"Este país se divide entre los que les gusta Camilo Sesto y los que les gusta Raphael"
Especiales / Pablo Berger

"Este país se divide entre los que les gusta Camilo Sesto y los que les gusta Raphael"

Amaia Santana — 11-08-2017
Fotografía — Abracadabra

El director bilbaíno Pablo Berger estrenó el pasado viernes 4 de agosto su último largometraje, “Abracadabra”, una aparente comedia de enredo con mucha miga y mucha música. Primo de los Uranga de Mocedades y fan acérrimo de Camilo Sesto y David Byrne, charlamos con él sobre delirios musicales y métodos de hipnosis en los que no faltan Brian Eno, Randy Newman y hasta el baile de “Los pajaritos”.

La banda sonora de “Abracadabra” incluye desde Mocedades al “Tubular Bells” de Mike Oldfield. ¿Cuál es el hilo conductor de este “delirio musical”, tal y como define el dossier de la película?
Ya en la escritura del guión empecé a colocar temas específicos, soñando que mis productores tuvieran grandes cantidades de dinero, porque los derechos son muy costosos. El “delirio musical” de “Abracadabra” comienza precisamente con el tema “Abracadabra”, de Steve Miller Band. En 1983 se convierte en uno de esos grandes éxitos -yo tendría diecinueve años-, sonaba a todas horas en la radio, en la disco, en las fiestas… Siempre me ha gustado cantar esa canción. Obviamente, aparecen muchos más temas, como “I’m Not In Love” de 10cc, que era la canción de guateque para bailar agarrado. Ahora que está tan de moda la manipulación electrónica de la voz, la creación de atmósferas, tipo Bon Iver, ahí estaban ya 10cc, con una sonoridad tan atractiva que es adictiva. Respecto a “Tubular Bells”, no hay nadie de mi generación que no tuviera ese disco en casa y lo escuchara en bucle. Pasé mi época del instituto con el “Tubular Bells” de fondo (risas). En mi película tiene una importancia clave, ya que el personaje de Carlos (Antonio de la Torre) es poseído por un espíritu, de modo que es un guiño a “El exorcista” y a todas las películas sobre exorcismos. También a Kubrick, con “Así habló Zaratustra”, de Richard Strauss, el famoso comienzo de “2001, Odisea en el espacio”.

Luego están los grandes éxitos de bodas y verbenas…
Así es, no faltan “El baile del gorila” o el clásico “Los pajaritos”, que, por cierto, en contra de lo que muchos piensan no es una canción española, sino francesa o belga. Es un éxito que se baila en todas las bodas de Europa. Por otro lado, incluyo a un gran cantante que me apasiona: Camilo Sesto. Creo que este país se divide entre los que les gusta Camilo Sesto y los que les gusta Raphael. Es como con The Beatles y The Rolling Stones: eres de uno u otro. Para mí, Camilo Sesto… Es Camilo Sesto, “Algo de mí”.

En esta ocasión vuelve a contar con Alfonso de Villalonga para la banda sonora original, al igual que hizo en “Blancanieves”.
Necesitaba a alguien que dotara de unidad a esta banda sonora con muchos éxitos populares. Él aporta una música de cámara, acústica, muy sentida. Es un compositor con una sensibilidad muy especial para crear melodías muy remotivas. La banda sonora suena permanentemente, de principio a fin, excepto en un momento clave -¡no haré spoiler!- en el que todo es silencio.

¿Consideras ya a Alfonso de Villalonga tu compositor ‘fetiche’?
Alfonso es excepcional. Es un músico raro, al igual que yo soy un director raro. Somos un poco outsiders de la industria. Yo hago muy pocas películas, y él hace muy pocas bandas sonoras. Al margen de su carrera como músico de cine, tiene una carrera como crooner. Se desnuda en el escenario, habla de sus experiencias… Muy recomendable, ¡no se lo pierdan si pasa por su ciudad! (seguramente toque en una sala pequeña). Como músico de cine, esta es la razón por la que trabajo con él. Se plantea cada banda sonora como algo único. En la industria del cine hay compositores que hacen seis o incluso más bandas sonoras en un año, y eso hace que sean intercambiables. Alfonso hace una cada dos o tres años, y lo da todo. Es cierto que es mi cómplice en estos momentos, al igual que lo son actores como Maribel Verdú o Josep María Pou, Kiko de la Rica (director de fotografía), Paco Delgado (director de vestuario)… En el mundo del cine funcionamos como bandas de rock; hay un grupo con el que sigues trabajando en diferentes proyectos, porque con una mirada, como un guitarrista mira un bajo o al batería, sabes lo que quiere decir. Y en una película, que es como un macroconcierto, los jefes de equipo y el director tienen que “tocar” muy bien juntos.

“Abracadabra” busca hipnotizar al espectador... ¿Es la música el mejor método de hipnosis?
Sin duda. La música es hipnótica, habla a nuestras emociones y sentimientos de una manera mucho más directa que el cine. Envidio a los músicos por eso: con tres notas te pueden hacer reír, llorar, acelerar tu corazón… Para un director de cine, lograr eso mismo significa muchas secuencias, mucho minutaje de una película… Yo no entiendo el cine sin música; consigue que mis películas se eleven. En cuanto a los espectáculos de hipnosis, todos se basan en músicos como Mike Oldfield, Jean-Michel Jarre o Brian Eno para crear esa atmósfera mágica.

