Activadas las expectativas ante este nuevo volúmen de The Mars Volta. La formulación del arte voltiano está de algún modo escrito en un lenguaje poco accesible a la teoría; su manera de interpretar los tiempos es única y aquí en “Lucro Sucio; Los Ojos del Vacío”, la banda comandada por la yunta Rodríguez-López/Bixler-Zavala vuelve a ofrecer un ensayo desafiante en tiempo y forma.
Pero pongamos un poco las ideas en contexto, que nos marea la psicodelia. The Mars Volta vienen de triunfar en una vuelta por todo lo alto en 2022 con su disco homónimo, el primero en diez años, una contestación punk a su manera, un disco pop (y magnífico, digámoslo) para los cánones habituales de la banda, tributos sobrados de secuencias en plan introspección-vuelo-alunizaje.
En esta ocasión, presentan un disco que es claro familiar de su predecesor, pero como en toda buena familia, siempre hay quien rompe el molde con lúcida rebeldía, a la cual, según los lentes con la que se la mire, se la puede calificar también de madurez. Y aquí aparece un primer punto clave: The Mars Volta es una banda que envejece maravillosamente y no lo digo por el hecho de que ninguno de sus integrantes esté falto de cabello o sobrado en grasas, sino porque la optimización de recursos que dan los años, por un lado, pero también la evidente cantidad de sed creativa incesante, hacen que la magia aparezca en estas canciones y se quede en ellas.
En anteriores obras de la banda –sobre todo en las comprendidas entre 2006 y 2012– los impulsos de inventiva súper poblaban las canciones y a ratos se perdían en ese lenguaje que hacía referencia unas líneas atrás, volviéndose algo inalcanzable. De algún modo, cuando uno llegaba a atestiguar esa magia única del grupo, la misma se le escapaba de entre los dedos como arena.
Pocos detalles se saben de “Lucro Sucio; Los Ojos del Vacío”. Aclaremos que es un disco que tocaron en directo por sorpresa en febrero de este año y que, previo a su lanzamiento, poco y nada se ha dado a conocer por parte de la banda o del sello, Clouds Hill, de Hamburgo. Pero hay algunas certezas que se desprenden de la propia escucha, claro, por ejemplo que es admirable y sorprendente el foco con el que Omar Rodríguez-López se desdibuja como guitarrista y asume un papel mucho más preponderante, el de director. De hecho, en la canción “Un disparo al vacío”, la número trece –de dieciocho en total que tiene el disco–, asoma la primera guitarra con ánimo de imponer mood, entre irresistibles percusiones. Esta canción contiene una particularidad extra: a pesar de que casi todos los nombres de las canciones son en castellano, esta es la única que tiene un puente en el idioma de Cervantes.
También hay luz en el trabajo de Cedric Bixler-Zavala, contoneando sus cuerdas vocales a ritmo cardíaco, sintiendo en distintos estadíos anímicos e interpretando con total solvencia. Está aquí otro músico que a esta altura se puede considerar como la joya de la corona del grupo, hablamos del pianista argentino Leo Genovese (también colaborador de Residente, Esperanza Spalding, Wayne Shorter y un infinito etcétera) que se encarga de pianos, sintetizadores y saxos, pero sobre todo se ocupa de asegurarse que las necesidades de las canciones sean satisfechas como lo merece la leyenda.
Las letras dibujan mundos interiores, pensamientos que se hacen carne sonando en la deformidad de la voz de Bixler-Zavala, customizada por efectos que recuerdan a la época en que Jeremy Ward se encargaba de tal lisérgica tarea.
En cuanto a lo estrictamente sonoro, este es un paseo por varias de las obsesiones de Rodríguez-López: lo dramático se da la mano con lo compasivo, el candor latino con los paisajes lunares. Hay raíces en los tambores de “Enlazan las tinieblas”, en la que el saxo de Genovese hace de alfombra mágica sobrevolando un ritual tribalista. Sigue el alma caribeña en “Voice In My Knives” y su hermana melliza “Poseedora de mi sombra” que no son boleros, no, pero hace que nos preguntemos ¿cómo sonaría un bolero en manos de estos delirantes? La combinación de “The Iron Rose” y ”Cue The Sun” va desde lo litúrgico al post-punk mental.
En general el color del disco es del interior, el de las conexiones de un sintetizador vintage, ese aparato que revolucionó la tecnología musical, pero que más de uno asegura que tiene corazón. El final es para ponerlo en un cuadro: la preciosa y pianística “Morgana”, prepara el terreno para uno de los pocos arrebatos free-jazzeros de todo el minutaje, el reprise de “Cue The Sun” que abre el portal para el tema que lo cerrará “Lucro Sucio”, una odisea con señales de tránsito gobernadas por voces casi robóticas al reverso, percusiones macumberas y, otra vez, un saxo en plan deidad intocable. Mejor contar qué pone la letra y dar a saber que con estas palabras termina esta maravilla de trabajo: “El lucro más sucio reside en lo desconocido/Puedes esconderte en las colinas hasta que se nos hiele la sangre/Al tormento lo persigo con nitroglicerina/He sembrado la tierra con la fe de mis ojos de rifle/Esto lo sé porque viví las tierras remotas que vagamos”.
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