No es lo que tienes, es lo que haces con ello
Conciertos / Bergamo Jazz

No es lo que tienes, es lo que haces con ello

8 / 10
Yahvé M de la Cavada — 05-04-2017
Empresa — Bergamo Jazz
Fecha — 23 marzo, 2017
Sala — Varios Escenarios
Fotografía — Gianfranco Rota

El festival de jazz de Bérgamo representa el éxito de la expansión controlada. Porque, a veces, no es tan importante cuánto te expandes, sino cómo, y hacia dónde. El festival italiano, uno de los más veteranos del país (su primera edición fue en 1969), lleva unos años volcándose en una programación ecléctica y variada que aprovecha al máximo un muy limitado presupuesto de 200.000 euros, con el que sus responsables hacen auténticas maravillas.
El truco radica en esa expansión: por un lado, conquistando espacios públicos para integrarlos en el festival, haciendo que la ciudad se empape del mismo en la medida de lo posible, algo en lo que Bérgamo ha destacado particularmente en la edición de este año; por otro, en la expansión puramente creativa, dejando la dirección artística del festival en manos de nombres ingeniosos y diferentes, que conviertan el acto de programar en un proceso creativo, por así decirlo. Hace ya más de una década que el festival italiano decidió dejar su dirección artística en manos de músicos de renombre, empezando por Uri Caine, que fue sucedido por Paolo Fresu y Enrico Rava, todos ellos en ciclos de entre 3 y 4 años. El año pasado fue el trompetista Dave Douglas, uno de los músicos más inquietos de la escena neoyorquina, el que cogió el testigo, siendo esta nueva edición su segunda vez como director artístico del festival de jazz de Bérgamo.

Este año, el núcleo fuerte de la programación se abrió en el Teatro Social de la Citta Alta, la parte más antigua e histórica de la ciudad. Allí, el anfitrión Douglas presentó a uno de los grupos de su escudería Green Leaf Records: el trío del baterista Rudy Royston. Completado por el contrabajista Yasushi Nakamura y por el prodigioso saxofonista Jon Irabagon, el grupo de Royston apretó fuerte el acelerador sin llegar a despegar del todo, con algunos altibajos en la interacción del trío. Algunos solos de Irabagon acudieron al rescate y elevaron el concierto en ciertos momentos, pero quedó la sensación de que el potencial del grupo va más allá de lo escuchado en su concierto en Bérgamo. Cerró la velada el dinámico Tinissima 4et de Francesco Bearzatti, que alternó entre algunos temas de su homenaje al gran Woody Guthrie (“This Machine Kills Fascists”, 2015) y un puñado de nuevas composiciones que mantuvieron el carácter lúdico y explosivo de la formación. Bearzatti y los suyos sonaron compenetrados y divertidos, recordándonos por qué es una de esas bandas que puedes recomendar a cualquiera de esos amigos que te dicen que no les gusta el jazz porque es un muermo. Ponles el “Monk’n’Roll” de Bearzatti y sabrán lo que es bueno.

A media tarde del día siguiente tuvo lugar uno de los conciertos más esperados del festival, tanto por su contenido como por su continente. El legendario saxofonista británico Evan Parker, uno de los nombres más importantes de la improvisación europea, ofreció un concierto en solitario en una vieja sala de lectura de la biblioteca pública Angelo Mai, haciendo virtud de la máxima acústica que dice que el espacio en el que sucede la música es a veces tan importante como la música en sí. En un recital breve pero intensísimo, Parker descargó su volcánico discurso durante casi media hora ininterrumpida de enrevesadas modulaciones y respiración circular al saxo soprano, empujando a la audiencia a un estado de trance. Parker es uno de esos músicos que, o te lleva a su universo, o te expulsa de él, y en Bérgamo su concierto fue absorbente, en el mejor de los sentidos.

Esa misma noche, un lujoso programa doble nos llevó al histórico Teatro Donizetti, uno de los auditorios más imponentes de Italia. En la primera parte, el guitarrista Bill Frisell actuó a dúo con uno de sus bateristas habituales: Kenny Wollesen (foto encabezado), un músico muy polivalente que ha tocado con nombres que van desde Tom Waits y John Zorn hasta su amigo Ruper Ordorika. Si bien en la primera parte del concierto el dúo no acabó de funcionar —por muchos recursos que guitarrista y batería pusieran sobre el escenario—, una vez encontraron el rumbo la cosa fue subiendo mediante una comunicación muy orgánica, que empezó con una preciosa versión del “Lush Life” de Billy Strayhorn y eclosionó definitivamente en un antológico “A Hard Rain’s Gonna Fall” del que el mismo Bob Dylan se habría sentido orgulloso.

