Cine Coreano. Cine se escribe con K
Libros / Beatriz Vera Poseck

Cine Coreano. Cine se escribe con K

7 / 10
Daniel Grandes — 04-11-2021
Empresa — Dolmen
Fotografía — Archivo

“El 9 de febrero de 2020, el cine coreano entró a formar parte de historia”. Beatriz Vera Poseck decide empezar así su libro “Cine Coreano: Cine se escribe con K”, señalando el triunfo de “Parasite” (19) de Bong Joon Ho en los Oscars como la razón de ser de esta obra. Y aunque la decisión de convertir esta frase en la primera de su más que completo diccionario del cine coreano pueda parecer causal, un servidor encuentra en ella una declaración de intenciones transfigura en el mejor arma que el libro podía desenfundar. Utilizar “Parasite” como catalejo para observar, desde una perspectiva actual y comercial, las inabarcables praderas históricas de lo que ha sido, es y será el cine coreano me parece una decisión brillante en cuanto se elimina de la fórmula cualquier atisbo de elitismo. Este libro es, por supuesto, un regalo de valor incalculable para aquellos devotos hispanohablantes de este cine nacional, pero también es una puerta apabullantemente accesible a este universo cinematográfico centenario para aquellos que hasta entonces no se habían sentido atraídos por éste, sea por el motivo que sea. A Vera no parece interesarle eso de repartir carnets de cinéfilo, sino todo lo contrario. El objetivo principal es impartir una clase de historia del cine poniendo la accesibilidad en primer plano (y el cine, por supuesto). 

Quizás por eso “Cine Coreano: Cine se escribe con K” tenga más de enciclopedia que de ensayo, sobre todo en el momento en el que se encuentra uno recorriendo su policromado índice como aquel que observa emocionado el mapa de un parque de atracciones decidiendo por qué atracción empezar el día. La propia estructura del libro y su intuitivo diseño son conscientes de la heterogeneidad de lectores que pueden verse atraídos por el mismo, cada uno por un motivo distinto y con unas expectativas distintas sobre la experiencia intelectual que va a arrollarles al abrir la primera página del estudio. Vera parece haber querido dotar a su obra de la esencia de las novelas de elige tu propia aventura, en el sentido de que su road movie literaria por la evolución del cine coreano y sus nombres más destacados está diseñada para poder ser iniciada por donde el lector sienta oportuno, siguiendo una narrativa más lineal poniendo el piloto automático o dando saltos de capítulo en capítulo buscando esa información concreta en la que este desea sumergirse. 

Siento que me encanta referirme a este libro como uno de esos viajes largos por carretera en los que vas de copiloto, despreocupado, simplemente observando el paisaje y escuchando la música que suena por la radio porque materializa a la perfección la atmósfera en la que te introduce la propuesta. La escritura de Vera sabe concentrar su innegable dominio de la materia en una redacción tan atractiva como ligera, sin caer en ese lenguaje enrevesado al que muchas veces acaban acudiendo, quizás de forma involuntaria, esta clase de ensayos. Pero es que las mejores cartas de amor se escriben desde la espontaneidad, sin excesos ni hipérboles. Porque aunque la naturaleza enciclopédica del conjunto parezca en ocasiones anular el lado más autoral, subjetivo y humano del estudio (aquella que predominaba en “Cine africano contemporáneo” de Olivier Barlet), es inevitable que este meticuloso álbum de recortes no rezume cariño por aquella información que ha estado recopilando con el único fin de que más gente pueda acceder tanto a la información como al cariño. 

Un servidor no puede evitar remarcar como forma de terminar esta reseña sus paisajes favoritos de este viaje motorizado sobre las perfectamente asfaltadas carreteras que son las frases de “Cine Coreano: Cine se escribe con K”. Es fantástico el ejercicio de síntesis y exposición que realiza Vera en el primer capítulo del libro dedicado a dibujar con una mano la evolución del cine coreano mientras aboceta con la otra, casi sin darnos cuenta, la historia del territorio (“la historia del cine coreano es la historia misma de la nación”), tratando de forma indirectamente bella los términos “cine” e “historia” como sinónimos. Entre “Fight For Justice” de Kim Do San, la primera película coreana, y la ya nombrada “Parasite”, entre la A y la Z, se esconde un inmenso abecedario que la autora dicta con melodioso detalle. El séptimo capítulo no se queda atrás, dedicando unos párrafos al cine coreano realizado por mujeres justamente con el objetivo, no sólo de recapitular el pasado de este, sino de intentar augurar un prometedor futuro para las cineastas del territorio (“asistimos, sin dudarlo, a una nueva ola del cine coreano en el que las mujeres tienen mucho que decir”). Por último, casi a modo de chuleta para los recién llegados (como yo), Vera dedica el octavo y último apartado a recomendarnos veinte títulos esenciales para entender el cine coreano y las mejores películas de los últimos veinte años. Y lo hace sin párrafos, ni siquiera frases. Sólo con una lista de títulos, quizás con el objetivo de que seamos ahora nosotros quienes sigamos escribiendo esta historia de amor, relevándonos el testigo de lo que es una cinefilia que sí debemos reivindicar.

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