UN DIA CON PAUL FUSTER
Entrevistas / Paul Fuster

UN DIA CON PAUL FUSTER

Redacción — 06-09-1999
Fotografía — Archivo

¿Qué hace un músico de folk-rock estadounidense en un pueblo medieval de la Cataluña profunda? Paul Fúster vino a visitar a su abuela y se quedó. Tras convencer a la audiencia con actuaciones sentidas y viscerales, publicó «36 Weeks», un disco que creó una gran expectativa. Ahora estrena discográfica con el flamante «Battle Ship», un trabajo que coquetea más con el rock. Mondosonoro quiso pasar un día con él en Cardona para conocerle de cerca Y ENVIÓ A BORJA DUÑÓ Y ALICIA GÓMEZ. Éste es, en forma de relato y en primera persona, el resumen de una experiencia digna de ser contada.

Sólo arranca en bajada». Era una Lambretta del 49 comprada por quince mil pesetas a un hombre del pueblo y totalmente restaurada por él: pintada de granate, con un motor más potente y un par de sillines hechos, uno con un asiento de batería y el otro con una pala de cavar. Así que arrastró la moto hasta el borde de la bajada, dónde me monté de paquete, y nos precipitamos pendiente abajo hasta que el motor rugió. Paul, ataviado con un casco que se diría de la Segunda Guerra Mundial, fumaba un cigarrillo de hachís mientras conducía por las curvas que subían al castillo de Cardona, una fortaleza medieval que actualmente alberga un parador de cuatro estrellas. Con el viento en la cara pude admirar la vista que ofrecía el castillo: los bosques quemados por el incendio del año pasado, la montaña de sal, las viejas casas de tejado marrón que abrazan la colina... Esto es periodismo de combate, me dije. Y empecé a reflexionar sobre la conversación que había tenido con Paul una hora antes. Aquel día se cumplían exactamente dos años de su llegada a Cardona, desde Nueva York, para quedarse. Entonces empezó a hacer algún concierto hasta que decidió grabar él mismo lo que sería su primer disco en solitario («36 Weeks»), un trabajo que creó expectación a raíz del boca a boca que generaron sus actuaciones siempre cambiantes, únicas, actuaciones que involucraban a la audiencia de una forma distinta a la que estaba acostumbrada. Paul Fúster caló hondo y entonces la gente buscó su disco en unas tiendas que no lo tenían por falta de distribución. «Battle Ship» era el nuevo trabajo que acababa de grabar para Zanfonía y que sí se encontraría en las estanterías. «Originalmente lo queríamos grabar en una noche, pero el batería se perdió viniendo, se hizo tarde y no lo pudimos hacer. «Battle Ship» es un disco más producido que «36 Weeks», no tan sencillo, porque el sentido de las canciones puede variar con el tiempo, pero la grabación siempre será la misma». Había algo extraño en la forma en que se expresaba, parecía no tener los problemas que tenemos el resto de humanos para comunicarnos. Fue entonces cuando comprendí que Paul Fúster era un ser muy sensible a los estímulos que alimentaban sus sentidos pero que a la vez invertía grandes esfuerzos en mostrarse, sin caretas, sin maquillaje. «El sonido tendría que empezar y acabar en el instrumento. ¿Por qué pasar por miles de efectos? Por eso me gusta la guitarra acústica, es como un cuerpo entre los brazos, como una madre». Despeinado, su pelo era negrísimo y lo mismo sus cejas y sus pestañas, que eran extremadamente largas, hasta parecía que se las hubiese resaltado. Su camiseta estaba agujereada y sus pantalones, sucios, eran los pantalones de un manitas, de un constructor de casas-camión, de un luthier. «Las palabras me preocupan mucho, es muy importante que yo clave lo que estoy intentando expresar, sino estaría haciendo trampa. Tiene que haber alguna lección que yo mismo aprenda en cada canción, los temas son sociales, personales, de amor, de muerte, de nacimiento... pero sea lo que sea tengo que acabar con una sonrisa diciendo: ya lo entiendo». Una vez en la cima, nos apeamos de la Lambretta y echamos una mirada al paisaje, la montaña de sal parecía una inmensa chica desnuda. Entonces Paul se abalanzó contra una puerta y empezó a recorrer los pasillos del parador. Sin saber adónde nos llevaba, empecé a seguirle. Los largos pasadizos rojos de arquitectura medieval nos condujeron a la torre de la Minyona, dónde cuentan que encerraron, hasta la muerte, a la hija del conde como castigo por enamorarse de un árabe. Las suites caballerescas que nos abrieron para seguir con la sesión de fotos nos dieron ideas para el vídeoclip de «One By One», el primer single. «Podríamos meter a gente extraña bailando dentro de estas habitaciones, los extras podrían ser la gente de Cardona». Paul tenía toda una