Memoria
Cine - Series / Apichatpong Weerasethakul

Memoria

9 / 10
Daniel Grandes — 09-06-2022
Empresa — Anna Sanders Films
Fotografía — Cartel de la película

El concierto de Jamie XX en el primer fin de semana del Primavera Sound 2022 fue una experiencia difícil de describir. O al menos así lo viví yo. Imaginad lo que se siente al estar a las dos de la mañana rodeado de gente visiblemente perjudicada, prácticamente hipnotizados, no sólo por los sonidos electrónicos que el productor reproducía, sino también por esa visuales totalmente esotéricas, entregadas al glitch y a la sobreposición, a medio camino entre la intro de “Mulholland Drive” de Lynch y el hedonista momento álgido de “Clímax” de Noé. Como digo, es difícil de describir. Básicamente porque en este folio sólo se puede materializar el relato, cuando lo que nos interesa del concierto de Jamie XX es sin duda la sensación, aquello que parece nacer y morir en un tiempo y lugar determinados. Lo que ocurrió en el escenario principal del Primavera Sound fue –paradójicamente– un proceso colectivo de introspección del que sólo pueden quedar reminiscencias personales. Si Walter Benjamin hablaba de ese valor aurático que toda obra de arte tiene y que la reproductibilidad técnica del cine mataba (el valor de “Ciudadano Kane” está en todas sus copias, pero el de la “Mona Lisa” sólo está en su original), el pensador podría estar refiriéndose también a un concierto. El valor está ahí y entonces; nunca más. ¿Y qué tienen que ver Jamie XX y Walter Benjamin con “Memoria” de Apichatpong Weerasethakul? Pues, sorprendentemente, absolutamente todo.

Lo último del cineasta tailandés es un vehículo para la catarsis que –al contrario que un concierto de Jamie XX– empuja al espectador a un existencialista proceso de extrospección, donde lo que se expande no tiene que ver con nosotros sino con aquello que se pone frente a nuestros sentidos. Todo tiene que ver aquí, de forma indirectamente lovecraftiana, con el cuestionamiento radical de nuestra forma de ver/comprender el mundo. Lo que siente uno adentrándose en la propuesta a Apichatpong Weerasethakul traza sinergias con esa percepción aumentada que el escritor Aldous Huxley definía como el resultado del consumo de estupefacientes. Sin duda en “Memoría” hay un intento por reivindicar todo aquello que existe pero no se manifiesta, de la misma forma que es indudable su naturaleza alucinógena. Sin embargo, lo interesante es cómo lo trascendental se desvincula por completo de la voluntad humana (yo decido si fumarme un porro o no, Tilda Swinton no decide si contacta con lo que contacta o no). La búsqueda de una verdad más allá de la verdad preestablecida se desvincula de los códigos antropomórficos y prometeicos, sino que se adhieren a una vertiente puramente causal, observacional, naturalista, costumbrista y, sobre todo, invisible. Esto no es el descubrimiento de un sonido, sino la aparición de un golpe.

Al igual que ocurría en el Primavera Sound, el relato se ve absolutamente eclipsado por la sensación. O mejor dicho, Apichatpong Weerasethakul consigue que la sensación sea el relato. Esta es, sin duda, la principal muestra de la maestría con la que el cineasta tailandés concibe su último proyecto. Como si de un efecto mariposa se tratara, es la aparición de un solo sonido la que desata un maremoto sinestésico de ideas, texturas, simbologías, tiempos… El director encuentra en el sonido un recipiente para el más absoluto todo de la misma forma que Rothko encuentra en el grito inmaterial del color una platónica puerta a la idea desvinculada de su cosa. El sonido es el hilo que nos une a lo atemporal, a lo inmortal y a lo imposible. Todo esto, por si fuera poco, defendiendo una imagen (casi) siempre arraigada salvajemente a lo real desde una mirada pasiva y observacional. Porque el objetivo no es diseñar una arquitectura a medio camino entre el fantástico y la ciencia ficción en una ucronía alternativa, sino convencer al espectador de que esa percepción alternativa forma parte de nuestro día a día y de que es justamente el cine (la cámara y la pantalla) quien la posibilita.

Las de Apichatpong Weerasethakul son, sin lugar a dudas, unas de las imágenes más peculiares y poderosas del cine contemporáneo. Todo cabe bajo el paraguas de “Memoria”. Todo suena cuando ese sonido tan concreto golpea sin previo aviso la rutina de Swinton. La odisea de la protagonista es pura hipocondría existencialista, un recordatorio de la superficialidad del individuo y lo inabarcable de aquello que no depende de nosotros. Hay algo líquido en esta película, cincelada en una materia que se resiste a ser agarrada, retenida o inmortalizada. “Memoria”, al igual que el concierto de Jamie XX, lucha por existir en su totalidad en un momento y lugar determinado, para luego convertirse en los restos de una sensación. No puedo evitar llevarle la contraria a Benjamin y reivindicar el aura concreta que sí rezuma esta película.

Mi insistencia en comparar “Memoria” de Apichatpong Weerasethakul y el concierto de Jamie XX en el Primavera Sound nace por la necesidad de recordarme a mí mismo la forma tan visceral en la que estos dos recitales de amor homenajearon a dos espacios que, en un pasado no tan pasado, llegamos a creer imposibles: la pantalla y el escenario, el cine y el festival. Sé que estas afirmaciones se alejan de la faceta más analítica del crítico, pero no me importa. Al salir de “Memoria” no pude evitar exclamar: “No me creo que esta película exista”. No puedo explicaros por escrito qué ocurrió en el Zumzeig, al igual que no puedo explicaros qué ocurrió en el Parc del Fórum. Solo sé que han vuelto los festivales. Solo sé que ha vuelto el cine. ¡Disfrutad, que nos lo merecemos!

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