“Me he dado permiso para pasar a zonas prohibidas”
Entrevistas / El Hijo

“Me he dado permiso para pasar a zonas prohibidas”

José Carlos Peña — 05-11-2019
Fotografía — Archivo

Abel Hernández profundiza en sus hallazgos de electrónica digital con Capital desierto (Intromúsica, 19), un trabajo audaz repleto de ideas que combina vanguardia y accesibilidad pop. Mirada personal pero con ecos universales sobre el mundo precario, superficial y paradójico en que vivimos; obra conceptual que pone de acuerdo la experimentación del espíritu post (punk y pop) con melodías amables y ritmos hip-hop e incluso de trap. El músico madrileño nos cuenta las claves de un tercer trabajo visceral y cerebral a partes iguales, que forma un todo con los EPs precedentes. No es casual que su tema central sea la esquizofrenia de la sociedad urbana.


Siendo éste el primer álbum largo de tu etapa “electrónica” tras los dos EPs, ¿cuál es su origen? ¿Cómo te lo planteaste?
Realmente es una continuación del camino que emprendí con Fragmento I en 2015, aunque el proceso viene de antes, de 2013. En 2012 había sacado Los movimientos, con una banda que llegó a ser un quinteto. Era algo bastante abierto de psicodelia contemporánea y otras cosas, por momentos más folk, por momentos más agresivo. Pero no conseguimos muchos directos y terminó siendo un proyecto inviable. Mantener un grupo así se me hace complicado, y por otro lado, desde Los movimientos, que es el primer disco mío que me produzco, empiezo a aplicar cosas que ya estaba haciendo para otra gente. Refree había estado desde el primer disco de El Hijo, de hecho colabora y contribuye en Los movimientos: la mayor parte de las voces las grabé con él. Ahí empiezo a pensar en aplicar otro tipo de cosas a mi música. Eso unido a que me voy a vivir a Gijón hace que desaparezca definitivamente el formato de banda y empiece a trabajar con elementos que en realidad llevo manejando toda la vida en Emak Bakia con Coque Iturriaga. En Migala ya hacíamos cosas así. Sobre todo, los Migala previos al primer disco, que era un proyecto mío de cuatro pistas. En realidad es volver a eso.

¿Una especie de vuelta a tus orígenes?
Sí. Cuando viajo a Gijón me apetece mucho eso: ese estado de búsqueda, de experimentación sin límites de la canción, mucho más abierto formalmente. Pero claro, dieciocho años después, con todo lo que eso implica: el conocimiento que tengo ahora. Además, me pongo con una DAW (Digital Audio Workstation) diferente: Ableton Live, a la que quería meter mano desde hace tiempo. Es un software para generar música. Antes trabajaba en Logic y Cubase, con los que también se pueden hacer muchísimas cosas, con Pro Tools… con cualquiera. Pero el hecho de cambiar de herramientas me abrió nuevas posibilidades. Eso y mi progresiva apertura mental desembocó en este momento, que desde 2014 ya es efectivo. 2014 es un momento como de aislamiento, pierdo mucha vida social, salgo menos y estoy más encerrado en casa haciendo música. De ahí parte un poco todo el impulso. De hecho en el disco hay alguna canción cuyo germen original está en ese año. Muy pocas, pero sí un par de cositas.

Hablas de experimentación pero ¿crees que has vuelto a la “canción” o que este disco tiene una orientación más pop?
Yo creo que El Hijo siempre ha sido un proyecto experimental. Lo que pasa es que las herramientas con las que he experimentado antes eran otras. En la primera época era el castellano, el propio lenguaje. Y el modelo de experimentación ha ido cambiando. Con Refree hubo un momento muy pegado a los cambios de acorde, la modulación armónica y la búsqueda melódica. Y ahora es un momento en que predomina más lo rítmico, la repetición, la no-canción, el bit y el sonido, el propio ambiente. Experimentar es también lo que hace Sisa en los setenta. Pero no porque la banda fuera particularmente progresiva o psicodélica, sino porque él está tratando de trabajar con materiales. El cantautor es un experimentador.

Me refería a que quizá en este disco te acercas más a un concepto más convencional de “canción”.
Sí. Es verdad que en los dos EPs anteriores ha sido más una fase de pruebas. Aquí me he dejado llevar, no ha habido una premeditación clara. En cierto momento, estando muy verde el proyecto, me di permiso para no evitar cosas pop e incluso pasar a zonas prohibidas. Hay muchísimos homenajes velados a mi propia historia personal con el pop, a canciones súper conocidas de los ochenta. Hay un sample de El Hijo, otro de Migala y otro de Henry Cowell, el compositor de música clásica contemporánea. En Repite, la segunda canción, hay una especie de guiño al hit de Rick Astley Never Gonna Give You Up, que es lo que más asco me podía dar cuando yo tenía quince años. Esa canción representaba todo lo que no había que ser y hacer. Y, de repente, me vi jugando con esa melodía tan absolutamente inolvidable en un estribillo. Por ahí va un poco el cajón desastre que conocemos como “urbano”.

