“Yo ya soy un dinosaurio, no tengo que demostrar nada”
Entrevistas / The New Raemon

“Yo ya soy un dinosaurio, no tengo que demostrar nada”

Carlos Pérez de Ziriza — 25-05-2020
Fotografía — Archivo

Ramón Rodríguez vuelve con su séptimo disco como The New Raemon. "Coplas del andar torcido" (BMG, 2020) ahonda de forma sobresaliente en la senda emprendida con "Una canción de cuna entre tempestades" (BMG, 2018), llevando un paso más allá su apuesta por una expresividad cruda, descarnada y sincera, que le reafirma como una de las voces más libérrimas del panorama pop (o rock) estatal.

Se trata de un trabajo grabado, nuevamente, en el estudio La Mina de Raúl Pérez, en Sevilla, con Javi Vega (Maga, Sr Chinarro) al bajo, Ricky Lavado a la percusión, y coros a cargo de Anni B Sweet en tres de sus canciones. Hablamos con él por teléfono con la tranquilidad que da saber que, justo a los cuatro días de estar todos confinados en nuestras casas, con sus conciertos de presentación en suspenso y todo un mundo de esparcimiento – por llamarlo de alguna forma – doméstico por delante, no hay ninguna prisa por liquidar la charla promocional.

¿Es el andar torcido del título una metáfora de una conducta diferente, un poco como "la gente abollada" a la que cantaban Surfin’ Bichos?
Sí, podría ser. Yo soy cojo, aunque la gente no lo sabe. Tuve un accidente de moto muy grave cuando tenía quince años. Desde entonces tengo una pierna más corta que la otra. Las tengo como Charles Chaplin, no totalmente rectas. Eso me hace caminar de una forma muy particular, lo que pasa es que la gente no se da cuenta. Solo se dan cuenta cuando lo comento. Tampoco me muevo mucho en el escenario por eso mismo, porque tengo un pie destrozado, así que no puedo hacerme un Bon Jovi (risas). Puedo hacer vida normal, por supuesto. No puedo ir a esquiar, aunque es algo que no hice nunca y me da igual, pero tengo dolor siempre en el pie, y el título hace referencia a eso, a una forma de vivir distinta, aunque en realidad hace referencia a vivir en un sistema que está enfermo, y a intentar vivir dentro de él, pero a la vez lo más apartado posible de él.

"Lo que haces no deja de ser un batiburrillo de todo lo que has escuchado, pasado por el filtro de cómo al final lo interpretas".

¿Lo ves como una continuación de "Una canción de cuna entre tempestades" (2018)? Da la sensación de has ido un poco más allá, como reafirmando esa expresividad.
Bueno, yo veo estos dos discos muy emparentados con el "Lluvia y truenos" (2016) que hice con Ricardo Lezón. Además, son tres discos que he grabado en La Mina, en Sevilla, junto a Raúl Pérez. Sónicamente son tres discos que forman parte de una nueva manera de escribir, o de arreglar las canciones, que ya empecé con "Oh, Rompehielos" (2015), que ese fue un disco que tuve que hacer con muy poco dinero. Desde entonces, las producciones las he planteado de una manera muy distinta a todo lo que había grabado anteriormente, incluso con Madee. Ya no tenía tantos recursos, y transformas eso en una virtud, y todo lo haces en casa. Las guitarras y las voces que escuchas las he hecho en casa, y luego ya me toca dirigir la orquesta y ver cómo tocan los demás. Cómo Antonio Fernández Escobar va a hacer los arreglos de cuerda… todo esto. En el estudio estoy poco tiempo, porque tampoco dispongo de mucho dinero para hacer los discos. Aunque esté en una multinacional, no dejan de ser discos que pago yo. Todo eso afecta a la forma de hacerlos. Líricamente, este sigue la estela del anterior, con cuyos textos quedé muy contento. Todo es mucho más poético. No es que esté hablando de historias de amor, ni nada por estilo. Hablan de cuál es tu posición como ser humano en un entorno como el que tenemos, que no es natural ni salvaje. Te digo salvaje en el buen sentido. Sigue girando en esa órbita, pero la mezcla es muy curiosa. Si yo te pusiera el disco sin las voces, te parecería otra cosa muy distinta. La ecualización, la forma en la que hemos usado las reverbs y cómo hemos dispuesto las voces, incluso los coros de Anni B Sweet, le dan un sonido muy particular. Recuerdo pasarle el disco a Jordi Llansamà, de BCore, que además tiene un buen equipo hi fi, para que lo escuchara, y me decía que la disposición de las cosas en el disco resulta muy curiosa. Como si las voces sonaran fuera del disco, aunque estén dentro. Queríamos experimentar con eso y que el sonido fuera muy particular, porque la verdad es que muy pocos grupos de aquí tienen la costumbre de no querer sonar como los discos de los demás compañeros. Yo quiero que mis discos suenen a lo que yo hago, y no a León Benavente, porque para eso ya están ellos. Y digo León Benavente porque ellos sí buscan siempre un sonido muy particular. Ahora que todo es tan clónico, incluso entre compañeros, yo quiero estar todavía más fuera de todo eso. Lo que estoy intentando en los últimos años es no ser el protagonista de mi propia historia. Hago esto porque me gusta mucho escribir canciones, e intento hacerlo cada vez mejor. Pero mejor para mí. No por los demás.

