudiese convivir con las generaciones entrantes –pluridentitarias, queer y disidentes–. “La gente se toma las cosas muy en serio. No es para tanto. Hice este tema para que coexistiéramos en la intersección. La verdad es que lo que realmente me gustaría es poder decir lo que me salga del chocho y seguir teniendo faena. Aún a día de hoy, decir lo que te sale del chocho cierra puertas. El efecto directo es que te sientas contenida”. Preocupada por cuál será el futuro de la Comunidad Valenciana (un escenario incierto), olvida que ha conseguido algo que muchos desearían: descentralizar su actividad artística. Monfort lleva por bandera el pueblo que la vio nacer allá donde va, además de trabajar desde ahí. Nuestro encuentro termina con una mención cariñosa a las poblaciones en las que el concepto de la colectividad aún no se ha perdido. “El pueblo puede ser cruel y juicioso, tan solo hay que saber camelárselo. Yo le tengo una enorme estima al mío. Eso de conocer a todo el mundo y que, a su vez, todo el mundo me conozca a mí me hace saber que si de repente me pasase algo, alguien vendría a socorrerme. Lástima que exista la falsa creencia de que en los pueblos somos retrógrados. A algunos les sorprendería saber que hay señoras octogenarias, más liberales y radicales que muchos jóvenes, elogiando mi trabajo”.
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