Empezó con "Tengo un trato" y cerró con "Yo marco el minuto", dos de los puntales de su primer disco, "Lujo ibérico", situados en ambos extremos de un concierto dominado por la variedad formal de "Malamarismo", con una María Rodríguez que se reivindicó como única reina del hip hop en español. Hasta tres veces cambió su vestuario: primero ceñida en un traje morado, luego un suelto vestido verde y para terminar mallas, lentejuelas y zapatos rojos con taconazo. La mejor imagen de una rapera flexible, capaz de manejarse entre curvas ("Te convierto") y volver de inmediato a la agresividad de sus inicios ("La cocinera"). Además, es consciente del puesto que ocupa y de que esto es lo suyo ("no sé hacer otra cosa", dijo): la voz suena ahora mejor que nunca, más medida y también más violenta cuando es necesario ("Toca, toca", "La niña", "La loca"), y sobre todo maneja el escenario con un sentido del espectáculo, y ello sin renunciar a sus señas de identidad. Comunicativa, agradecida, las manos en el aire, dos bailarinas para calentar los tiempos muertos, e incluso unos segundos de parón para dejarse fotografiar flanqueada por Kultama (con menos protagonismo que en otras ocasiones) y Mahoma, con quien se marcó una demoledora interpretación de "Miedo", uno de los mejores cortes de su último álbum. Cabe reprocharla que en la primera mitad del concierto quemase buena parte de las naves, despachando intensidad a ritmo de vértigo. Luego llegaron "Caída libre", "Tiempo pa pensá", "Jura y gana" y "Déjame entrá", que no fueron de bajón, pero casi, hasta que al final cayeron "Por la noche" (el tema más celebrado por el público), "Nanai" (que en directo sube enteros) y "Lo fácil cae ligero", con renovada fuerza y La Mala mandando sin discusión. La sensación es que pudo haber explotado todavía más y que el recurso al r´n´b en ocasiones sigue resultando artificial, pero ésta también es su virtud: que hay margen para que se haga aún más grande.
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