Las jerarquías se tambalean
Conciertos / Muchachito Bombo Infierno

Las jerarquías se tambalean

9 / 10
08-10-2015
Empresa — Mambo13
Fecha — 07 octubre, 2015
Sala — Apolo, Barcelona
Fotografía — Hara Amorós

“Gracias familia” eran las palabras que más repetía Jairo Perera ayer. Puede sonar a coletilla, pero lo fuera o no, acabó siendo la mejor descripción de lo que fue el concierto: una comunión, con Muchachito como maestro de ceremonias, donde las canciones fueron lo más -y en ocasiones lo único- importante. Una sala Apolo llena hasta la bandera dispuesta a cantar a pleno pulmón estrofas, estribillos, partes instrumentales y lo que hiciera falta con tal de arropar a un Muchachito que esta vez se presentaba más solo que la una en el escenario y que se dejó la piel desde el primer minuto.

Lo cierto es que había expectación por ver cómo iba a solucionar el papelón de no tener absolutamente a nadie detrás. Y a base de armónica, batería, guitarras (española y eléctrica), voz y buen humor fue sacando adelante más de dos horas de concierto, en las que -además de las nuevas de rigor- no faltaron casi todas las canciones míticas de sus tres discos. Casi porque alguna -un servidor echó de menos “115”- se quedó en el tintero, aunque lo compensó con creces sacándose de la manga una versión de la tantas veces olvidada “Seré mecánico por ti” de Kiko Veneno.

Y al final, es lo que tienen las buenas canciones: estén vestidas como estén vestidas, no fallan. Porque siendo sinceros, si ayer uno hubiera eliminado todo el sonido del público hubiera visto que algunos arreglos funcionaban por los pelos. Ninguno de ellos con guitarra española, eso sí: Muchachito sigue siendo capaz de dar vida a la canción más aburrida del mundo, y podría haber hecho todo el concierto ahí delante sin provocar un solo bostezo en la sala. Pero con la eléctrica es otro cantar. Puede que el sonido tuviera gran parte de culpa, y puede que fuera inevitable en algunos casos: a fin de cuentas, a ver quién es el guapo que toca todas las partes de una decena de músicos con una Telecaster, un bombo y una caja. Pero la realidad es que, cuanto más sencillo lo hacía, mejor sonaba, cuando no intentaba acercarse lo más posible a la original sino hacer una versión despojada de todo adorno, directa al esqueleto de la canción.

Diciendo esto cumplo con mi cuota de compromiso periodístico, mejor o peor entendido, pero no voy a mentir: si tuviera que ser realmente sincero, diría que ayer daba totalmente igual que las canciones sonaran mejor o peor. Aquello era una fiesta, uno de esos casos en que las jerarquías se tambalean y el público deja de ser público para fundirse en uno con el que está encima del escenario, y en que la música popular puede llevar ese adjetivo con orgullo. Por las buenas canciones, y por alguien que puede tocarlas con humildad y sentimiento. Y a fin de cuentas, no hace falta más.

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