Limón. Memorias de un productor musical
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Limón. Memorias de un productor musical

7 / 10
Tomeu Canyelles — 14-06-2022
Empresa — Editorial Debate

En algún lugar de Madrid –de ese Madrid de principios de los ochenta– hay un niño que escribe una carta para sí mismo y que concluye con las siguientes líneas: “Lo que amo y amo y amo es la música, es lo que está por encima de todo”. Era difícil imaginar que ese estudiante de solfeo, cuya familia tuvo que pedir un préstamo al banco para comprarle su primer instrumento, llegaría a convertirse en uno de los productores más respetados de este país dejado de la mano de Dios. La afirmación no es gratuita: en el vertiginoso currículum de Javier Limón (Madrid, 1973) destacan nombres como los de Paco de Lucía, Enrique Morente, Andrés Calamaro, Bebo Valdés, Caetano Veloso, Luz Casal, Nick Lowe, Alicia Keys, Jorge Drexler, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Fito Páez, Diego El Cigala, José Luis Perales, Joe Lovano y –créeme– muchos, muchos más.

Rumbo a sus cincuenta años, casi todos ellos consagrados a la música, Limón pasa cuentas consigo mismo en una autobiografía en la que deja que su obra hable por él. En “Limón. Memorias de un productor musical” apenas hay espacio para sentimentalismos o intimidades: las justas referencias a su vida privada sirven únicamente para situar el personaje en un espacio o en un momento concreto, pero nunca para conmover al lector como hacen muchas de esas hagiografías, textos tramposos que venden una falsa superación personal. Habiendo concedido el protagonismo absoluto a su faceta como músico y –sobre todo– productor, Javier Limón construye un relato coral de idas y venidas, de triunfos artísticos y éxitos comerciales que empieza cuando, rozando la mayoría de edad, consigue el teléfono de Paco de Lucía y le pide que le dé clases de cante flamenco: el guitarrista accedió por el equivalente a cuarenta euros de hoy en día.

En su juventud, el joven transitaría por el mundo de la interpretación y la composición hasta afianzarse como productor. Tocado por la buena estrella, la historia de Limón refleja que siempre está en el lugar y en el momento adecuado. Con apenas unas pocas nociones de Pro Tools, graba esa algarabía nocturna (“En un ratito”, 1998) de la que participan Potito, Remedios Amaya, Sorderita o Antonio Carmona. “Es el álbum más auténtico que he grabado”, concluye. El nacimiento de su propio estudio de grabación estuvo marcado por la austeridad de sus primeros días (“El lugar era tan salvaje que a veces escuchábamos ruidos extraños mientras grabábamos: tardamos en entender que eran ratas que merodeaban por allí”), aunque terminó por despegar cuando por sus manos pasaron cuatro álbumes (ese «”póker de ases”, como afirma) que cambiaron su vida para siempre: “Lágrimas negras” (03) de Bebo Valdés & Diego El Cigala, “Cositas buenas” (03) de Paco de Lucía, “El pequeño reloj” (03) de Enrique Morente y, finalmente, El cantante (2004) de Andrés Calamaro.

Limón jugó bien las cartas que le tocaron, aunque con ello se truncara alguna que otra relación (“Como todas las amistades intensas, acabó el día que tuvimos éxito con ‘Lágrimas negras’. No hay nada mejor como un buen éxito para que se jodan las cosas”, dice sobre El Cigala). Su testimonio personal tiende a la pulcritud; tirando de profesionalidad y señorío, prefiere guardarse las malas palabras. De sus intensas vivencias tras los controles surge una obra con algún que otro altibajo, pero de sumo interés cuando humaniza a Paco de Lucía (“Cuando el ordenador fallaba le daba golpetazos y le insultaba: para mi sorpresa, funcionaba. Sostenía que las máquinas respondían de buen grado a un bofetón propinado a tiempo”), Enrique Morente (“Sin duda, la persona más cambiante que he conocido en un estudio”) o Bebo Valdés, que termina una carta dirigida a Limón firmando como “tu hermano”. En el libro también hay un lugar para Luz Casal (“La voz más bella de nuestro país”), José Luis Perales (de él destaca “su genuina humildad” y ser “un tipo exquisito”), Ainhoa Arteta (“Sentía muchísima inseguridad, lo ponía todo en duda”) o José Mercé (”Me impactó de sobremanera […] Seguramente debe ser el último de una estirpe”) antes de profundizar en sus vínculos profesionales con América, con diversos países del Mediterráneo o Oriente.

Con tapas duras y un diseño espectacular a cargo de Mucho, el afán descriptivo de Limón resta espacio para la reflexión y lastra algunos tramos concretos que, quizás, habrían dado mucho más de sí con una mayor carga de introspección. Aún con ello, el mesurado equilibrio de vivencias, anécdotas y alguna que otra autocrítica aporta una perspectiva refrescante sobre el verdadero Arte de la Producción.

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