Strictly A One Eyed Jack

Cae la aguja, y el disco Nuevo de John Mellencamp arranca. Calmado, con el sosiego que da la edad y la experiencia y que, en el primer caso, no perdona a uno de los orgullos de Indiana. Y aún menos a su voz. El que fuera pantera suena desgastado, casi afónico. Ya no ruge o, al menos, lo hace de otra manera. Mellencamp, como tantos otros rockeros de su generación sabe que ese ya no es su terreno. Su capacidad vocal le ha traicionado, pero él no puede extender esa traición a su público. No es hora de rugir, sino de susurrar. Por ello, y por algunos arreglos musicales, este "Strictly A One Eyed Jack" lo acerca a la propuesta de un primigenio Tom Waits, cuando este aún no jugueteaba con huesos y relojes desvencijados.

John Mellencamp ha envejecido, y nosotros con él. Pero, como el buen vino, ese que ha pasado el tiempo en una buena barrica, se ha engrandecido con los años. Un sentimiento que tendrán aquellos que se acerquen a este trabajo sin encontrarse al rockero que bramaba en “Jack And Diane”, pero que otros quizá no sepan o quieran entender. Sus directos más recientes, algunos publicados oficialmente, ya lo ponían de manifiesto. Este es un nuevo Johnny. Adusto, sobrio, maduro, con la garganta destrozada, incapaz de ser arreglada ni siquiera por un buen vaso de whisky que la caliente. Pero, tal y como vemos en su portada, es un viejo bucanero. Un pirata que tuvo, retuvo y retiene. Un músico capaz de marcarse canciones enormes como “I am a man that worries”, puro blues tabernario, “Sweet honey Brown” o “Gone to son”. Recordando que una vez lo apodaron el nuevo Springsteen, y retozando con su viejo amigo Bruce en tres canciones, con “Wasted days” sonando al último Boss, “Did you say such a thing” al primer Mellencamp y “A life full of rain” a la mezcla entre ambos. Era un monstruo y lo sigue siendo. Porque hasta donde no llega la voz, llega el alma.