Savage Hill Ballroom
Discos / Youth Lagoon

Savage Hill Ballroom

7 / 10
Jorge Ramos — 24-09-2015
Empresa — Fat Possum
Género — Pop

Crear realidades a partir de otras. Quizá porque hay discos cuya llegada hay que saber esperar, debe de haber otros que hay que quitárselos de encima, y "Savage Hill Ballroom" parece uno de estos. En su disco más alambicado, pero también paradójicamente el menos efectista y seguramente el menos histriónico, Trevor Powers entrega diez composiciones que parecen apenas esbozadas, desplegadas generosamente hasta coger un vuelo altísimo pero a menudo concluidas repentinamente, como si hubiera cosas que dejar atrás. Sin rastro de autoparodia de género, sobre el tercer trabajo de Youth Lagoon sobrevuelan el dolor por la pérdida de un amigo y la exorcización de los demonios o la demonización de un exorcismo, que una vez metidos en el barro todo se hace bola.

Formalmente rotundo por momentos, como en la apertura con "Officer Telephone" o en el mecano infinito e interrumpido que es "The Knower", y marcado por la voz élfica de Powers, más acusada si cabe que en anteriores entregas, el disco deja entrever en todo momento que por dentro hay algo que se ha roto. Pero el trabajo viene primero. Hay fuegos, pero no hay fuegos artificiales, no hay nada cuya razón de ser no pudiera ser defendida ante un tribunal. De eso va la libertad creativa bien entendida, de ser libre para no pensar si las cosas tienen sentido. "Highway Patrol Stun Gun", tambien enriquecida hasta la tapa, da paso a la lírica, y el piano termina por situarse en el centro en títulos como "Doll's Estate", "Rotten Human" o la académica "Kerry".

El gran hallazgo, eso sí, llega en los pasajes en los que se conjugan mundos lamentablemente tan alejados a menudo como la poesía y lo digital, con "No One Can Tell" como feliz muestra. Atrapado en reflexiones como "Todo el mundo quiere pensar que su suerte cambiará cuando no es así" o "¿Cómo se supone que debemos saber lo que es real?", Powers escapa hacia delante en la confusión de la vida sin la ayuda de Dios ni de la ironía, otro tipo de confusión sobre la que nadie nos había avisado. Y el resultado, un ejercicio de extraña honestidad de francotirador autolesionado, abre interesantes caminos para un artista que ha decidido pelear bajando la guardia.

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