Fábulas de robots
Libros / Stanislaw Lem

Fábulas de robots

10 / 10
Marcos Gendre — 06-01-2023
Empresa — Impedimenta

Hemos tenido que esperar décadas para poder volver a contar con una edición en castellano de “Fábulas de robots”, uno de los clásicos incontestables del maestro de la ciencia ficción Stanislaw Lem. Pero, al fin, ya está aquí para subrayar el genio de una mente de imaginación ilimitada, que tanto en esta colección de cuentos como en “Ciberíada”, su continuación natural, se marcó uno de los hitos del sci-fi universal. Y lo hizo por medio de la fábula clásica futurista como medio para integrar surrealismo y humor disparatado en una serie de relatos cortos antológicos, a través de los cuales Lem también dio vida a los inolvidables Trurl y Claupacio, los dos personajes más carismáticos (geniales y peripatéticos, al mismo tiempo) de todo su universo. Los mismo que ya son actores principales en todas las piezas literarias que conforman “Ciberíada”.

Siempre provisto de una capacidad única para extraer paralelismos y parodiar a las clásicas leyendas artúricas o a toda clase de ficción de aventuras mitológica nacida del germen de “Los Nibelungos”, como “El señor de los anillos”, Lem se apropia de la idiosincrasia narrativa wagneriana para retorcerla dentro de un cúmulo desternillante de personajes sin filtro, habitantes de galaxias remotas donde la pauta común es la idea de un universo robótico, donde el silicio sustituye a la sangre y la realeza está forjada de esencia autómata.

De sabios demasiado sabios o de genios matemáticos, se nutre un carrusel deslumbrante de seres cibernéticos apresados entre ambiciones humanas, si cabe más extremas de lo habitual por estar atrapadas en cuerpos mecánicos activados por algoritmos de comportamiento enajenado. ¿No os suena de nada? Todo ello, destilado con la solvencia habitual de un cirujano de la palabra exacta y el giro inesperado. Sin duda, uno de los pilares de esta clase de literatura, sólo al alcance de los nacidos con el don de la genialidad, la misma que nos hace preguntarnos si el propio Lem no fue un autómata, incapaz de errar en su amplio surtido de incursiones literarias.

 

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