8300 Km
Discos / Factory Lane

8300 Km

7 / 10
Kepa Arbizu — 13-10-2020
Empresa — Autoeditado
Género — Rock

Aunque en la actualidad la asociación entre un lugar geográfico concreto y su determinado tiempo atmosférico haya quedado como un recurso romántico o como mero vestigio de algo ya prácticamente inexistente, resulta difícil aparcar la idea de que el sonido que desprende el debut de Factory Lane transmite, a través de un rocoso rock noventero, la sensación de ese cielo frecuentemente encapotado y amenazando tormenta que se podría relacionar con la ciudad de Bilbao, lugar de origen de este cuarteto. Una banda que pese a inaugurar ahora su cuenta bajo este nombre, presenta una alineación bregada en diferentes proyectos, pudiendo encontrar entre su hoja de servicios formaciones como Smoke Idols, D-Rais, Empty Files o Yo, Gerard.

Se trata de un álbum, y por extensión de una formación, que no da indicios de tener ningún reparo a la hora de demostrar y exhibir su directa filiación con un tipo de música que tiene su germen en el grunge y en el reguero de continuadores, en mayor o menor medida, que el tiempo ha ido generando, llámense Staind, The Smashing Pumpkins, 3 Doors Down o Bullet for My Valentine. Una hermandad que manifiestan asumiendo postulados como una épica crudeza o la querencia hacia un discurso desesperanzado y sombrío. Actitudes que se reflejan tanto en el aspecto formal como en la adopción de unos textos con galones literarios y sustancia reflexiva.

Aceptados dichos preceptos genéricos, sobresalen entre ellos ciertos matices escogidos como base identitaria de estos vizcaínos, tomando los feroces riffs de guitarra, las contundentes bases rítmicas y el gusto por las alteraciones en los tiempos como pilares estructurales, prácticamente inamovibles, de las canciones escogidas para este “8300 Km”, trabajo cocinado en los prestigiosos estudios Tío Pete y producido por José Lastra (Zea Mays, PiLT)

Bajo estas premisas, “Motionless” se presenta como ejemplo arquetípico de lo que nos ofrecerá el álbum, recorriendo ese camino que transita de la angustia a lo épico y que expone la zozobra vital, el desencanto, y el choque entre la realidad y lo deseado. “Butterfly In a Jar” seduce con su lánguido romanticismo, transportándonos algunos giros a los primeros Pearl Jam, mientras que “Neon” fluctúa sobrado de nervio entre lo taciturno y un estribillo rabioso. Alteración de sensaciones que probablemente encuentren su punto álgido en la estremecedora “And Yet We Wonder”, que partiendo de una árida desnudez evoluciona hasta un electrizante y vigoroso final, un transcurso durante el que poner el ojo en quienes manejan los hilos de este alocado teatro (“We let the blind lead the blind and yet we wonder when when and why it all went wrong”).

Entre toda esa carga emocional que contienen las canciones hay espacio para momentos donde los ritmos se afilan especialmente, incluso en algún profundo medio tiempo como “Rivers”, donde las cadencias se vuelven más cortantes para plasmar todo un arsenal de falsas esperanzas. Las verdaderas chispas sin embargo llegarán con “Sad Little Victory”, en la que su un inicio ya nos marca un territorio más acelerado, entre el hard rock y el metal, para dar forma a una directa y descarada pieza , cualidades que se le pueden aplicar a “Still There”, aunque ésta apueste por una presentación más envolvente, trayéndonos a la mente ciertos pasajes de Stone Temple Pilots.

Cada generación tiene sus propios fantasmas, y como tal quedan plasmados en sus diferentes representaciones artísticas, pero es cierto que hay miedos comunes, universales, que nunca dejan de merodear por el imaginario colectivo. De todos ellos, ya sea la soledad, la mentira, o la misma incertidumbre existencial, hablan Factory Lane, y qué mejor manera que traer todas esas angustiosas interrogantes alojadas en sonidos relacionados con el rock de los noventa, “género”que se detuvo con especial atención en esas diatribas. Ahora, este cuarteto bilbaíno toma dicho testigo poniendo el énfasis en ciertos elementos hasta convertirlos en identificativos de este debut. Recias pautas que vistas en un final como “Purple Blue”, que abre otras vías a través de desarrollos enrevesados y enigmáticos, quizás nos hayan dejado con la incertidumbre de cómo se habrían comportado introducidas en un paisaje más variado. Pese a ello, lo que queda constatado es que la formación vasca ha encontrado su mapa sonoro idóneo para acompañar esa inevitable sensación humana de haber sido lanzados a participar en una función sin red ni guión.

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