¿Y qué música le hipnotiza a usted?
He crecido con la música, vengo de la época de los singles, los LP’s, es decir, cuando todavía se compraba música. En la actualidad, desde que apareció el streaming, he vuelto a engancharme de una manera adictiva a la música. De vez en cuando me pongo oldies, esto es, Madness, Squeeze, etcétera. Pero sobre todo escucho mucha novedad, gente nueva. También voy por rachas, por ejemplo una cantante portuguesa que me gusta mucho ahora es Luisa Sobral o el pianista también portugués Júlio Resende. Luego están los clásicos a los que recurro constantemente, quizá el que más he escuchado en los últimos meses ha sido Randy Newman. Para mí es como si fuese de la familia, puedo escucharlo durante horas, me permite trabajar y crear.

¿Tiene una ‘playlist’ específica para cuando escribes un guión o estás de rodaje?
Para los rodajes no, porque estoy muy concentrado, pero en la escritura de los guiones, sí, aunque depende de la película. Por ejemplo, en el caso de “Blancanieves”, que tiene una banda sonora de corte clásico, mi referente era la música de comienzos del siglo XX: Erik Satie, Ravel, Debussy… -el impresionismo francés me fascina-; también escuché mucha música española de la época, como Granados o Manuel de Falla, entre otros.

Imagino que Mocedades también figurará en la lista (Berger es primo de los Uranga de este grupo).
Cuando concursaron en Eurovisión en el 73 con “Eres tú” yo era un niño y aquello supuso un punto de inflexión en mi vida. Mis primos estaban en la cresta de la ola, entonces decidí que quería cantar… ¡Pero desafino muchísimo! (risas). Junto con mi hermano, somos los únicos que cantamos mal en mi familia, aunque en las reuniones familiares hacemos lip sync. Pese a esta vocación frustrada, sí que puedo decir que las emociones más intensas de niño llegaron a través de la música, el cine vino más tarde. En aquella época, tuve la oportunidad de ir a conciertos de Mocedades, de estar en el backstage y conocer a otros artistas. De alguna manera, me sigo alimentando de aquellos recuerdos. Si me pongo la música de Mocedades se me pueden empapar los ojos como al gato de “Shrek”. De repente me acuerdo de mis padres, del Bilbao que dejé hace veinticinco años… Creo que la música es la mejor manera de viajar en el tiempo.

“Blancanieves”, su anterior largometraje, se rodó y montó sin música…
Es curioso, sí, a mucha gente le sorprende. No es que no tuviésemos la música al rodar, es que ni siquiera teníamos temps -músicas temporales que se utilizan como referencia para que los músicos trabajen después sobre estas-. No teníamos nada, se montó “a pelo”. De alguna manera, nos pareció lo más natural. Para mí, el tamaño, la duración del plano, etcétera, son como notas y acordes. La partitura estaba ahí, en las imágenes. “Blancanieves” se puede ver y disfrutar sin música, y crea una experiencia muy diferente, casi mística, porque estás en comunión con las imágenes. No hay lenguaje ni elemento de manipulación alguno –muchas veces la música cumple esta función en el cine-. Cuando terminamos el montaje visual, se lo pasamos a Alfonso de Villalonga y lo tomó como si fuese una manzana envenenada.

Nunca mejor dicho…
Se puso enfermo. En serio. Por un lado, era un gran regalo para un músico de cine –un filme mudo en el que la música es protagonista-. Por otro lado, era una gran responsabilidad, porque la película estaba acabada y nos había quedado bien. Le dimos la opción de encumbrarla o destrozarla. Tuvo una crisis “Barton Fink”, en plan: “¿Y ahora qué hago?”. Por fortuna, superó el reto con creces. Empezamos a trabajar de la mano. También tuve la suerte de contar con Yuko Harami, que es mi mujer y mi editora musical. Trabajamos a diario durante cuatro meses, fue como un encaje de bolillos: estuvimos piecita a piecita, treinta segundos, un minuto… Alfonso nos mandaba piezas y nosotros las colocábamos, le añadíamos notas. Era importante que imágenes y música fueran como un café con leche, es decir, que fueran inseparables; y que, de alguna manera, fuese una música de muchos colores.

¿Algún concierto que le haya marcado recientemente?
La última vez que vino David Byrne a España, de gira con St. Vincent. Fue una experiencia mística. A través de un amigo común, David Byrne me invitó a asistir a su concierto en España, sin conocerme de nada. Simplemente había visto “Blancanieves” en Nueva York y le había gustado. ¡Yo no me lo podía creer! Soy mitómano, y para mí David Byrne está en el Olimpo de los Dioses. El concierto fue algo excepcional, vino con una brass band y lo dio todo. Fue una especie de cura evangelista del mundo pop. Además, poder conocerle en persona después fue genial. Tengo un recuerdo mágico de ese concierto.

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