Skin
Cine - Series / Guy Nattiv

Skin

7 / 10
J. Picatoste Verdejo — 04-03-2020
Empresa — VerCine

En noviembre del año pasado se estrenaba la cinta “Madre”, de Rodrigo Sorogoyen, que partía del corto del mismo título con el que el director había sido nominado al Oscar. La pieza finalmente ganadora fue “Skin”, de Guy Nattiv, acerca de una agresión racista por parte de un supremacista blanco. Ese mismo año, 2018, Nattiv realizó su primer largometraje, que pese a titularse igual muestra diferencias significativas.

Es interesante ver cómo en ambos casos se complementan dos obras de formato contrario a partir de la misma raíz o parecida. Si el director madrileño integraba en la película el corto para luego separarse de él y llevar la historia a otro género, Nattiv plantea una oposición y convierte su largo en una obra de redención mientras el corto lo era de venganza.

En la película, basada en un caso real, Jamie Bell interpreta con convicción a un supremacista blanco que vive una crisis interior por la que se replantea sus actos después de haber agredido a un chico negro. Esa voluntad de cambio se antoja complicada por la presión del grupo al que pertenece, una suerte de familia adoptiva, y por el cuerpo profusamente tatuado que lo sentencia de por vida, esa piel marcada del título que anuncia con gran exclamación sus orígenes. El filme se acerca a los cuerpos y se interroga sobre la naturaleza del ser humano, qué hace que seamos como somos y si puede cambiarse. Mientras que en el cortometraje el golpe de efecto era un gran tatuaje, aquí el objetivo es la acción contraria, la extracción de la tinta, una forma simbólica de borrar el pasado. Otro punto de unión a la vez que de contraste entre las dos piezas es la actriz Danielle Macdonald, que, si allí era la esposa supremacista del protagonista, aquí encarna a la joven madre con la que el personaje de Jamie Bell decide iniciar su nueva vida alejado del pernicioso entorno en el que se ha criado. La película, de tonos grises, muestra al grupo, reducido y que se identifica bajo el nombre anacrónico de Vikingos, como oscuros habitantes del bosque, moradores de neochozas que rescatan de vertederos a adolescentes sin rumbo para inocularles sus ideas; el retrato no deja de ser tan esencialmente ridículo como paradójicamente real.

Nattiv matiza la dureza del relato e, invocando el caso auténtico de redención en el que se basa, discute la manera habitual con la que la ficción acostumbra a abordar las segundas oportunidades de los malhechores. Sin embargo, la explicitación de este mensaje esperanzador afecta, en ocasiones, al curso natural de la narración, cosa que, junto a cierto exceso melodramático en la última parte, erosiona el resultado final de una película en conjunto apreciable.

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