Suave es la noche
Entrevistas / Benjamin Biolay

Suave es la noche

Enrique Peñas — 28-10-2009
Fotografía — Archivo

Entre la chanson y el pop de cámara, del tango a la electrónica, Benjamin Biolay presenta un quinto disco, el doble “La Superbe”(Naive, 09), en el que vuelve a dejar constancia de sus virtudes como compositor (uno de los más afortunados que ha dado Francia en los últimos años), embarcándose en una historia de pérdidas en la que él mismo se erige como protagonista.

Dice Benjamin Biolay de su nuevo disco, “La Superbe”, que, más que cualquier otra cosa, es “un estado mental”. Un disco doble y tremendamente ambicioso en el que abunda en una estructura que ya utilizó en “Rose Kennedy”, un debut que se remonta a 2002. “Puede haber una conexión, pero creo que hablar de un álbum conceptual es sobre todo una cuestión de marketing, aunque sí hay un nexo común a lo largo de todo este trabajo: hablo sobre la pérdida. Perder a una chica, pero también abandonar una ciudad y llegar a otra”. Ahí está precisamente el recuerdo de Buenos Aires, trazando el camino inverso al que Cortázar hizo desde la capital argentina hasta llegar a Francia. “Es una ciudad a la que siempre me gusta volver, porque tiene algo muy europeo, cosmopolita, sin perder su identidad; me encuentro muy a gusto allí”. Se toma un respiro, mira por la ventana del céntrico hotel madrileño donde se desarrolla la entrevista, tuerce el gesto y retoma su explicación. “No diría tampoco que es un disco con un aire cinematográfico, sino más bien que se suceden imágenes que sólo están en mi cabeza. No sé exactamente cómo pueden llegar a los demás; es algo así como un ciclo de canciones que se abre precisamente con la canción que da título al álbum, como si lo englobase todo, y luego hay personajes y situaciones que se repiten, con una historia común que se desarrolla principalmente durante el verano y una relación que no termina de funcionar. A partir de ahí, se trata de reorganizar la vida, lo que a veces da pie a un cierto abandono que he tratado de abordar desde la serenidad”. La pregunta es obvia: ¿una autobiografía? “No, no necesariamente, aunque sí hay mucho de mí, creo que más que en cualquiera de mis trabajos anteriores”.
 
Más allá de su puesto como renovador de la chanson, el gran mérito de Biolay es trazar un camino que llega al pop sin mayor dificultad, desde The Smiths a New Order, y pasando también por el jazz, el rock, el tango, la electrónica e incluso el hip hop. “No me preocupa que sea difícil encajar lo que hago en un género determinado; dejémoslo en música, no hace falta más. Me interesan muchas cosas, pero no siempre en profundidad. En el caso del jazz, por ejemplo, es un estilo que me gusta, pero sobre todo Chet Baker, es inmenso”. En este punto es cuando aparece el sonido de un tema como “La Toxicomanie”, igual que en “Penny Lane” es evidente la referencia a The Beatles, que se adorna también con el recuerdo de los “Conciertos de Brandenburgo” de Bach. En esta última canción, por cierto, aparece la trompeta del jovencísimo español Rubén Simeo. “Es increíble; sólo tiene diecisiete años, pero para mí ya es uno de los mejores. Además, fue muy divertido trabajar con él. Estábamos en el estudio y no habíamos terminado de grabar y ya estaba jugando con la Wii”.

Estamos ante un álbum doble con el que el autor de “Négatif” o “Trash Yeye” abre una nueva etapa tras la salida de Virgin y su fichaje por Naïve. “He trabajado muy a gusto, sin ningún tipo de presión. He estado dos años yendo al estudio, no todos los días, pero sí muy a menudo, hasta que me junté con más de cincuenta canciones, de las que al final quedan estas veintidós, que son con las que se construye una historia más coherente. Sólo me he preocupado de mi música, no de ningún otro elemento externo, y eso es fantástico”. No faltan las referencias de todo tipo, desde Sarkozy (y no precisamente para bien) a Carla Bruni (con quien colaboró en su álbum más reciente), y de Carlos Gardel a Francis Scott Fitzgerald (y lo cierto es que estas canciones no quedarían mal como banda sonora de “Suave es la noche”), para terminar hablando de lo mucho que le gusta el último disco de Phoenix y, como reconocido futbolero que es, del largo trecho que hay entre el Olympique de Lyon (su ciudad) y el Barcelona de Xavi, Iniesta y Messi. “Es un espectáculo verlos jugar. Eso sí que es algo soberbio”, subraya. Quizá sea un Serge Gainsbourg del siglo XXI, puede que un Morrissey afrancesado, seguro que un compositor notable (entre otros muchos, para Henri Salvador o Françoise Hardy) o simplemente el protagonista en la sombra de “La Superbe”. Él mismo retoma su historia y la remata. “Me siento cómodo como intérprete, pero como más disfruto es componiendo, tanto para mí como para otros. Es divertido adoptar otro punto de vista, aunque se pierda libertad. Y tengo una cosa clara: hay muchas cosas que puedo perder, pero nunca dejaré la música”.

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