Javier Barbero y Martín Guerra nos trasladan mediante la fórmula del slow-cinema al pinchazo inmobiliario de principios de siglo con una ópera prima sin prisas y dispuesta a exprimir con atención cada segundo de desasosiego, desencanto y hartazgo de sus protagonistas: un cuarteto de jóvenes supervivientes que evoluciona como buenamente puede entre viñetas de extrarradio y canciones de Los Saicos.
Con su narrativa, íntima y contenida, el cuadro protagonista nos regala un buen puñado de lecciones vitales: Sergio (Àlex Monner) nos recuerda desde la templanza el placer por el tiempo dilatado y la soledad; Marco (Job Mansilla) alardea de carisma e idealismo quimérico, aun sujeto siempre al pragmatismo de una novia cansada de ser un mero diminutivo cariñoso y una suerte de segunda madre (Greta Fernández); Céline (Eliza Rycembel), en cuyo rostro se pueden leer más vidas de las que nos cuenta, directamente demuestra con cada intervención estar dotada de la tenacidad incandescente de quien nada a contracorriente.
A su manera, todos ellos buscan encontrarle sentido (ya sea en el fondo de una litrona, en un campo de golf improvisado o en un apartahotel de Alicante) a un mundo que parece haberles dado la espalda.
Mención de honor merece la fotografía de José Luis Salomón, quien ni exagera ni dulcifica las tablas monocromáticas y lánguidas de esta fábula urbana sobre juventud precaria y resistencia cotidiana. Un canto coral a cuatro capaz de conmover sin excesos, que nos insta a celebrar las pequeñas cosas y nos recuerda la importancia de estas cuando se trata de sobrevivir.
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