Hay un lugar
Discos / Delafé

Hay un lugar

8 / 10
Yeray S. Iborra — 27-09-2019
Empresa — Autoeditado
Género — Pop

Las carreras en el pop son demoníacas. De un día para otro, los focos apuntan hacia otro lado y ale. Chao. Son tantos los factores que provocan ese giro que, como dice el ciberactivista y pensador 2.0 Cory Doctorow, casi es mejor creer que todo ha sido una cuestión de suerte –o de mala suerte–. No controlamos del todo las velas, eso es así. Y es mucho más sano –y menos capitalista, sea dicho– liberarse de la presión de que todo está siempre en manos de uno.

Facto Delafé y Las Flores Azules –después Delafé y Las Flores Azules y, desde el disco anterior, Delafé– alcanzó su cénit de hinchada y reconocimiento hace cerca de diez años. Había confeti. Música en campañas. Voces a pulmón en cada uno de los bolos. Desde entonces, Óscar D’Aniello, nombre y apellido que se ha mantenido en el proyecto como ideólogo principal, no ha parado de publicar. Ciclista amateur, de los de apretar los dientes en los puertos jodidos, no siempre su autoexploración artística ha ido de la mano de la aceptación de crítica y público.

Melómano empedernido, D’Aniello ha transitado funk, electrónica o hip hop. Con suerte dispar. Y ha sido en el pop a secas, sin más pretensión que el de crear verdad en tres minutos, donde el catalán ha vuelto a destacar: Hay un lugar es redondo y accesible. Y poca más alabanza puede darse a un disco de música popular. Sin excentricismo, ni triples saltos mortales: bases electrónicas o synth, de las que evocan y caminan; colaboraciones de las que suman, todas ellas de ese ecosistema de canción bastarda, como el de La Bien Querida o el de Soleá Morente (magníficas Mixtape o Patria mía); y con mensajes, más profundos o más blancos, que miran hacia adelante.

Si D’Aniello conectará con nuevos públicos, o reconectará con antiguos, sólo el santo azar lo sabe. Él, al menos, ha persistido y, como diría su colega, el comunicador motivacional y corredor de ultras, Valentí Sanjuan, ha aplicado con ahínco eso de “menos cabeza y más corazón”. Pasión por lo suyo le sobra. Y en Hay un lugar hay muchísimas excusas para volver a cerrar los ojos y poner cara de bobo. Para volver a sentir ese picorcillo detrás de las orejas.

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