Ruge la bestia
Conciertos / Judas Priest

Ruge la bestia

7 / 10
Urko Ansa — 30-06-2018
Empresa — Live Nation España S.A.U.
Fecha — 28 junio, 2018
Sala — BEC, Bilbao
Fotografía — Unai Endemaño

No parecía fácil el envite. Que sí, que ya nos habíamos acostumbrado a Richard Faulkner, muy a nuestro pesar. Y aún seguían Ian Hill y Rob Halford. Y Glenn Tipton, claro. Pero éste último también se ha ido por el puto Parkinson, y esto ya es un bajón absoluto. Sin embargo, “Firepower” (2018) es un cañonazo que les devuelve su garra de siempre, después del controvertido “Redeemer of souls” (2014).

Sin que sirva de precedente, cometí esta vez el pecado de perderme a Lords of Black, algo que me duele profundamente. El que lee mis crónicas ya sabe que dedico especial atención a los teloneros, pero esta vez no pudo ser. Sobre Judas, admito que el nuevo disco ha supuesto un subidón colectivo y que, subidos a esa ola, la gira europea que acaban de estrenar este mes está siendo potente. Así, con mil ojos puestos en el nuevo guitarrista Andy Sneap, que mantuvo un perfil discreto, y Richard Faulker, que lleva el peso de la banda junto con Rob, nos disponemos a vivir con ojo crítico un concierto que llevábamos esperando 6 años, desde la última visita de los de Birmingham (cuando tocaron en el Velódromo de Anoeta).

Judas Priest optaría esta vez por un repertorio fundamentalmente antiguo, aunque no exactamente clásico, ya que hubo muchas sorpresas que me aventuro a decir que nunca habían tocado, al menos en los últimos 35 años. Para haceros una idea, quitando los temas nuevos, no hubo ni una de sus últimos cinco discos, y una sola de “Painkiller”, y una de “Turbo”. El resto, material entre 1976 y 1984 con especial ahínco en “British Steel”, del cual cayeron nada menos que cuatro. Rob Halford demostró grandes dotes de frontman y actitud de gentleman con el público, aunque, según me dijeron, estaba leyendo una chuleta con las letras de las canciones. No importa, a estas alturas no vamos a andarnos con exigencias con un hombre que lo ha dado todo por el Metal y se dispone a cumplir 67 años. Ian Hill, fiel a su estilo, demostró mucha clase. Eso sí, se mantuvo como siempre en un segundo plano, en la esquina derecha y al fondo. Richard es el guitar-hero de la plantilla, con un discreto Andy en el fondo. Richard tiene buenas poses, busca constantemente la mirada directa del público, y toca más agachado que tieso en ese empeño. Le falta el carisma de sus predecesores, pero clava las notas y apunta con la guitarra al cielo con la mano cornuda acompañándola.

Suena por los altavoces, por fin, “War Pigs” de Black Sabbath, hasta que, con un cuarto de hora de retraso suena ya la intro de “Firepower” y luego baja el telón de una manera espectacular para dar paso a “Firepower” en una explosión de fortaleza y alegría. El nuevo disco convence, y aunque solo tocaran tres de él, sonaron estupendamente, aunque pronto se vio claro que el público apenas los conocía, y que la buena acogida de “Firepower” se debía a que era la primera del concierto. “Grinder” suena, y los 4.000 fans allí reunidos no nos lo podemos creer. La explosión de júbilo es abrumadora, y la ebullición sube con “Sinner”, al término del cual una gran ovación y los Oe-Oés les dan su bendición y “The Ripper”, al cual el respetable acompaña con palmas, mientras en la pantalla gigante aparecen imágenes del Londres del siglo XIX, con mapas, recortes de periódicos e imágenes de las víctimas de Jack El Destripador. Vuelta al nuevo disco con el estupendo “Lighting strikes” hasta que saltamos de nuevo muy atrás con “Bloodstone” y la portada del mítico disco “Screaming for vengeance” reina en la pantalla. “Saints in hell” es la nueva sorpresa setentera. Ver para creer. No sé qué tipo de efecto utiliza el viejo Rob, pero suena estupendo, igual que antes en “The ripper”. La portada del “Turbo” –el disco de la discordia- es celebrada por la masa, que da la bienvenida a “Turbo lover”, a la vez que hombres de metal en formación ponen el ritmo durante toda la canción. Esto funciona.

