Correctos y aplicados
Conciertos / Interpol

Correctos y aplicados

6 / 10
Jon Pagola — 15-02-2023
Fecha — 14 febrero, 2023
Sala — Teatro Victoria Eugenia
Fotografía — Jokin Fernández

Hace algo más de 20 años Interpol pertenecía a una serie de grupos neoyorquinos que retomaron las guitarras como forma de expresión artística. Aquellos jóvenes estaban dispuestos a comerse el mundo recién estrenado el siglo XXI. De repente, Brooklyn molaba y, tras una fuerte pero breve oleada de música electrónica, el rock volvió  con una imagen renovada y cool que puso de moda las zapatillas Converse, los pantalones estrechos y las cazadoras vaqueras. Una época en la que The Strokes era el grupo que tiraba del carro estética y musicalmente.

A la formación liderada por Paul Banks (voz y guitarra) le costó un poco más. En realidad, si nos atenemos a lo que se cuenta en el documental “Meet Me In The Bathroom”, proyectado en el pasado Zinemaldia, el trío sudó la gota gorda para hacerse un hueco en la incipiente escena musical. Dos décadas más tarde, cantan “Still in shape, my methods refined” en “Toni”. Tema con el que el grupo neoyorquino abrió su concierto en Donostia, 25 minutos después de la hora inicialmente prevista, a las 19:30 horas. ¿Continúan en forma los chicos más oscuros del indie-rock de Nueva York? Vayamos por partes.

Hora y media de intenso raca-raca bastan para asegurar sin riesgo a equivocarse que Interpol sigue en sus trece, ahondando en los profundos pozos del oscuro desencanto. Visten de negro impoluto, mantienen una frondosa cabellera y, salvo los movimientos de piernas de su brillante guitarrista Daniel Kessler,  nadie se mueve un milímetro del sitio asignado. Banks tiene ahora un aire más chulesco a lo Josh Homme. Solo se quitó las gafas de sol para dar la bienvenida a una canción (“Rest My Chemistry”) que, según dijo, hacía mucho que no la tocaban. Los tres miembros originales se colocaron como estatuas a la izquierda del escenario, incluido el batería Samuel Fogarino y tanto el larguirucho bajista Brad Truax (bajo) como Brandon Curtis (teclados) quedaron orillados en el extremo opuesto.

Asociados desde siempre a Joy Division, muchos de los riffs, punteos y paisajes sonoros que dibuja Kessler (“Fables” y “Narc” son bueno ejemplos) recuerdan más bien a los primeros Suede de Bernard Butler. Al principio, el intercambio de golpes de temas antiguos y nuevos funcionó bastante bien. The Other Side of Make-Believe, el séptimo álbum de la carrera de Interpol, tiene su punto y, cada vez que las canciones remitían a sus primeros tres álbumes, el público se encendía tímidamente al mostrarse muy contenido en un escenario tan lustroso como el Victoria Eugenia.

A las 20:22 horas llegó uno de los momentos de la noche. Sobre un fondo rojo que rápidamente transitó en un azul nebuloso, arrancó la preciosa interpretación de “Pioneer the Falls”. Como ocurre en la versión en estudio, la garganta de Banks quedó totalmente aislada, sola en la inmensidad de un recinto a rebosar, que vio cómo rebotaba en sus paredes una voz realmente imponente. Luego apareció como un rayo la icónica “Obstacle 1”, del LP de debut Turn on the Bright Lights, del que llegaron menos noticias de las esperadas teniendo en cuenta que el año pasado cumplió 20 años.

Una espectacular bola de discoteca que lanzaba luces blancas como proyectiles se ubicó estratégicamente detrás de los músicos. Fue un acierto y el contrapunto a una fría escenografía. La gente no se levantó de sus asientos hasta la épica “Slow Hands”, casi al final. Hubo una honrosa excepción cuando tres fans de mediana edad se saltaron el protocolo y se pusieron de pie en mitad del show en una esquina de la platea. La triada del bis (“Next Exit”, “Nº 1 in Threesome” y “Not Even Jail”) no logró espabilar al teatro. Lo mejor ya había pasado. En resumen, Interpol se comportó como un profesor de universidad, correcto y aplicado pero que no termina de entusiasmar a su alumnado.

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