Siempre hay un precio. Los Secretos
Libros / Álvaro Urquijo

Siempre hay un precio. Los Secretos

7 / 10
Eduardo Izquierdo — 14-03-2022
Empresa — Espasa

En su momento, Álvaro Urquijo manifestó no estar muy de acuerdo, por decirlo suavemente, con la única biografía existente de Enrique Urquijo y, de paso, claro está, de Los Secretos. Parece ser que “Adiós tristeza” de Miguel Ángel Bargueño se centraba, en opinión del actual líder de la banda madrileña, demasiado en las partes más escabrosas de la vida de su hermano y no en la música como él esperaba. Pero es que separar a Enrique Urquijo de sus demonios se me antoja no solo difícil, sino deshonesto para con el lector. En todo caso, si Álvaro pretendía de alguna manera lavar la imagen de su hermano, omitiendo o pasando de puntillas por ciertos temas –que uno desconoce si son ciertos o no, por lo que admite cualquier opinión– lo ha conseguido solo a medias. Primero porque, a veces, esa omisión de datos aparenta ser demasiado forzada, calculada y premeditada.

Pero, sobre todo, porque en su empeño de mostrar que su presencia en Los Secretos no es baladí, y lo dice alguien que siempre ha sido fan de su aportación a la que considero injustamente ensombrecida en muchas ocasiones, se le escapa algún detalle que convierte a Enrique en alguien a quien sus problemas personales hacía ser injusto con sus compañeros y a veces incluso tirano. Es aquello del “Enrique tenía un problema”, pero por eso “no me acreditaba en las canciones”, aunque lo perdono porque era mi hermano… pero te lo suelto en un libro. Ejem. Igual la intención era buena, pero el camino se ha llenado de tierra.

También asoma en el libro cierto aire de ajuste de cuentas con algunos personajes de la historia, llevándose la peor parte el manager Manuel Notario o la acordeonista Begoña Larrañaga. Siempre, eso sí, con el mantenimiento de las composturas. No vaya a ser… Por eso creo que aunque el libro es de adquisición obligatoria para cualquier secretista, Álvaro Urquijo ha patinado. Y un día me gustaría preguntarle el porqué. O nos ponemos a contarlo todo o no, pero las medias tintas siempre emborronan la lectura. Y aquí queda la sensación de que falta mucho por contar. Demasiado terso. Demasiado suave. Demasiado sutil.

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