En la segunda parte del programa, la violinista Regina Carter presentaba un personal homenaje a Ella Fitzgerald, cuyo centenario, por cierto, tuvo lugar exactamente al día siguiente. Con un grupo más interesante que la propuesta en sí, conformado por Reggie Washington, Alvester Garnett y el fabuloso Marvin Sewell, Carter interpretó un puñado de temas asociados a la gran Ella (muchos de ellos no demasiado conocidos) en un concierto que tuvo momentos realmente brillantes y otros ligeramente bochornosos, por facilones y autoindulgentes. Con todo, el grupo mantuvo un buen nivel y dejó al público encantado, que es de lo que se trata, después de todo.

A mediodía del sábado, en un entorno más que insospechado, tuvo lugar otro recital en solitario de una leyenda de la improvisación europea: el chelista Ernst Reijseger (foto superior). La cita era nada menos que en un museo, la histórica Academia Carrara, concretamente en una de sus salas pobladas por obras de hace más de cinco siglos, ante las cuales el holandés ejecutó un concierto irreverente que fue de la libre improvisación a la comedia pura y dura, interactuando con el público en numerosos momentos y desafiando todos los límites que se presuponen en un concierto de estas características. A Reijseger poco le importan esos límites, y el suyo fue un concierto brillante, en cuanto a lo impredecible y original de la propuesta.

El programa doble de esa misma noche en el Teatro Donizetti prometía un nivel similar, protagonizado como estaba por dos nombres de peso: William Parker (foto inferior) y Marilyn Mazur. El primero, uno de los músicos más activos y prolíficos de la escena free jazz de Nueva York, venía con su Organ Quartet, una formación que aúna la herencia del rhythm & blues de los honkers con la fiereza más libre de la improvisación negra, y que tiene en sus filas a dos verdaderos gigantes de la música afroamericano: el multiinstrumentista Cooper-Moore (aquí consagrado al órgano y teclado) y el baterista y percusionista Hamid Drake. Completaba el cuarteto James Brandon Lewis, un joven saxofonista que, por decirlo finamente, juega en otra liga que la de Parker, Cooper-Moore y Drake. Lewis tiene un tono robusto y muscular que viene de la escuela de Sonny Rollins, pero no es suficiente: aunque tiene el sonido, le falta el discurso, algo que fue dolorosamente evidente en el concierto de Parker en Bérgamo. Un solo cualquiera de Cooper-Moore tenía más sustancia que todo lo tocado por el saxofonista, que además pecó de sobreexposición, ocupando la mayoría del espacio solista. Hubo muchos momentos excelentes en el concierto, y los acompañamientos de Drake eran una maravilla en sí mismos, pero en general hubo cierto pulso desordenado y errático que nos dejó un gusto agridulce.

El proyecto con el que venía Marilyn Mazur (foto inferior) tenía algo de estreno, al ser el de Bérgamo su primer concierto fuera de Escandinavia en los dos años de vida del grupo. Aunque Mazur era la líder indiscutible, las auténticas protagonistas de la noche fueron sus Shamania: un grupo de once mujeres, entre vocalistas, saxos, trompeta, trombón, teclados, contrabajo, batería, percusiones y danza, que ofrecieron un concierto tan medido como efectivo, con música muy variada que iba del folclore noruego al free jazz, pasando por diferentes tradiciones intercontinentales de percusión. Todo ello ensamblado en un grupo muy compacto, con solistas de la talla de la extraordinaria saxofonista danesa Lotte Anker y dinámicas muy magnéticas, que engancharon a la audiencia desde el primero minuto de concierto. Un auténtico descubrimiento: Shamania.

Estos fueron algunos de los conciertos de la ultima edición de Bérgamo, una pequeña ciudad italiana que, con su festival de jazz, desmiente gran parte de las imposibilidades que otros festivales ponen como excusa a la hora de tener una programación de mierda. Porque no se trata de lo que tienes: es lo que haces con ello.

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