Secaderos
Cine - Series / Rocío Mesa

Secaderos

8 / 10
Daniel Grandes — 26-10-2023
Fotografía — Frame de la película

La historia del cine español contemporáneo es, necesariamente, la historia de un cine rural. Cuando España parecía estar olvidándose de sus pueblos, su cine (independiente) se interesa por ellos hasta convertirlos en la imagen capital de sus imaginarios. Sin embargo, el realismo rural adquiere en los últimos años un ansía por encontrar mutaciones: desde Itsaso Arana reescribiendo “La casa de Bernarda Alba” en la película-ensayo que es “Las chicas están bien” hasta Jaione Camborda abordando la maternidad a través de una clandestinidad bressoniana en “O Corno”, ganadora de la última Concha de Oro. El cine rural nacional deja de entenderse como una mitología por sí misma y empieza a querer dialogar con otras mitologías preexistentes en películas como “Secaderos”, la opera prima de Rocío Mesa que viene a secar lo que “El agua” de Elena López Riera inundó.

La cineasta compone en su primera película un díptico (la inocencia de la infancia y el existencialismo de la adolescencia) en el que se ponen en diálogo las múltiples formas generacionales de observar lo rural. Mesa utiliza el fantástico como herramienta para materializar estas diferencias, confeccionando una mitología tan monstruosa como entrañable, a medio camino entre el cine del estudio Ghibli (“Mi Vecino Totoro”) y los videojuegos de Conrat Roset (“Gris”). En esta reescritura andaluza de “Donde viven los monstruos”, la fantasía aparece como alegoría de esa romantización del paisaje rural que muchas veces sólo parece accesible para el urbanita turista o, por otro lado, para la mirada inocente de la infancia. Mesa se cuestiona la vigencia de los milagros a través de una puesta en escena enamorada de la ruptura con lo realista, ya sea a través de un monstruo cute o un mal viaje de found footage analógico.

“Secaderos” es una impecable muestra de realismo mágico y, por consecuencia, una de las películas españolas más fascinantes de la temporada. La mirada de Mesa marca la diferencia, no sólo a través de gestos peculiares (¡esos zooms drásticos al monstruo!), sino sobre todo posibilitando un relato donde la pluralidad generacional no tiende a la destrucción, sino a todo lo contrario. Este atípico coming of age está ferozmente comprometido con todas las voces (y miradas) que habitan su relato, convirtiéndose así en un caleidoscopio sobre el que el cine rural español aún no había podido posar sus ojos. En “Secaderos”, el pueblo no es un acto de resistencia ni un capricho madrileño. Para Mesa, el pueblo es un punto de encuentro y, por lo tanto, un contenedor de relatos (no el motor de un relato). Al fin y al cabo se me hace imposible entender Lumbrales, mi pueblo, en singular. Aquel que visitaba cada verano de pequeño no es el mismo que visito ahora. En el de antes podía ver monstruos y en el de ahora, como diría Bernando Atxaga, sólo puedo mirar para recordar.

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