Lodestar
Discos / Shirley Collins

Lodestar

8 / 10
David Pérez — 16-11-2016
Empresa — Domino
Género — Folk

Siempre se canta por amor o desamor y a veces, hasta se deja de hacer por ello. La voz de Shirley Collins se apagó hace más de 30 años tras la separación de su marido Ashley Hutchings. “Se dañó mi voz, mi ego, mi corazón y todo lo demás… No era capaz de cantar”. “For As Many As Will” (78) fue su último álbum de estudio, ese mismo año, durante una actuación en el Teatro Nacional, Collins abrió la boca y sólo salió silencio. Le diagnosticaron disfonía y se retiró de los escenarios. Pero como decía Cohen, “hay una grieta en todo, así es como entra la luz” y, 35 años después, la luz volvió a entrar en Shirley y subió a las tablas en 2014. Ahora, tras casi cuatro décadas, el milagro es completo: Shirley Collins, con 81 años, lanza su nuevo disco “Lodestar”.

Se abre el telón con una intrigante canción dividida en cuatro piezas, que recuerda a “A Song Story” del majestuoso “Anthems In Eden” (69): el Apocalipsis inminente que anuncia “Awake, Awake”, la épica instrumental de “The Split Ash Tree”, el villancico “May Carol”, que parece esconder algo siniestro tras los buenos deseos y la danza final en “Southover”, más alegre y melódica que el resto, pero salpicada de la oscuridad inicial. Un aura mágica y sombría se extiende a lo largo de las diez pistas que Collins ha elegido para rejuvenecer una vez más la tradición folk británica, describiendo un mundo poco esperanzador, violento y con la muerte siempre acechando en cada esquina.

En “Cruel Lincoln” la caja de música esconde una horrible pesadilla. La guitarra acústica se abre paso entre el armonioso canto de los pájaros (grabado en el jardín trasero de su casa), mientras la voz de Shirley nos mece y un charco de sangre crece, poco a poco, en la historia que nos narra. La sutileza de Ian Kearey (Oysterband) a las cuerdas y acordeón es fundamental y unificadora, creando nuevos matices y colores en la oscuridad resplandeciente de cada una de las interpretaciones. Siguen las malas pasiones en “The Rich Irish Lady”, la historia de una mujer rica que rechaza el amor de un doctor y luego, cuando ella enferma, él se niega a atenderla en venganza. El baile sobre tumbas nos da un respiro con la ligereza y alegría de “Old Johnny Buckle” o con la belleza contenida de “Sur le Borde de l’Eau”, aires de Louisiana en una antigua canción cajún que Collins cocina a fuego lento.

Es toda una declaración de intenciones elegir como sinlge “Death and the Lady”, versión que se aleja de aquella primera que grabó junto a su hermana Dolly Collins, hace ya casi medio siglo. Esta interpretación concentra la austeridad que palpita en su reaparición, y los arreglos de cuerda, brillantes en toda la obra, terminan por darle una solemnidad y trascendencia mágica que se filtra por cada surco de “Lodestars”. Todo termina con “The Silver Swan”, el canto del cisne antes de morir. Cierre perfecto pero amargo, que huele a despedida velada tras un último resurgir.

Shirley Collins sigue transpirando historia, dignidad y verdad en cada fraseo. La emoción ha vuelto para quedarse, ha renacido como una flor que se abre paso entre la nieve.

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