Beneath The Skin
Discos / Of Monsters And Men

Beneath The Skin

6 / 10
Olalla Uriarte — 11-06-2015
Empresa — Republic Records/Pias
Género — Pop

El quintento islandés ya nos había advertido que no quería, ni podía, hacer un álbum igual que su predecesor, el aplaudido “My head is an animal” (Universal Republic, 2012). Y es que su intención, en este caso, era experimentar y ampliar sonido y, aunque no podemos negar que en ese sentido sí que han cumplido con su objetivo, lo cierto es que “Beneath The Skin” (Republic Records, 2015) se queda frío, sin ofrecer nada nuevo ni llamativo. Quizá es cierto que las expectativas estaban muy altas, pues tampoco es nada fácil volver a dar con la fórmula mágica de himnos como “Little Talks” o “Mountain Sound”, pero parece que la banda liderada por Nanna Bryndís y Ragnar Þórhallsson ha decidido madurar lanzándose a un nuevo trabajo que, aunque es más que correcto en lo musical que su predecesor, ha perdido su parte más personal y distintiva.

“Beneath The Skin”, grabado entre Islandia y Los Ángeles, cuenta con la colaboración de Rich Costey en la producción (Muse, Interporl, Foster The People), una gran influencia en este cambio de sonido de la banda. Más pop, menos folk, más amor, menos fantasía. Los islandeses se han hecho mayores y disfrutan de la quietud sin estallidos, acercándose sospechosamente a la línea de The XX, y dejando más al margen ese pop vitalista y luminoso que les llevó a girar por medio mundo. Eso sí, aún podemos oír los ecos del pasado en temas como “Empire” o “Black Water”, donde no faltan los extractos para corear en estadios tan típicos de la banda, o en el propio single del álbum, “Crystal”, cuyo estribillo podría colar perfectamente en un concierto de Arcade Fire.

La riqueza instrumental está servida. Esta vez los islandeses, que siempre han introducido una amplia variedad de instrumentos en sus composiciones, coquetean incluso con el uso de sintetizadores en temas como “Thousand eyes”, con una multicapa sonora in crescendo que conforma una atmósfera enrarecida de gran profundidad. Mención especial merecen también “Slow Life”, con un protagonismo compartido por guitarras, coros y viento, y “Organs”, una balada intimista y sencilla que funciona sacando a relucir la peculiar voz de su cantante. Fuera de ello, el álbum no presenta nada nuevo ni especialmente reseñable. Quizá, simplemente no queríamos verlos “madurar” de esta manera y hubiéramos preferido seguir sintiendo esa sensación de frescura y efusividad que desprendían a raudales en su primer disco.

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