Además, se nota que vuelve a ser un disco muy pensado como una secuencia lógica, y no como una simple colección de canciones. Algo también a la vieja usanza.
Sí, yo soy un poco antiguo en eso. Lo entiendo de una forma muy romántica, aunque sé que no tiene ningún sentido lo que estoy haciendo (risas). Secuenciarlo de forma que tenga una narrativa, como si fueran capítulos, es algo muy antiguo ya. Pero claro, yo tengo una edad ya, esto es lo que sé hacer y también disfruto con artistas que no son de mi generación y están haciendo cosas muy interesantes y que pueden sacar canciones sueltas que son increíbles. Es otro concepto. Sé que es absurdo y muy laborioso seguir haciéndolo como yo lo hago, pero al mismo tiempo te digo que, cuando estaba acabándolo, pensaba que este puede ser el último que haga de esta forma. Ahora mismo tengo en la cabeza hacer otra cosa mucho más experimental. El viaje que he hecho como músico es curioso, porque venía de un grupo (Madee) que tenía su parroquia, y de repente con The New Raemon me encontré con un público distinto y mucha gente en los conciertos. Y muchas puertas que se abrían, porque había gente que decía que yo había inventado algo. Como si me copiaran, algo que a mí me da igual, porque no puedo seguir estando todo el rato haciendo lo mismo. He ido sobreviviendo, y ahora ya hago discos solo porque me da la gana, porque es muy difícil ganarse la vida con ellos. Si tuviera que vivir de los royalties… he ido viviendo de los conciertos que hago, y cada vez es más difícil porque es todo muy precario. He aprendido a vivir con mucho menos, pero tengo la suerte de poder seguir haciendo lo que me gusta. Y cuando has pasado los tres primeros monstruos del videojuego, ya te da todo igual. Me da igual que compren el disco o que vengan a los conciertos. Ya es una cosa personal conmigo mismo. Si hay gente que lo valora y lo disfruta, es fantástico. Pero no es lo esencial. Con todo lo que ha cambiado la industria en los últimos quince años, es como si estuviéramos obligados a presentarnos de una forma determinada, siempre inspirando imagen de éxito constante, y se da por sentado que tienes que estar vendiendo tu historia constantemente, y a mí eso me da un poco de urticaria. Voy a la contra de todo eso. Yo ya soy un dinosaurio, no tengo que demostrar nada. Lo que no sé es si seguiré haciéndolo igual, porque en este disco se me ha ido un poco la olla en ese sentido.

