Steven Soderbergh (1963) es uno de los creadores más singulares del panorama cinematográfico global. Lo más curioso de su ya larga carrera es cómo ha sido capaz de trabajar dentro de Hollywood, dándole un sello personalísimo a obras de múltiples géneros, de lo más comercial a lo más arty y subversivo que nos puede ofrecer el cine norteamericano.
Tras emerger triunfantemente en los noventa, la edad de oro del indie, con la mítica “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”, ha rodado brillantes ejercicios de cine negro –“Un romance muy peligroso”, “El halcón inglés”–, odas a la clase obrera norteamericana como “La suerte de los Logan”, ha arrasado en las taquillas –con su saga “Ocean’s Eleven”– y en los Oscars –con “Traffic” o “Erin Brockovich”–; pero, a la vez, ha sabido arriesgarse con productos tan poco complacientes como su biopic doble del Ché Guevara o marcianadas tan interesantes como su “Kafka” o “The Girlfriend Experience”. A veces se ha estrellado, como con su fallido remake de “Solaris” o en su ejercicio de recreación histórica postmoderna, “El buen alemán”, pero incluso en esos casos, las películas de Soderbergh casi nunca son una pérdida de tiempo.
Y además, también se ha aprovechado la constante demanda de novedades de las plataformas. En HBO podemos acercarnos, sin ir más lejos, a la soberbia “The Knick”, una fascinante y cruda visión de lo que era la medicina a principios del siglo XX, o la igualmente sugerente “Detrás del candelabro”, sobre un personaje para el que el adjetivo “exceso” se queda corto: Liberace.
Sin llegar a ese nivel, su último proyecto, la miniserie “Full Circle” (Círculo cerrado) es un ejemplo estupendo del “toque” Soderbergh. Escrita por Ed Solomon, con el que ya había colaborado en su versión de “Elige tu propia aventura”, “Mosaic” y en el simpático pastiche noir “Sin movimientos bruscos”, presenta un alambicadísimo misterio situado en el Nueva York actual, una especie de “Vidas cruzadas” con un crimen (o varios crímenes) de fondo, que nos conduce de los áticos de la aristocracia de Manhattan al submundo donde los emigrantes ilegales, los recién llegados, tratan de ganarse la vida dentro o fuera de la ley. Soderbergh nos lleva de un lado a otro con una cámara nerviosa y una visión inusualmente naturalista de la jungla urbana neoyorquina, a lo largo de una trama repleta de engaños, misterios y giros de tuerca.
La historia urdida por Soderbergh y Solomon es tanto un homenaje a la maravillosa “El infierno del odio” de Akira Kurosawa como, al parecer, la recreación ficcionalizada de un caso real. La gran CCH Pounder (“The Shield” o “Avatar”) interpreta a la Sra. Mahabir, la supersticiosa jefa de una pequeña organización criminal formada por emigrados de Guayana. Esta cree que una maldición ha caído sobre su clan. Para librarse de esta, ha de poner en marcha un poderoso ritual, que de un modo insospechado afecta al único hijo de un matrimonio privilegiado formado por Sam (Claire Danes) y Derek (Timothy Olyphant), quienes son de esa clase de gente a los que nunca les ocurre nada malo… en circunstancias normales.
Pero, en torno a ellos, se mueven un buen número de personajes, que se también estarán dentro del “circulo”: un par de adolescentes de Guayana recién llegados a la ciudad, un famoso chef, un policía expulsado del cuerpo por corrupción, un buen número de mafiosos locales y, sobre todo, la carismática e insoportable Harmony (Zazie Beetz, cuyo talento ya reconocimos en “Atlanta” y “Joker”), una investigadora con un trastorno de personalidad límite, empeñada en llegar al fondo del asunto.
Una advertencia: “Full Circle” es una serie que exige una atención constante del espectador, que, en caso contrario, se perderá en una trama laberíntica, llena de vericuetos. Pero vale la pena atender a lo que sucede en la pantalla. Nos da justamente lo que ofrece su título: un auténtico final para las múltiples y oscuras historias de sus personajes, la mayoría de los cuales tienen muchas cuentas que saldar con su pasado.
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