Chicos buenos, chicos malos
Entrevistas / The Good, The Bad & The Queen

Chicos buenos, chicos malos

Estela Aparisi — 26-03-2007
Fotografía — Archivo

Damon Albarn se aburre y resucita los fantasmas de Nothing Hill. Chimeneas, depósitos de gas, vías de tren, tumbas, guerras y sombras se pierden en la atmósfera de un disco que suena a nublado. Damon no duerme sino que se reinventa. Su nueva excusa, “The Good, The Bad And The Queen” (Parlophone/EMI).

“Camino por Nothing Hill y todos los recuerdos del pasado están ahí, todas mis experiencias. Es un disco muy onírico, un disco de fantasmas”. Es cierto, a medida que se suceden las escuchas se dibuja en nuestras mentes un Londres espectral, desolado, se esfuma la explosión de color de la que gozaba “Parklife”. Es una ciudad mucho más gris, es un Parklife apagado, grisáceo. Albarn empezó a pensar en este proyecto cuando grababa el segundo disco de Gorillaz junto a Danger Mouse. Las primeras sesiones con Simon Tong (últimos The Verve) y Tony Allen (Fela Kuti) tuvieron lugar en Londres. Aún así, a Damon ya le había picado el gusanillo en sus primeras visitas a Mali y Nigeria de las que se sacó de la chistera “Mali Music” (Astralwerks, 02), un disco mestizo que serviría de encuentro a músicos autóctonos tradicionales con otros de inclinación más pop.

"Me molesta que haya habido tan poca evolución en los músicos que salimos del brit pop"

Era parte de la curva de aprendizaje que le llevaría al segundo álbum de Gorillaz (“Demon Days”) y más tarde a The Good, The Bad & The Queen. Con la mosca del disco detrás de la oreja, decide volver a África a grabar con Tony Allen. “Volvimos con veinticinco temas. Trabajamos con músicos e instrumentos nigerianos. Salieron muchas ideas, fue muy inspirador. La mayor parte del disco está grabada en Lagos”, comenta Allen. Aún así el ex-Blur no se quedó totalmente satisfecho. “Faltaba cohesión entre los temas, había que darle un sentido al disco”, comenta Albarn, cuando nos citamos en Madrid, ciudad hasta la que se han desplazado para promocionar su trabajo juntos. Volviendo a él, ahí es donde interviene Danger Mouse haciendo las labores de depuradora, eliminando los elementos más africanos y resaltando la parte más anglosajona de los temas. “Está bien tener al lado a alguien que te pueda decir tranquilamente que un tema no le gusta. Danger Mouse consiguió encajar todas las piezas del álbum colocándonos a cada uno en su sitio. Había un tema que se parecía peligrosamente a la melodía de ‘El Rey León’ y él se encargó de convencerme de que era una mierda. Es un genio”. Ya sólo faltaba una pieza para completar el dream-team. Fue entonces cuando Albarn decidió llamar a Paul Simonon a quien conocía “de saludarse por la calle”. Paul decide aparcar la pintura después de quince años y rescata el bajo. “Tras The Clash me metí en Havana 3. El cantante murió de cáncer y decidí dejar la música definitivamente para dedicarme a pintar. Ahora con Damon puedo hacer las dos cosas. Es la primera vez que grabo un disco en el que no hay ningún problema, nadie se dedicó a pisar a nadie y todos nos sentimos muy libres. Era un reto reunir a gente con backgrounds tan distintos en un mismo proyecto. Lo mejor es que ha funcionado”. Albarn lo ha vuelto a conseguir, su ego engorda a ritmo de maraca, su voz dirige el rumbo del disco ninguneando lo minimal de las baterías, la guitarra paisajística y el bajo casi submarino. Te vas a dormir y aún le oyes susurrando “Kingdom Of Doom” o “History Song”. Además, “The Bunting Song” y “The Northern Whale” te guían a una especie de celebración provinciana “de lo que fue y ya no es ..”; hay referencias a la guerra en “Nature Springs” o “80’s Life” (“no quiero vivir una guerra/que no tiene final en nuestros tiempos”); y nostalgia de tiempos mejores en “Green Fields” (“vimos los campos verdes convertirse en piedras como hogares solitarios”). En definitiva, Albarn se revela como el alma inquieta del brit pop mientras otros se empeñan en seguir copiando todos los discos de The Beatles. Hace poco leía al respecto en la revista inglesa Sublime, “me molesta que haya habido tan poca evolución en los músicos que salimos del brit pop. John Lydon dejó los Pistols y montó PIL, el punk se transformó en new wave, las bandas siguieron otro camino. Las buenas ideas no son sólo una idea en una dirección, es un árbol completo de ideas con muchas ramas. No sé por qué la gente que triunfa no usa ese pasaporte para explorar otros registros, es absurdo. Para mí el éxito fue liberador, me dio la libertad que buscaba, emocional y económica”. Esa misma libertad ha supuesto un giro tan importante que ha provocado que lo que antes nos parecía bueno por mover esqueletos ahora nos parezca bueno por remover emociones.

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