"Me parece muy interesante ese punto en el que no se sabe bien cuánto hay de homenaje, cuánto de dejarse vencer, cuánto de estar convencido y cuánto sarcasmo. Lo que sí te digo que es que no hay ironía"

De hecho, en la primera canción tu voz tiene un efecto auto-tune muy usado por los artistas “urbanos”. ¿Lo haces en modo irónico o no?
Me interesa mucho el enfoque de los creadores del primer vaporwave (Chuck Pearson, James Ferraro…) y del sello actual PC Music, especialmente Danny L Harle, incluso A.G. Cook. Me parece muy interesante ese punto en el que no se sabe bien cuánto hay de homenaje, cuánto de dejarse vencer, cuánto de estar convencido y cuánto puede haber de sarcasmo. Lo que sí te digo que es que no hay ironía. Yo he intentado hacer un disco gozoso, placentero, también para mí, que tiene sus cortes de rollo, porque tiene un contexto y continúa el proceso creativo de Fragmento I y Dentro, y también su tema. Es decir, los tres discos están conectados para mí desde el punto de vista conceptual, de los personajes.

Hablando del “tema”, desde el título hasta las referencias que usas, encuentro un hilo conductor en esa sensación de alienación o vacío que vivimos  ante la vida moderna. No sé si lo tuviste en cuenta.
Sí, podría ser el tema. La “capital desierto”.

Y hay una tensión deliberada entre la música y las letras, ¿no?
Es que yo creo que vivimos exactamente en eso. Yo diría que es un disco realista. Lo que pasa es que es muy psicológico también. En el sentido de encontrar momentos de cierta descomposición anímica, moral incluso, depravaciones, obsesiones o comportamientos cotidianos que pueden tener un punto abusivo que nos pueden ocurrir a cualquiera. En Internet, en nuestra vida cotidiana, en un coche... Entonces, la banda sonora de eso es Rosalía. O… bueno, Rosalía a mí me gusta. Es Rihanna o Shakira. Estás hecho polvo, y compras una cosa en el Zara incluso siendo consciente de cómo ha sido fabricada, y mientras, estás oyendo una canción muy up-tempo. Ni siquiera es Shakira, es más cool todavía.

No hay como entrar en un centro comercial como ése que tenemos enfrente: a poco que lo pienses, te verás en el absurdo.
El sistema en que vivimos, que permitimos que sea así y que es, de alguna manera, espejo de nosotros mismos, seamos más o menos conscientes y responsables, queramos estar fuera o no de él, produce ese tipo de esquizofrenia. Ritmos altos, buen rollo melódico y al mismo tiempo, situaciones fuera de nuestra control, nocividades por todos los lados, abuso, precariedad…violencia. Vivimos una época de violencia brutal pero exquisita, de tal exquisitez que muchas veces la confundimos con otras cosas. Es una violencia venenosa. Ésa es la contradicción del mundo occidental -no puedo pensar en el mundo Yanomami o esquimal-, de una gran parte de la población urbana mundial. Es cierto que mi mundo es muy diferente al de quien vive en una favela de São Paulo, pero no tanto como el del Yanomami.

Se ve que, de nuevo, has puesto mucho trabajo en las letras. Y me llama la atención la cantidad de referencias directas a marcas y otras realidades cotidianas que metes. Me ha recordado lo que hicieron hace ya muchos años Lagartija Nick con Inercia, salvando las distancias.
He dejado salir esas referencias a marcas porque siempre las había ocultado. En lugar de decir “Zara” o “Shakira” había utilizado metáforas o imágenes probablemente crípticas, que no todo el mundo entendía. He intentado ser más realista. Al mismo tiempo, cuando ya habían aparecido Samsung y Zara en canciones como Cerebro plagado de loops, que fue de las primeras, me siento a gusto con esa aparición. No decimos “bebida de soda”, sino Coca-Cola. Ni “me voy a comprar unas zapatillas de deporte”, sino "unas Nike”. O escuchar “Spoti”, un nombre cariñoso. Decimos: “voy a buscar en Google”, aunque uses otro buscador que casi nadie usa. Estamos completamente marcados por ellas. Tampoco he intentado enfatizarlo. Tuve la tentación de jugar más con ello, pero lo he dejado en un plano normal. No está al fondo, pero tampoco en primer plano.

¿Te parece que estas letras tienen un tono hasta cierto punto existencial? ¿Crees que es un disco pesimista?

No diría que es pesimista, pero sí que retrata un mundo jodido. No necesariamente quiero decir que éste sea el mundo de todos. En todo este proyecto, en mi home studio he tenido simbólicamente muy presente una frase: “Que tenga algo de mí”. Que todo lo que estoy retratando, ya tenga que ver con perversiones o cualquier comportamiento chungo (en Dentro se sugería que hubiera algún comportamiento delictivo, criminal), no se vea desde una óptica de fuera, como algo que le pasa a determinada gente, sino que tenga algo que no sea una fabricación monstruosa. De ahí también el juego de las imágenes de la portada, que son imágenes reconocibles, no presencias alienígenas. Respondiendo a la otra pregunta: existencial, quizá sí, pero diría que es una meditación sobre el mundo actual, no tanto sobre la condición humana.

