Tom Waits
Conciertos / Tom Waits

Tom Waits

8 / 10
Álvaro Fierro — 12-07-2008
Empresa — Get In
Sala — Auditorio Kursaal
Fotografía — Fernando Ramírez

Horas después del concierto de Tom Waits, con la cabeza aún embotada a causa de lo acontecido, el teclado se me muestra impotente cuando intento encontrar las teclas adecuadas. Las sensaciones viajan anestesiadas por una nebulosa, la misma que brotaba onírica bajo las suelas de sus zapatos en forma de arena, y que él mismo iba moldeando, paralela a la que se creaba a lo largo y ancho del auditorio donostiarra. Thomas Alan Waits se prestaba a debutar en España para la selecta cohorte de entusiastas que pudieron hacer el dispendio económico, tan polemizado desde que las entradas salieran a la venta, excluyendo con ello a los noctívagos, a esos ‘raindogs’ que inspiraron su carrera. Y ahí, la paradoja, y más en una ciudad como San Sebastián, se redondea. Al margen, el autor de “Swordfishtrombones” trajo al fin a España su cabaret de historias y sus kilos de aforismos. O la teatralidad, las luces parpadeantes de neón, lo cinematográfico, lo surrealista y lo subterráneo. Porque sería un ejercicio tan reiterativo como inane intentar englobar, no digamos encasillar, la trayectoria del de Pomona. Lo que no admite titubeo es que nuestro hombre exige mucho, te obliga a escuchar con atención lo que cuenta, y sobre todo, cómo lo cuenta. Hay una razón clara para esa maraña de sonidos. Eso que parece experimentación, pero no lo es. Para esa forma de narrar que compromete a los sentidos a dirigirse en procesión hacia una sola dirección. Por ello, cuando no hace apenas concesiones a sus hitos del pasado y se ciñe a lo que ahora le interesa- “Real Gone”, “Mule Variations” y “Blood Money”-, es entonces cuando su estatus acaba por elevarse al Olimpo. Alguien que podría retorcer hasta la extenuación “Jersey Girl” pero que la soslaya en detrimento de “Innocent When You Dream”, “Johnsburg, Illinois” y “Tango Till They Shore” al piano, te anuda la garganta por igual. Cuando pasa de largo el “Downtown Train”, pero da vida al contundente “Singapore” antes del bis para clavarte en el sillón y así hacerte olvidar otras historias que en directo no ha relatado. Y es ahí cuando nos dice que, para eso, ya tenemos sus discos. Que ahora escuchemos la hipnótica “Hoist That Rag” (más de diez minutos de doble percusión que vuelan y vuelan) y “Make It Rain” también del citado “Real Gone”, ayudando al tono circense ese confeti que, de repente, ducha a alguien que no quiere crecer pero que siempre ha ansiado una voz octogenaria, lastrada por las mil batallas en las que no ha formado parte pero sí ha observado parapetado tras una botella. Y que si además cuenta al respetable, como lo hizo en el concierto, que en Bélgica ya no te permiten entrar con un león en el cine, que antes sí pero ya no, terminas por arrancarte el cuero cabelludo como si fuera su bombín en señal de respeto.

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