El disco está grabado de nuevo en La Mina, el estudio de Raúl Pérez en Sevilla, y masterizado en Ultramarinos, con Víctor García. Dos ingenieros de sonido a quienes conoces bien. ¿Qué porcentaje del resultado final se le podría asignar a cada uno?
Casi todos los productores con los que he trabajado son muy tranquilos, gente que me inspira mucha calma, y Raúl lo es. Habitualmente me adapto a esa calma, porque yo también soy tranquilo, pero más inquieto. Raúl es entrañable, muy parco en palabras, porque es tímido, pero conecta totalmente con el lenguaje que estás usando. Él es como si fuera Bob el Silencioso en las películas de Kevin Smith, que está siempre ahí, pendiente de todo, y cuando comenta alguna cosa es porque es realmente importante su análisis, y debes escucharlo. Y con Víctor en el mastering es confianza plena. Con ambos, cuando me envían las mezclas y el mastering, no tengo que cuestionar nada, todo está perfecto porque entienden muy bien lo que tienes en la cabeza, que es algo muy difícil. Como les pasaba a los Beatles con Geoff Emerick, que sabía exactamente cómo tenía que sonar la guitarra de John Lennon. Ellos ya ven por dónde vas a ir desde que escuchan tu maqueta. Y trabajamos con mucho tiempo por delante, si no, no podría hacer cosas como “Días de rachas grises”, que son más arriesgadas que las que hacía antes, y no salen tan rápido.

"Hay que permitirse el lujo de parar un momento a mirar lo que te rodea. Y no lo vemos. Y ahora menos, porque tenemos un dispositivo en la cara todo el día".

Ya que hablas de canciones concretas: dices que “Aunque maldigas entre dientes” está inspirada en el patrón rítmico de “The Hanging Garden”, de The Cure, ya que de joven escuchaste mucho "Pornography" (1982), y querías escribir una canción basada en esa idea de usar un ritmo primitivo y repetitivo para construir la base. Ya en el anterior álbum había una reconocida influencia de un disco suyo como "Wish" (1992), aunque fuera solo como punto de partida.
Es que yo aprendí a tocar la guitarra escuchando a The Cure, siempre han estado ahí, forman parte de mi educación sentimental. De los 12 a los 15 años les estuve escuchando a dolor. Una de mis mejores amigas del instituto de entonces, Yasmina Mauricio, era súper fan y me pasaba los vinilos, incluso tengo alguno suyo que no le he podido devolver. Descubrir a los Cure, los Clash y los Ramones es lo que me abrió la cabeza.

Es una influencia muy sutil, en todo caso. No es, qué sé yo, como la que mostraban Love of Lesbian cuando cantaban en inglés…
También he de decir que yo he escuchado muchos discos, tenía incluso un grupo de versiones de Faith No More. Tengo este registro de voz porque he cantado en muchos estilos distintos. Es como quien canta en una orquesta. Como Bisbal (risas). Pues con los discos es lo mismo. Podría estar escuchando a The Cure, o discos de Dylan de mi padre, o Sepultura, o Pantera, que me flipaban. Lo que haces no deja de ser un batiburrillo de todo lo que has escuchado, pasado por el filtro de cómo al final lo interpretas. Y de ahí sale tu propio lenguaje, que no deja de ser una sopa muy curiosa de todas esas cosas. Entonces, aunque la canción no tenga nada que ver con la de The Cure, sí viene de ese patrón rítmico. Me di cuenta porque es una canción de The Cure que puedo haber escuchado miles de veces, en repeat.

