Hay una serie de obras de referencia –“Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo” de Albert Hofmann o “Sueños de ácido. Historia social del LSD: la CIA, los 60 y más allá” de Martin A. Lee suelen ser las más recurrentes– que explican a la perfección la influencia cultural de las drogas psicoactivas y la singular fascinación que ejercieron durante la segunda mitad del siglo XX. A partir de los años sesenta, los movimientos contraculturales llegados del otro extremo del Atlántico, abogaron por una nueva forma de entender el mundo y, con él, las relaciones humanas. Cada generación tiene su droga y, en un contexto político marcado por la Guerra Fría y la guerra de Vietnam, la sociedad de consumo y los cimientos de un nuevo capitalismo –más feroz, más deshumanizador–, la cultura psicodélica abogó por la experimentación y la introspección como mecanismos para el autoconocimiento, tanto de los demás como de nosotros mismos. Fueron los días dorados de la dietilamida de ácido lisérgico, más conocida como LSD.
Don Lattin propone una obra que permite conocer los entresijos de un proyecto de investigación con sustancias alucinógenas monitorizado por tres académicos (Timothy Leary, Huston Smith, Richard Alpert) y un estudiante (Andrew Weil) que no sólo cambió sus vidas para siempre, sino que tuvo una influencia insondable en la cultura de los años sesenta y setenta. “Estos cuatro personajes –dice Lattin– fueron los encargados de preparar el terreno para la revolución social, espiritual, sexual y psicológica que estallaría en los sesenta”. El lugar, el escenario de excepción, fue la Universidad de Harvard (Massachusetts), en la que los cuatro protagonistas principales del libro tuvieron la suerte de coincidir; su relación personal y profesional no sólo cimentó los pilares de la era psicodélica, sino que permitió redefinir la percepción en torno a la droga no como algo sórdido o peligroso, sino como una oportunidad única para explorar los límites de la mente humana.
Habiendo podido adoptar forma de ensayo y poco más, “El club psicodélico de Harvard” debe entenderse como un ejercicio de no ficción narrativa en la que, incluso los mismo diálogos, han sido revisados por las fuentes originales. Es por ello que Lattin ha conseguido culminar una obra que se sostiene y que se disfruta por su sólida contextualización histórica, pero también por profundizar debidamente en las vidas de estos cuatro psiconautas, entre los que destaca Timothy Leary por haber sido el más mediático de todos ellos. Él, que animó a toda una generación a dejarse llevar, hizo que John Lennon explicase en “Tomorrow Never Knows” (“Revolver”, 1966) su experiencia lisérgica bajo la tutela y compañía del “mago” Leary.
“El club psicodélico de Harvard” aporta numerosos datos sobre los primeros experimentos con el LSD, y que nos remontan hasta los días de Albert Hofmann –su descubridor accidental– hasta la práctica de experimentos extremadamente radicales para aquella época (en algunos, por ejemplo, se quiso comprobar si una altísima exposición al ácido podría crear “una clase distinta de humanos”) que llevaron a la fama a estos cuatro hombres, pero también a la impopularidad por los choques con las instituciones, tanto las policiales como las políticas. Y, como en muchas otras historias, aquí hay amistad, paz y amor, pero también el reverso oculto de la envidia, la puñalada trapera, la alta traición.
Lectura ágil y interesantísima –traducida al castellano por Inés Clavero– que aporta una crónica muy completa sobre el auge del LSD y que, si cautiva desde sus primeras páginas, es por la profunda dimensión humana de sus protagonistas.
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