¿Cómo llegó el punk a Barcelona y alrededores? ¿Quiénes fueron los verdaderos pioneros?¿Qué papel jugaron las drogas? ¿Qué espacios acogieron a los primeros grupos punk y hardcore de la ciudad? Las respuestas a todas estas preguntas, por boca de sus protagonistas, puedes encontrarlas en “Harto de Todo”, un libro publicado originalmente en 2011 y rescatado ahora por la editorial Males Herbes con material adicional.
Digo rescatado porque “Harto de Todo” agotó sus dos primeras ediciones en cuestión de meses y llevaba más de una década convertida en una obra de culto descatalogada a pesar del incalculable valor de los testimonios recogidos por el autor del libro, Jordi Llansamà, bajista del grupo de hardcore 24 Ideas y fundador del sello independiente BCore Disc en 1990.
Llansamà, que decidió ingresar en el movimiento punk cuando tenía 17 años tras un concierto epifánico de Decibelios en 1984, firma una historia oral en la que participó una treintena de protagonistas como Silvia de Último Resorte, Kike de Kangrena, Bolo de Subterranean Kids, Quique de Skatalà y Manel de los citados Decibelios, por citar algunos.
Las más de 600 páginas de esta esperada tercera edición incluyen un prólogo en primera persona de Kiko Amat, quien explica con mucha gracia su introducción en la comunidad punk periférica de su Sant Boi natal -“la existencia cotidiana palidecía, se convertía en insignificante y pueril, al lado de la nueva experiencia”- y pone en valor la investigación de Llansamà. Y es que el escritor y periodista cultural considera esta obra como “el mejor documento sobre una subcultura publicado en nuestro país” y los pone al nivel de obras de referencia como “Por favor mátame” o “Banned in DC”. No exagera.
Los participantes en este libro [la única ausencia destacada podría ser Morfi Grei, de La Banda Trapera del Río, aunque ellos ya tienen su propia biografía e incluso un documental] crearon de la nada una subcultura marginal y la defendieron hasta las últimas consecuencias frente a la violencia sistémica ejercida por una España post-franquista que no admitía la más mínima expresión de disidencia. Como bien explica Amat, “formar parte de una tribu, especialmente la punk en Barcelona y extrarradio, no facilitaba la vida; más bien todo lo contrario”. En ese sentido, asegura Dimony, de Attack, ellos fueron “más punk” que los británicos: “En Lonres era una moda, estaba apoyada por una tendencia y por alguna tienda. Aquí llevando esas pintas te jugabas el físico diariamente”.
Ciertamente, el sistema toleraba la nueva ola filo-punk surgida en Madrid, encabezada por bandas como Radio Futura, Parálisis Permanente y los Pegamoides y amparada por el progresista Tierno Galván, mucho más festiva y hedonista. El punk gestado en la Barcelona preolímpica era más radical y autodestructivo, como apuntan los protagonistas. El binomio punk y drogas, sobre todo heroína y speed, queda patente en prácticamente todas las conversaciones recogidas por Llansamà para este libro. “De mis colegas de esa época quedará un 20 o un 15%. Las drogas hicieron muchos estragos esos días”, explica Panko de Último Resorte. “Claro que corrían las drogas, pero igual que siguen corriendo drogas de otro tipo hoy en día, en las escenas de ahora”, puntualiza Ángel de Fernopaticss y GRB.
En cualquier caso, esa primera generación de bandas con sonido primitivo y mensaje nihilista descubrieron otra manera de canalizar su rabia y malestar de la mano de bandas estadounidenses como Dead Kennedys y sobre todo MDC. “Cuando vi a los MDC pensé que eran aconsonantes, pero también sabía que sonar así necesita mucha dedicación. El hardcore llevaba unos mensajes más elaborados, era más positivo”, cuenta Boski, guitarra de Shit S.A. Con la aparición en escena de estas dos bandas, más políticas, caló otro mensaje: “Haz con tu vida lo que quieras, pero sé más consciente para poder atacar al sistema”, recuerda Panko, batería de último Resorte y cantante de Attak. No son los únicos que destacan la influencia de unos estadounidenses que respondían a las siglas Millions of Dead Cops, que tocaron en la antigua sala Zelete con Kangrena en 1984. Dave Dictor, cantante de la banda, recordaba así, vagamente, para el libro, su primer concierto en España: “Nosotros sabíamos toda la mierda que había hecho Franco con el país, así que eso se podía palpar en el ambiente, en la gente, en sus caras”. Que su bajista entonces hablara castellano y pudiera explicar de qué iban sus letras, con alto contenido político, ayudó y mucho.
Casi cuarenta años después de los hechos, las historias y las confesiones personales de estos “auténticos kamikazes”, como los llama Llansamà en el nuevo epílogo, emocionan e inspiran a partes iguales. Porque crearon algo puro, construyeron una escena donde antes no había nada, con medios rudimentarios, sin una finalidad o ambición comercial. Era música hecha por ellos y para ellos, apoyada únicamente por fanzines, la emisora libre Radio Pica y espacios como la tienda Informe y Kafe Volter. Son historias de verdadero DIY y rebeldía, protagonizadas por gente valiente e innovadora, pero también recoge historias de excesos y finales trágicos.
La sensación que te deja su lectura es agridulce y justamente por eso, porque no persigue exaltar nada ni glorificar a nadie, solo documentar con la mayor honestidad posible, merece la pena sumergirse durante horas en este “Harto de todo”, un volumen visualmente impagable por su ingente cantidad de imágenes inéditas.
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