Companionship

Desde que el australiano, aunque afincado en Reino Unido, Joel Sarakula apareció en el primer plano musical siempre he pensado que su propuesta era ciertamente difícil de encajar. Su música, con evidente aroma a soul bailongo, tiene un aire soft que puede parecer demasiado edulcorado para los amantes de lo más arraigado del género, y no lo suficientemente gomoso para los que pierden el alma en una pista de baile. De hecho, siempre he pensado en él como una versión contemporánea de Bee Gees, uno de mis grupos favoritos, y que por cierto se marcaron el mismo camino que el amigo Joel hacia la madre patria, pero viviendo en una época bien diferente a la de los hermanos Gibb, cosa que lo puede hacer parecer fuera de lugar. No es este el único nombre que asoma a mi mente con este “Companionship”. También lo hacen los de Hall And Oates, Steely Dann, Al Jarreau o Bozz Scaggs, artistas que, dicho sea de paso, me interesan bastante menos.

Sarakula es un flojeras. El que busque en su música el rugido del soul más sudoroso, ya se puede ir echando a un lado. En cambio, aquellos que disfruten con melodías sencillas, guitarras limpias y sintetizadores adornando una buena cantidad de juegos de voces, volverán a pasárselo pipa. Porque Joel ve en esa sensualidad de su propuesta su punto fuerte, e incide en él. Algo que a algunos gustará y a otros no, pero que sin duda lo definen como artista. Sonido al margen, el tipo ya nos ha demostrado anteriormente que puede escribir muy buenas canciones, y aquí se desmarca con otro puñado de ellas. Vamos, que sin ser un plato de los que uno se cocina habitualmente, puedo zampármelo del tirón y no salir empachado.