"Ahora que estoy alcanzando el éxito, me planteo si realmente lo quiero"
EntrevistasCarlos Ares

"Ahora que estoy alcanzando el éxito, me planteo si realmente lo quiero"

Mara Gómez — 12-06-2025
Fotografía — Quieto Carlos

“Las entrevistas son mi parte menos favorita de todo esto”, suelta Carlos Ares nada más encontrarnos. En un intento de hacerlo todo más apetecible, me recibe rodeado de cruasanes y zumos en un cuartito que le han dejado en BMG, el sello desde el que acaba de lanzar su segundo gran trabajo, “La boca del lobo” (BMG, 25).

Carlos Ares no bromeaba con esa primera frase. Como productor que, hasta “Peregrino” (24), casi siempre lo había vivido desde la sombra, todo este “tinglado” le pone nervioso. Ese primer disco le lanzó directo a las primeras líneas de los carteles y de los ránquines de discos (el de Mondo, mismamente), pero su día a día, confirma, no ha cambiado. “Las circunstancias de mi vida sí: la carga de responsabilidad, más gente trabajando, con expectativas… Es duro de gestionar porque tengo un sentido de la responsabilidad muy marcado” y una afección que lo complica todo aún más: la hipocondría. Carlos me confiesa que es algo que le fatiga enormemente, y que cuando vio el documental de Aitana se vio muy identificado, aunque, aclara, “ella ha llegado a puntos a los que yo todavía no, por suerte”. Teme constantemente ponerse enfermo de la voz, fallar a la gente que le rodea. Y, sobre todo, fallarse a sí mismo, a su ego.

“Estoy sintiendo miedo en este momento de mi vida, en todos los aspectos”.

“Mis mayores miedos vienen del ego”, explica balanceándose en la silla. “Mi ego me haría sufrir mucho si me quedo sin ideas originales, sin hacer un buen trabajo musical o de producción”. Las palabras “sobreexigencia” y “perfeccionismo” se irán repitiendo en el transcurso de esta charla, y apretando cada vez más el nudo del gallego. “Mi voz interior es muy cruel conmigo mismo. Me critica mucho, me llama mediocre”. Y de eso va precisamente “La boca del lobo”, cuyo protagonista es “la sensación del miedo al éxito, la contradicción de estar trabajando durante años buscándolo y, ahora que parece que lo estoy alcanzando, me planteo si realmente lo quiero. Por voluntad propia, me estoy metiendo en un lugar que es hostil para mí, pero lo sigo haciendo. Ya me estoy advirtiendo a mí mismo, si algún día tengo que parar o cambiar drásticamente el rumbo: ‘hazlo, no creas que eres tan esencial’”.

Imagina llevar once años trabajando para algo y, al llegar a la meta, plantearte dar la vuelta. Aterra, claro. Por eso la estética del álbum sigue esa línea, con una figura enmascarada capaz de ponerle los pelos de punta al más valiente. “¡A mí también me da miedo el personaje!”, revela entre risas, “y ese es el motivo por el que lo escogí. Estoy sintiendo miedo en este momento de mi vida, en todos los aspectos: estoy sintiendo hipocondría, miedo por mi salud, mi carrera, los cambios en mi vida… Quería que el personaje generase incomodidad: la careta es una caricatura mía pero mal, las chocas [los cencerros que llevo colgados] son un recurso para anunciar la llegada del personaje, que lo hace más estremecedor”. ¿Y las ovejas? “Siempre ha sido un animal que me ha hecho mucha gracia” y que la gente relaciona con su proyecto: “Por culpa de ellas me picó una garrapata durante la grabación, pero no me pasó nada. No tengo superpoderes”, asegura. No sé yo.

“Quería hacer algo para quienes escuchan el interior del disco con atención”

Aquello sucedió en Asturias, donde grabó el disco rodeado de toda su banda. “Es el disco con más participación de otras personas de mi carrera”, explica. “Prácticamente lo diseñé para ellos”. Bea [Begut], Marcos, Sergio, Tony, Christian, Mikaela… participaron en la grabación de muchas canciones porque “quería que tuviesen sus sensaciones, que en el concierto se escuchasen los arreglos originales, tocados por quienes los grabaron”. Habla de ellos como quien habla de sus propios hermanos. “Me parecería una pena no presumir de ellos. Son grandes artistas”. Le pido, pues, que alardee más. “Hay un solo de violín increíble en ‘Con un solo dedo’. La batería que grabó ahí Tony Finu es espectacular; los coros de Marcos; la parte de la sección que canta Bea en ‘Un beso del sol’ es mágica…”. Esa última canción, junto con su continuación (“Con un solo dedo”) son probablemente lo más preciado del álbum. “Quería hacer algo para quienes escuchan el interior del disco con atención”, un viaje por distintas atmósferas sin estructura predecible donde “la primera parte describe el fondo del pozo y las criaturas que lo habitan, la intermedia es la voz angelical [Bea] que representa la luz y el renacer, y la final es el empoderamiento y salir del lugar oscuro”.

Esa caricia al corazón contrasta por completo con “Últimatum”, en la que dedica a alguien real (y que originalmente tuvo una versión mucho más explícita) las últimas palabras. “No le doy la oportunidad de responder, en ella le dejo claro que este es ‘el último tiempo que voy a perder contigo’, y adiós”. Una canción que vuelve a poner en primer plano el don de la palabra de Carlos Ares, capaz de encontrar siempre el recoveco perfecto de la lengua para expresar lo que lleva dentro. “Cuando leo o estoy buscando en el diccionario alguna rima, ciertas palabras destacan respecto a otras: encajan en mi cabeza y con la narrativa del personaje que protagoniza el álbum”. Palabras con garra y erres que conforman ese sonido rotundo del macizo galaico, digno de escuchar en directo. “Quien venga a vernos, encontrará muchos músicos en el escenario y una propuesta con mucha energía y ganas de transmitir algo bonito”. Y un hombre con superpoderes poniéndole voz.

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