“Tyrant” suena con fuerza y yo no me lo puedo creer. Creo que no he escuchado esta canción en directo en mi vida. Bien es cierto que Rob cambia el estribillo y pierde brillo, pero suena potente. Vinieron entonces “Night comes down” y “Freewheel burning”, ambos del “Defenders of the faith”. La primera parecía elegida para dar descanso a las cuerdas vocales de Rob antes de la descarga sin piedad de la segunda. Siguieron con la nueva “Rising for ruins”, un tema que personalmente no elegiría para el set, aunque de nuevo la voz de Rob lo agradeciera. Y a partir de aquí todo fue a degüello hasta el final, con un “You’ve got another thing comin’” matador y un “Hell bent for leather” bigger than life. En la primera, imágenes de fábricas, fundiciones, acerías, minas, cadenas de trabajo, fábricas de mujeres, obreros fichando en masa y un largo etcétera nos invitan a combinarlas con la letra e intentar traducirlo todo como un mensaje de un joven ambicioso que no se conforma con lo que le ofrece la sociedad. La segunda nos golpea con la clásica entrada de Rob con su Harley Davidson y el consiguiente regocijo de los metalheads que allí nos reunimos. Halford canta sentado en la motocicleta mientras imágenes de la película “Easy Rider” amenizan la escena. Scott Travis, batería que lleva en el grupo nada menos que 29 años (es curioso, era el nuevo y ahora es el tercer miembro más veterano) nos arenga con “Bilbao, we have time for another song” y “Painkiller” nos mantiene en la cresta de la ola, en el momento quizás más esperado por muchos, con el único representante de aquel trallazo de disco. Las imágenes de K.K. Downing y Glenn Tipton en la pantalla nos embajonan tremendamente. ¿Por qué no están aquí? Por su parte, Rob lo hace con dignidad en un tema dificilísimo, seguramente con alguna “ayuda”. Y con esta, se retiran en todo lo alto.

En un pis-pas saltan los músicos para darnos caña con tres temas seguidos del “British Steel”: “Metal Gods”, “Breaking the law” –con imágenes de sabotajes, manifestaciones y mucho fuego, siempre con la bandera inglesa ondeando (¿?)- y un “Living after midnight” que suena a despedida, con Rob luciendo una chaqueta vaquera con tachuelas que continúa por la cintura hasta el suelo y le sirve de batamanta. Todas ellas con un invitado de lujo: un Glenn Tipton desmejorado y débil, pero que se marca los cuatro bises y recibe todo el cariño del público. El Parkinson le mantiene a raya y sin demasiadas fuerzas, pero tuvo los cojones de salir. Cuál fue nuestra gran sorpresa cuando los músicos no se iban y empezaron a darle a nada menos que “Victim of Changes”, espectacular en su ejecución y celebrada como la que más. “The Priest will be back” nos recordaba desde la gran pantalla que esto no acaba aquí, que volverán. Por lo menos no perdamos la esperanza.

Una hora y tres cuartos de Heavy Metal y 19 temas directos al corazón. La gente sigue en la cresta de la ola y grita “Judas Priest” una y otra vez. Ha habido pocos efectos especiales, solamente una gran pantalla, buenas luces y la Harley de Rob. Sin fuego, ni monstruos, ni pirotecnia: puro Heavy Metal sin aditivos. La banda lo ha dado todo, y tampoco se les puede pedir más en pleno 2018. Habrá opiniones para todos los gustos, pero yo les pongo un notable viendo lo que hay. Poca presencia femenina, eso sí, a tenor de lo que se veía en las primeras filas enfocadas por la pantalla. Me consta que un poco más atrás cambió algo la cosa.

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