filosofía de vida. Se pasaba la mayor parte del tiempo viajando por los Estados Unidos en los autobuses que construía con sus propias manos. «Tenían baño, cocina y hasta terraza. Uno de ellos era un autobús escolar que me encontré abandonado, tuve que engrasar las ruedas para poder remolcarlo ilegalmente unos doscientos kilómetros. Echaba chispas y todo. Entonces, cuando me gustaba un sitio, me paraba y aquello era mi jardín, ahí hacía mi música. Una vez estuve seis meses viviendo en un bosque en Maine, a las tres de la madrugada tocaba las congas con los coyotes aullando de fondo». Una vida utópica para muchos, pero real para Paul Fúster, un hombre que no buscaba (porque el hombre, cuando busca, está predeterminando el entorno) sino que encontraba lo que el mundo le mostraba. De la misma forma en que la naturaleza se le ofrecía, Paul se daba en su música, como una dote, como un regalo, como una ofrenda para un sacrificio, como una forma de dar las gracias o, simplemente, de devolver a la naturaleza lo que ésta le había dado. Por eso daba las gracias al cerdo por enseñarle a no flaquear; al pájaro por enseñarle como aterrizar después del vuelo; a la vaca por enseñarle, sencillamente, a ser; al conejo por celebrar el amor de una manera tan especial y al ser humano por enseñarle el significado de la codícia. «Y a todos los animales de esta tierra les doy las gracias por enseñarme a no tener miedo de mí mismo». Decidimos bajar del castillo y Paul nos invitó a su casa a tocar un poco, así que volví a montarme en su moto y recordé algo que me había dicho en el bar del pueblo mientras yo me peleaba con una especie de pizza de jamón.«Hay gente que pone violines o coros en sus discos, pero yo lo dejo así, desnudo. Dejo un espacio para la gente, hay quien me dice que oye un chelo tocando y sólo hay un bajo, una guitarra y una batería, pues perfecto, habrá gente que oirá un coro. Te gusta o no te gusta y si no te gusta no te mandaré a la mierda, si no te gusta de puta madre porque la música no es como un deporte, no es una competición». Su idea era dejar sus ideas dibujadas, y dar libertad a la gente para personalizarlas. «Yo me expongo tal como soy, no me escondo detrás de una forma de actuar. ¿Cómo puede esperar un artista que todo el mundo vaya hacia lo suyo cuando hay tantas otras cosas que alimentan la mente de las personas? Por eso es triste la música de masas, yo estoy a favor de la diversidad musical. Yo muestro lo que hago como una contribución más y lo único que puedo hacer es ser sincero, porque sino, no vale para nada». Y romper el desnivel que supone subirse a una tarima. «Yo intento mantener mis ojos al mismo nivel que los ojos del público, tocar con los pies en el suelo, por eso creo que tocar en la calle es tan puro, tan de verdad». La aventura musical de Paul empezó aporreando la batería aunque su naturaleza viajera hizo que cambiara el kit por unas congas, siempre más manejables. Su experiencia como percusionista le llevó, aparte de hacer de free-lance, a grabar un disco con su grupo G-Spot Diesel. Fue entonces cuando conoció a su maestro cubano, que le enseñó más de la vida que de la propia música. «Lo último que hacíamos era tocar, hablábamos, comíamos y caminábamos mucho. Me enseñó que cada uno es lo que es y tiene lo que tiene. ¿Qué cojones estoy sacando de esta existencia si pretendo cualquier otra cosa, si desobedezco quién soy?». Finalmente llegamos a la casa de Paul. La puerta de la calle se abría de un empujón y había que subir unas escaleras a oscuras para encontrarse con la guitarra que había pegado a la puerta del rellano. Ésta se abría hacia adentro y chocaba con la pared del pasillo, con lo que apenas dejaba sitio para pasar. Alfombras orientales, tapices, una figura de una chica hindú de tamaño natural, espejos y una cachimba adornaban su habitación. Digo la suya pero podría decir la habitación de sus innumerables guitarras acústicas, cada una con su sonido, su cuerpo, su presencia, instrumentos que Paul toca de forma percusiva, con afinaciones nuevas y sorpresivas. Habría seguido horas y horas con él y he d

2 comentarios
  1. Paul ha overt un camí dins del meu petit cerbellet... Amb el seu nou disc i la seva manera de presentarse al mon trenca els esquemes prestablerts dels divos d la musica... Q visqui molts anys!!!

  2. pues yo la voy a tener esta semana erespo que aun este porque a los que no lo sabenlo que es edicion limitada es que solo hacen un numero de unidades y no hacen mases decir,venden las que han fabricado y no hay mas.

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