Fossora
Discos / Björk

Fossora

7 / 10
Salomé Lagares — 05-10-2022
Empresa — One Little Indian Records
Género — Experimental

En 2017, Björk se presentaba volátil: el paisaje de su “Utopia” era espacioso, delicado, compuesto principalmente por un revoloteo de sintetizadores, radiantes harpas, arreglos de flauta y auténticos reclamos de pájaro. Su voz se elevaba por encima de todo, una meditación sobre volver a encontrar el amor y cómo construir un mundo mejor. El mayor triunfo del álbum es que logra capturar una cualidad flotante, el sentimiento etéreo que suele traer consigo la promesa de un nuevo romance.

Cinco años, una pandemia y la muerte de su madre —la activista Hildur Rúna Hauksdóttir— después, es sorprendente descubrir que el inquebrantable optimismo que ha alimentado el espíritu de su música durante casi tres décadas todavía no la ha abandonado, tan solo ha cobrado una forma diferente. En una reciente entrevista con Elle, describe la época de confinamiento como un período de estabilidad, una oportunidad para crear rutina: “Me permitió lo que le permitió a muchos músicos, en el sentido de que pude ir contra la corriente y quedarme en casa durante dos años sin tener que ir al aeropuerto ni una sola vez”. En este oasis de tranquilidad y todavía procesando la pérdida de su madre, Björk se obsesionó con la idea de echar raíces. El momento de estar en el aire había terminado, quería volver a pisar la tierra.

Su décimo disco en solitario, “Fossora” —una aproximación al femenino del término latín para “excavador”—, es un intento de conseguir precisamente eso. Anclada por un sexteto de clarinetes e impredecibles erupciones de gabber proporcionadas por Kasimyn, del duo electrónico indonesio Gabber Modus Operandi, Björk se interroga a sí misma —y a nosotros— sobre la muerte, el duelo, la resiliencia y cómo la naturaleza nos empuja a conectar los unos con los otros. Pero aunque la premisa suene atractiva, el núcleo emocional de “Fossora” a menudo queda sepultado bajo el caos.

“Atopos”, single principal e introducción del álbum, es quizá la canción más anti-melódica de un proyecto que en general rehúye cualquier fórmula predecible. Una armonía vocal es rápidamente interrumpida por el bombardeo tecno que, imitando un ritmo de reggaetón, guía el resto de la canción. Irónicamente, las súplicas de Björk por una comunión absoluta (“Our differences are irrelevant / To only name the flaws / Are excuses to not connect”, reflexiona la islandesa) resultan poco eficaces por la falta de equilibrio del propio tema. Su llamada a la sinergia encaja mejor junto a los arreglos más moderados de “Ovule”, una canción en la que imagina los ideales platónicos como óvulos de cristal en una aterciopelada infinidad granate.

Las contorsiones de “Victimhood” también caen por el peso de su propia ambición: una lúgubre y oscilante tuba gobierna la primera sección de la pista, mientras Björk intenta desprenderse del consuelo enfermizo que halla en su convicción de que el universo está en deuda con ella. El ondeo oscuro y sinuoso del tema es llevado al naufragio por una superposición ilógica de clarinetes y sintetizadores palpitantes, una composición que carece de la contención y la elegancia que dirigen otro proyecto con texturas antitéticas como es “Homogenic” (97) y hacen de él un éxito.

De entre la tracklist brotan dos breves pistas instrumentales, edificadas sobre samples vocales que recuerdan a los experimentos de “Medúlla” (04). La primera, “Mycelia”, es un interludio a cappella que conjura una microscópica escena de hora punta. El ágil coro en “Trölla-Gabba”, la segunda, se tensa ante la irrupción de siniestros choques industriales.

A pesar de que probablemente estas fueron concebidas como las dos pausas para respirar de “Fossora”, el ritmo exaltado no cede realmente hasta la segunda mitad del largo, cuando la bruma se despeja en “Allow”, un descarte de “Utopia” (17) convertido en dueto de instrumentación plácida con la vocalista noruega Emilie Nicolas. Seguidamente, en “Fungal City”, el sexteto de clarinetes se mueve con gracilidad mientras Björk y el virtuoso cantautor serpentwithfeet hacen piruetas sobre ellos, compartiendo sus observaciones sobre la capacidad transformadora del amor (“His vitality / repolarises me / My north-south / shifts to east-west”). Más adelante, en la operística “Freefall”, no queda nada de la oposición que parece estimular el resto del álbum, y la cantante se deja arropar por “the fabric of our love-woven membrane”.

Aunque Björk se ha mostrado reacia a etiquetar “Fossora” como un “disco sobre el duelo”, las emociones que emanan con más fuerza del proyecto son aquellas que cimientan los dos temas erigidos como monumentos gemelos a su difunta madre: en el tartamudeo final de la elegíaca “Sorrowful Soil” —“You di-di-di-did well”, canta, acompañada por el coro Hamrahlid—, cristaliza la empatía vacilante que uno siente hacia un padre enfermo cuyas decisiones y filosofía no siempre han sido fáciles de aceptar. Y en la evocativa y fantástica “Ancestress”, con la ayuda de su hijo Sindri Eldon, retrocede en el tiempo para recrear la separación definitiva y celebrar las idiosincrasias de su madre, como su dislexia o las “falsetto lullabies” que solía cantarle a una minúscula Björk.

En una arrulladora yuxtaposición de armonías y metales, la pieza que cierra el disco, “Her Mother’s House”, recoloca a Björk en posición de madre en conversación con su hija, Ísadóra Bjarkadóttir Barney, que está intentando marchar del nido. Parece revertirnos temáticamente, pero en realidad es un complemento perfecto para “Sorrowful Soil” y “Ancestress”, e incluso para “Allow” y “Freefall”: mientras la cantante trata de hacerse a la idea de que querer a alguien significa liberarlo, “Her Mother’s House” solidifica que en lugar de como un álbum sobre echar raíces, “Fossora” funciona mejor como un álbum sobre dejar ir.

 

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