"No diría que es un disco pesimista, pero sí que retrata un mundo jodido"

Me refería a que en Occidente, a pesar de todas las comodidades que tenemos, hay una insatisfacción crónica que a veces incluso aumenta…
Claro, ayer salió en las noticias que han aumentado los suicidios en España. La última crisis no ha acabado y ha hecho bajar nuestros niveles de seguridad económica, laboral… Seguimos con una reforma laboral de 2012 que, probablemente, no van a cambiar quienes gobiernen. Entre los que vivimos bien, con ciertas garantías hay un enorme grado de precariedad. Yo hablo un poco de esa estafa, pero pongo más el enfoque en las consecuencias personales de tipo psicológico o existencial y en los comportamientos. Cómo puede afectar a un ser humano X esta historia y a qué comportamientos le puede llevar. No hablo de gente excepcional o de asesinos en serie.

En lo musical, ¿cómo te planteas esta nueva etapa? Es decir, ¿tienes unas referencias a las que quieres acercarte o es un proceso más intuitivo con el ordenador?
Por un lado, tengo muy presente la música en general, la del pasado y especialmente la del presente. La que me interesa. Estoy bastante atento a lo que surge, sobre todo dentro del mundo de la electrónica medio experimental, el R&B y el hip-hop. Ahora mismo estoy escuchando el último disco de JPEGMAFIA, Blood Orange... También he escuchado mucho el último de Solange, por hablarte de gente que no es muy experimental. Pero está todo el peso de la música que me ha interesado antes y que no he abandonado, aunque no es la que más oigo. Mi manera de trabajar con la música cada vez más es “porque sí”. Y este disco tiene algo de lo que estoy muy contento: tanto en letras como sonidos, producción, arreglos e ideas melódicas, ha salido de una forma muy automática. Dejo caer cosas en el programa, un loop, una idea, y me enredo. Luego, a medida que voy avanzando, lo perfilo. Desde el año 97 tiendo a ir conectando todo, pero no para darle un sentido conceptual desde fuera, sino porque tiendo a eso, a organizarlo un poco así. He dejado unos ocho temas fuera. En mayo o junio la idea era hacer un doble, una cosa muy loca. Había temas muy cortos todavía más casuales que los que hay aquí. Repite tiene su origen muy remoto en algo de 2014. He hecho muchas versiones hasta llegar a esto. Hay un trabajo de elaboración muy diferente. Para que te hagas una idea: en cierto momento hasta el final, entra un sonido eufórico, un acorde muy lleno, y eso está hecho con doce capas de sonido sonando a la vez. Pero eso es lo menos. He intentado evitar ese juego de capas y hay cosas bastante simples, mucho bit tocado con un teclado o un controlador midi de pads. Igual que las letras y las melodías de voz. Lo más espontáneo era cuando llegaba a algo y decía: “Joer, eso parece Mecano”. Ahí he dejado fluir la falta de prejuicios.

¿Y cómo enfocaste las colaboraciones vocales?
Me apetecía mucho. Ha sido de lo más premeditado, por dos cosas: primero grabé todo el disco con mi voz en el estudio doméstico de David T. Ginzo (Tuya). Para ver en qué momentos podía molar reemplazarla o hacer convivir esa voz con otras. Me había hecho un listado de gente que podía molar. Tenía muchas ganas de que todo esto que se decía no lo dijera una única voz. Ya había otras voces en los anteriores discos. Me apetece mucho remarcar que algo producido por mí en El Hijo no tiene por qué estar cantado por mí. Es una manera, también, de distanciarme de la figura cantautoril. A veces, mi voz está tan manipulada con efectos de edición que no se reconoce. Quería que tuviera un punto coral, como de crew de hip-hop: aquí aparece una voz, aquí la pisa otra...Pero claro, a partir de letras mías.

¿Y el otro motivo?
El otro es narrativo-conceptual: cuando cambia la voz, es por algo. Cuando canta Lucas Malcorra (Joe La Reina), suele estar indicando algo. Lo mismo con Laura LaMontagne o David (T. Ginzo). Hay un punto de tirar de amigos, naturalmente. David es mi compañero en directo, ha mezclado el disco y me ha ayudado con la grabación, canta muy bien y me apetecía mucho meterle en el brete porque no canta normalmente en castellano. Laura ha sido un descubrimiento y ha estado guay. Tórtel (Jorge Pérez) es también amigo del alma, le produzco cosas y estamos muy en contacto. Es verdad que valoré otras posibilidades, pero ni lo intenté. Ha sido un juego musical, sonoro. Les pedí que cantaran todo, porque no sabía dónde iban a entrar. Les pedí que no hicieran coros o armonías. Casi ninguno tuvo tiempo para cantar todas las canciones, pero les dejé libertad incluso para hacer melodías diferentes. Laura ha hecho hasta loops y algunos pequeños experimentos. A partir de ahí, ha habido un trabajo de chinos final para editar y montar el disco. Ha sido un poco extenuante, pero ha merecido la pena.

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