Los que hayan desistido tras los tres primeros minutos de disco, se habrán quedado con una idea equivocada. El Yann Tiersen minimal, más de espacios y melodías. Otro disco tirando a lánguido del reputado compositor. Pero a los noventa segundos exactos, un sintetizador, casi un impulso eléctrico con coda, reivindica este "11 5 18 2 5 18" como otra cosa. Sin salir de la canción de apertura: un teclado más mental invade el corte, reciclándolo hacia un techno fisgón y voluminoso, que todo lo ocupa.
Por aquello de que –una pena– los discos ya no se consumen como antes: vuelvo, aquel que haya ido a buscar la segunda parte del largo tras picotear en la primera, si se marcha, volverá a las falsas impresiones. La modalidad gana a la música en los primeros compases, pero al final regresa el ‘beat’ de baile. Una lógica aplicable a todo el disco, que revolotea entre lo turista de los inicios, más atrevido, y la entrega al baile del final de los temas. Uno de los momentos más brillantes de lo descrito es el tercer tema, “1 18. 13 1 14 5 18. 11 15 26 8”.
El autor de la banda sonora de "Amèlie" (01) solo se salta la fórmula en el sexto y séptimo corte, más flotantes, y también en la colaboración final con QUINQUIS, más pop gracias a los vocales de Émilie Tiersen.
Todo el cuadro, eso sí, está construído de forma catedralicia; en algo debía notarse el apego por el minimalismo y la contemporánea.
"11 5 18 2 5 18", sucesor de "Kerber" (21) y del bestial "All" (19), de acuerdo con lo difundido por el propio Tiersen, nació de los experimentos de estudio mientras preparaba su ‘set’ en vivo para Superbooth, un festival de Berlín dedicado a los sintetizadores y equipos modulares. Todos esos juegos están presentes en el álbum, una de las versiones más directas y descaradas del francés. Con más ojo puesto en la pista que en las cabriolas instrumentales.
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