En “El árbol de la vida” dices: “Empezamos a morir al nacer, luego brota la semilla del miedo. La del odio crece después. Vivir es cierto, morir también. La vida quita, la vida da”. Suena muy trascendente, incluso arriesgada por eso mismo, muy personal.
Yo la veo muy transparente. Hay muchas influencias en ella. Lo de “vivir es cierto, morir también” es una frase que leí, de Roser Bru, en una entrevista en Jotdown que le hizo Paula Bonet en Chile. La muerte es como un tabú, no entendemos que es como un viaje. Y todo forma parte de la vida. Ya me salió esa primera frase, con un fraseo un poco a lo Franco Battiato (risas). Y no deja de ser un tema central del ser humano, la muerte, lo que pasa es que no hablamos de ella. Porque nos da miedo, por desconocimiento, porque no te educan a estar preparado para perder a un ser querido. Y te has de preparar. Habla de eso, de buscar la belleza en eso, tener en cuenta que eso existe, aunque parezca que no está bien sentirlo. Entiendo que no es comercial, y puede que a alguna gente no le apetezca escuchar algo así, pero si te paras a escucharla, hay también una belleza en eso.

“Ruido de explosiones” es aún más cruda, cuando dices lo de “levantarse, acostarse, caminar, sentarse a trabajar”, que me recuerda a la idea que transmitían los Godfathers en Birth, School, Work, Death. Puede que sea la canción más oscura del disco.
Hay que darle visibilidad a lo absurdo. La forma de vida que tenemos es un poco absurda. Por el sistema en el que estamos metidos. Para mí es una canción antisistema estando dentro del sistema (risas). Creo que mucha gente se siente así a veces, y no hay nada malo en explicarlo. Yo estoy harto de canciones de happy flowers. También está bien hablar de cosas de las que hablarías con tranquilidad con un amigo. ¿Por qué no plasmarlo en una canción que a lo mejor pueda ayudar a alguien?

Quizá es una conciencia que se adquiere ya a partir de cierta edad, ¿no?
Sí, pero todo es por un tema de educación. No nos enseñan a vivir la vida. Ocupan nuestro tiempo con ciertas convenciones. Cuando eres más mayor, cuando tienes un bagaje y has ido y vuelto un par de veces, empiezas a pensar de esta forma, y es cuando te dices, “si lo hubiera llegado a saber, pues hubiera aprendido a vivir la vida antes”, no como la describo en la canción. Hay que permitirse el lujo de parar un momento a mirar lo que te rodea. Y no lo vemos. Y ahora menos, porque tenemos un dispositivo en la cara todo el día. ¿Por qué no hacer una canción así, aunque no interese? Es un poco como lo que hacen otros compañeros muy bien, metiéndole texto más literalmente político. Pero es que para mí esta canción es política también, pero sin enarbolar bandera alguna. Es una perspectiva más humanista. Es la onda en la que estoy ahora. Comercial, como puedes ver (risas).

“Días de rachas grises” es seguramente la que más se aparta de la tónica general. Hay como una clara influencia del cante flamenco. ¿Es una música que escuchas habitualmente? ¿Tiene algo que ver la colaboración con Rocío Márquez en el disco anterior?
Ese tipo de música ha estado siempre en casa, porque mi madre es catalana pero su familia es de Sevilla, y mi padre es de Estepona (Málaga), así que siempre ha estado ahí. Soy catalán, pero tengo raíces andaluzas. Casi todos mis últimos discos los grabo en Sevilla, está Javi Vega, de Maga, al bajo, y de alguna forma es como que he ampliado ese vínculo de sangre. Y ha despertado en mí un rollo más sureño, que se ha ido cogiendo. Precisamente la iba a cantar Rocío Márquez, pero enfermó y no pudo ser, a la pobre le pilló en plena convalecencia. Sí que está Anni B Sweet en el disco, y fue increíble contar con ella. Todo lo hizo desde su estudio, y es de las personas más aplicadas que he conocido en mi vida. Me envío como tropecientas pistas por cada una de las tres canciones en las que canta, que son las que más le gustaban: “Luna creciente”, “Aunque maldigas entre dientes” y “Días de rachas grises”. Fue muy divertido, ella me avisó, porque había como quince propuestas diferentes de coros para cada canción, y me las escuché todas, claro, porque de cualquiera se podía extraer oro. Ha quedado increíble, pero podían haber sonado muy distintas si hubiéramos optado por cualesquiera de las opciones que descartamos.

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