Amarga como el peyote
Libros / Johnny S. Moon

Amarga como el peyote

7 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 12-05-2023
Empresa — Proyecto Estefanía
Fotografía — Archivo

La mejor forma de homenajear a un género es subvertirlo. Que se lo digan a Quentin Tarantino. Y el western también está para eso. Para reírse de sus códigos de honor. Para estirar sus tópicos carcelarios y acabar reventándolos. Para jugar con sus veladas connotaciones sexuales. Para ponerlo patas arriba. Y eso es lo que ha hecho Johnny S. Moon (si sois habituales de esta publicación, no hay que ser un lince para averiguar quién está detrás) en este “Amarga como el peyote” (2023), uno de los libros de bolsillo de la colección Relatos del Oeste de Proyecto Estefanía, que rinde tributo ya desde su mismo nombre a los bolsilibros de Marcial Lafuente Estefanía (1903-1984), escritor de más de dos mil novelas del oeste a lo largo del siglo pasado, y a muchos otros autores patrios camuflados en nombres como Silver Kane, Lou Carrigan o Curtis Garland. Injustamente denostado por aquellas sobremesas en las que tenías que tragártelos por la tele sí o sí (hablo de hace unos de cuarenta años, la infancia de quien firma, el pleistoceno superior), el western cobijaba algunos de los aspectos más trascendentales de cualquier historia con ánimo de trascender: el heroísmo, la nobleza, la fidelidad, la farra, el sexo. Eran el molde. Hasta de “As Bestas” (Rodrigo Sorogoyen, 22) se dice que es un western rural, aunque en ella no veamos ni un sombrero de cowboy.

El poblado de Desert Hole es el emplazamiento imaginario de esta colección –con portadas del dibujante de cómics Jaume Pallardó–, de la que este libro es ya (si no me equivoco) la décima entrega, tras las escritas por Vicky Gatekeeper, Heme Brazo, Mr. Perfumme o Sara Olivas, entre otros. El autor se marca aquí un relato a ratos desternillante, repleto de diálogos ágiles y mordaces, personajes cuyo perfil se traza en unas pocas pinceladas y desvíos lisérgicos (el peyote, claro), que se lee en un soplo y transmite más connotaciones de las que su condición de lectura ligera pueda en un principio sugerir. Y forma parte de una bonita e inteligente forma de reactivar un género, el de las novelas cortas del oeste, al que rescatar no como una operación nostálgica sino como una pertinente puesta al día. Depara algunas buenas risas, sí. Pero también acertadas reflexiones sobre el telón de fondo de un mundo que no volverá.

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