La muerte de Murat Idrissi
Libros / Tommy Wieringa

La muerte de Murat Idrissi

9 / 10
Judit Monferrer Barrionuevo — 08-09-2021
Empresa — Penguin Random House

Lo nuevo de Tommy Wieringa, autor holandés especializado en la novela social, da en el clavo en cuanto a temática y a momento histórico; no sólo porque habla sobre la imposibilidad de migrar legalmente y el riesgo y peligro que conlleva la opción ilegal a la que muchos se ven obligados, sino porque la traducción al español, de la mano de Random House, llega cuando se ha producido la mayor diáspora migrante desde Marruecos a España de los últimos tiempos. De hecho, en mayo pasado, más de 8.000 personas cruzaron hasta Ceuta, y en menos de dos días 6.000 fueron “devueltas” a su país de origen. Por ello, la última novela de Wieringa es como un disparo al corazón: certero y mortal; porque lo que cuenta en ella no es más que la verdad de una situación terrorífica sobre la cual todos hacemos oídos sordos. Miramos para otro lado, sentimos lástima, pero una muy superficial y distante, que proviene de una posición privilegiada. Viene de nuestra insensibilidad, grande y egoísta, en forma de pañuelo que cubre los ojos y tapona la culpa. Porque en realidad, el eje del mundo se encuentra donde está uno mismo, y lo triste es que lo demás ni importa ni interesa por una simple razón: no nos afecta personalmente.

A pesar de que “La muerte de Murat Idrissi” se compone únicamente de ciento seis páginas, es muy difícil resumir todo lo que esta obra abarca. La trama es bien sencilla y clara: dos amigas holandesas que veranean en Marruecos, lugar de origen de sus padres, cruzan el estrecho de Gibraltar con un muchacho, Murat, escondido en el maletero de su coche. Un joven al que las chicas intentan ayudar y que busca una oportunidad, una vida diferente. Un futuro. Esta es una historia que vendría a ser un drama y una situación que vemos a menudo en las noticias, pero cuyo subtexto y worldbuilding invitan a la reflexión infinita. Y es que la procedencia, las vivencias y la educación social y económica de las protagonistas choca inevitablemente con cierta realidad marroquí, como dos fenómenos naturales que no pueden sino repelerse a pesar de la voracidad con la que intentan acercarse; como el agua y el aceite, nunca encajando entre sí.

Es precisamente esta colisión cultural la que lleva a meditar sobre varias cuestiones: desde los estándares de belleza y las relaciones interpersonales hasta la búsqueda y la desorientación de la identidad, la raza y el racismo, la pertenencia o no a según qué tradición o pueblo, las diferencias sociales entre países o personas de un mismo grupo y, finalmente, la asimilación cultural. Aunque quizá la reflexión más profunda que permanece en nuestra alma es la frivolidad con la que vemos la existencia y la muerte humana. La impasibilidad que recorre nuestras venas y pensamientos y tras la que nos escudamos, como si fuera todo parte de una vieja película que echaron un día en televisión; como si no fuera real. Y es que el destino de Murat Idrissi y lo que le suceda no importa per se, lo que conlleva su futuro son una serie de riesgos que “entorpecen” la vida de las protagonistas, las cuales, cómo no, miran en todo momento por ellas. Las chicas son la personificación del ciudadano de a pie: egoístas e insensibles al sufrimiento ajeno y al final de una vida a la que acaban refiriéndose como “eso”. Son la conciencia corrupta de aquellos que ven la muerte en directo en sus pantallas y sueltan un “qué lástima” por cortesía, como algo mecánico, sin pararse realmente a reflexionar sobre ello.

Si bien la brevedad de la novela hace inevitable que varios personajes estén desdibujados y que queden ciertos cabos sueltos, la intensidad del relato te mantiene enganchado hasta el final, tanto por su lado filosófico como por el lado del thriller. Porque este libro acaba siendo eso, una pesadilla de la que parece imposible escapar y en la que puede suceder cualquier cosa. Así, el holandés mezcla su estilo directo y sencillo, sincronizado como un film de Hitchcock, con escenas más pausadas y oníricas, lo suficientemente poéticas para poder ver el mundo de forma diferente, real y bella. Aquí no hay verdugos, sólo vidas y sueños truncados, como ocurre cada día en cualquier parte y como seguirá sucediendo. El mismo compás de siempre, orquestado por las civilizaciones y las sociedades que, aunque puedan, no mueven ni un dedo para ayudarse a sí mismos, y mucho menos a los demás.

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