Si ya nos conquistó con la frescura minimalista de su sobresaliente debut “Els Mals Costums” (20) y terminó de enamorarnos con la trabajada magia y perfección que alcanzaron en "La mida” (22), ahora, Anna Andreu (voz, guitarras y composición) y Marina Arrufaf (batería, violín, viola, teclados y coros), bajo el latido compartido de un pequeño corazón que se suma a la aventura de vivir, reaparecen con su disco de mayor madurez creativa hasta la fecha, “Vigília” (25). Ocho nuevas canciones en las que potencian las fortalezas que definen el proyecto: la pura canción (personalísima poética empapada de simbolismo y delicada crudeza, más interpretaciones a pecho descubierto con una voz cada vez más arrebatadora) y un cuidadísimo sonido con equilibrados arreglos. Y como tercer miembro y pieza también clave del brillo y mesura sonora, Jordi Matas, repitiendo a la producción, grabación y mezcla.
Así, como una fuerza de la naturaleza, con toda su fulgurante belleza y extrañeza, sus claroscuros y simbólicos recovecos, emerge, despierta o no duerme esta "Vigília", como una magnética “lava roja y espesa” que nos abraza sin abrasar, pero que sí deja marca, surco a surco. Del conjuro intimista y acústico inicial “Roja i espessa”, con versos oníricos en los que parece susurrar la añoranza por lo que fue y dejó de ser, el dolor o vacío inabarcable que flota boca abajo tras el anuncio del desastre que no queremos ver; a una “Com puc” eléctrica en la que Andreu da una muestra más de por qué es una de las mejores songwriter de la actualidad, firmando otra letra rebosante de lirismo propio, con potentes imágenes que arañan y palpitan a flor de piel: “Ha quedat al fons de la memòria, / aquella mà que m'acarona / rere el silenci i el buit… / (...) / Que més que el foc m'espanta la brasa, / no me n'oblido soc tota enyorança / i t'enyoro com puc”.
Cogemos aire, pero no soltamos la carga y el nudo vuelve al estómago sin que nos dé tiempo a parpadear, en la deslumbrante desnudez de cuerdas de “No té nom”, con Andreu ahondando en los sueños y tejiendo rimas con sentimientos y reminiscencias profundas, desde esa cruda delicadeza sonora que arde a fuego lento y deja, por momentos, la sombra vencida: “A veces me veo / como tú solías verme, / cargando este peso / que sé que no es para mí. / Hacer contigo este camino / será como hacerlo sola, / pero sé encontrarte en los confines, / en los márgenes y en los bordes…”.
Llegamos al ecuador del camino con la danza y diálogo rítmico de las baquetas de Arrufat y las seis cuerdas de Anna, radiantes y alcanzando una cumbre más de minimalismo y aceleración de latidos en “Mentrestant”, con un despegue fugaz que nos devuelve rápidamente a la realidad y las sombras nos engullen; una tormenta que parece despedirse en el mar, pero que vuelve a resurgir de él: “La nit s'empassa el vespre / però a mi se m'ha empassat aban. / Jo que em creia la més llesta, / la tempesta mor al mar / Jo que em creia la més llesta, / de la mar ve la tempesta”.
Y quizás ya sea tarde y estén volando por los aires, pero si fuera que no, agárrense a lo que tengan a mano, que la relampagueante “La Navalla” se te clava, atrapa, zarandea y revienta en la cara sin que te des cuenta. “Llevo dentro de mí la navaja / de un recuerdo que quisiera lejos”. Imposible cicatrizar del todo las heridas de esas afiladas hojas… y despertamos, girando y girando, en el ojo de un radiante huracán de guitarras. Regusto a los riff que tejía Anna en Cálido Home y que, ya en el magnífico final explosivo de "La Mida" nos regalaron con “El Mur”, donde serpenteaba ese adictivo enjambre de distorsiones, Velvet Underground bajo las alas. Con otra letra cargada de misterio que más de un poeta de renombre daría una mano por firmar: “És tan brusca la calma / rere el pi que cau abatut / Duc dins meu la navalla / d'un record que voldria lluny / Però el sol treballa esclau / i un altre dia ens cau a sobre”.
“Sencera” comienza bucólica, como una brisa primaveral que va ganando fuerza poco a poco, verso a verso, rima a rima, hasta que esa imagen, ese recuerdo nos vuelve a atrapar en la condena onírica, partiéndose el cielo en dos con la intensidad vocal de Anna y los vibrantes y crecientes arreglos de cuerda de Marina. “Quina condemna haver-te de somiar, / duia un ciri a cada mà i regalimant la cera. / Quina condemna haver-te de somiar, / no em vinguis a buscar si no em vols sencera”.
Recta final con la hipnótica y bellísima “Turons”, a la que se suma otra voz celestial, Mar Pujol, tema que comienza cristalino y se torna en una bruma atmosférica de teclados, para concluir con el luminoso y juguetón cierre rítmico de “Any natural”, otra pieza de alta orfebrería al alcance de pocos que, en algo más de dos minutos termina por echar el telón de este misterioso intento de escapar de los sueños y las pesadillas, de la nocturnidad que te mantiene en la espera y que siempre te atrapa y no te deja borrar lo imborrable, empujándote a vivir para contarlo, cantarlo y sanarlo envuelta de pura luz lunar, amor y rabia sonora. Anna Andreu y Mariat Arrufat, de nuevo, en esa encrucijada por descifrar donde el arte roza el milagro.
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