Hymns of Hope and Rage
Discos / Amann & The Wayward Sons

Hymns of Hope and Rage

8 / 10
Kepa Arbizu — 21-01-2022
Empresa — Autoeditado
Género — Rock

Quien más o quien menos, y bajo expresiones de lo más variadas, ha inoculado en su estado de ánimo el sentimiento de rabia o desesperación a lo largo de este tiempo definido por la omnipresente pandemia. Es precisamente durante esta época, concretamente en sus momentos más duros de confinamiento, cuando Pablo Amann se dedicó a dar forma a las canciones que han terminado por derivar en este “Hymns of Hope and Rage”, presentado junto a su inseparable banda, los Wayward Sons. Unos temas que irremediablemente se han visto sacudidos en su naturaleza, aunque expuesta a través de un tono intimista y simbólico nada obvio, por esa frustración y desolación que ha dibujado las ciudades y pueblos de todo el planeta. Una realidad en la que sin embargo el músico vasco ha logrado encontrar, tal y como delata el título del trabajo, entre la espesura de esa persistente niebla emocional leves pero imprescindibles rayos de sol a los que intentar aferrarse como método de supervivencia.

Sea por casualidad o consecuencia de un acto premeditado, lo cierto es que alumbrar un trabajo de estas características coincidiendo con el primer día de este nuevo año aumenta su poder metafórico a la hora de ser mirado como un libro de ruta hacia una relativa redención anímica. Un trayecto que, una vez demostradas las sobradas aptitudes de la banda en sus dos anteriores entregas para el rock americano, ya sea desde una perspectiva más sensible y delicada como empujada por un ánimo enérgico, en esta ocasión se manifiesta atravesado de polo a polo por la influencia del blues, que más allá de aportar unos determinados ritmos y compases imprime al conjunto un espíritu más crudo e intenso. Una raíz musical que se presenta engalanada de toda su iconografía habitual: almas errantes, corazones rotos e incluso la presencia del Maligno, como en tantas ocasiones el mero disfraz tras el que se oculta el sempiterno trágico destino humano.

No necesitará nada de tiempo su Satánica Majestad para hacer acto de aparición, manifestándose desde el primer tema, “Devil Knows My Name”, que además dejará bien a las claras el carácter rocoso sobre el que se va a asentar el disco, en este caso recurriendo a un hard rock envolvente y majestuoso, a lo Gov’t Mule, con el que delinear el camino de aquel que se sabe próximo inquilino del infierno. Un derroche de electricidad que pocos descansos se tomará a lo largo del álbum, arrogándose no obstante un papel esencial, haciendo que su incisiva presencia se convierta en uno de los protagonistas. Una virulencia en el tañer de cuerdas que, sin descuidar nunca su herencia clásica, se sumergirá en un territorio contemporáneo en el que poder sembrar variados acentos, haciéndose así hueco entre propuestas como las de Gary Clark Jr., Kenny Wayne Shepherd o The Derek Trucks Band.

Si altamente relevante resulta el despliegue de voltaje, no menos sustancial en el anclaje y alma de las canciones se antojan unas bases rítmicas que contribuyen, por ejemplo, con su firme paso y apoyadas por un particular fraseo interpretativo con mucho poso melódico, a generar un huracán de groove en “Feel It in My Bones” que se hará extensible para una “I Just Gonna My Way” que crecerá rodeada de épica y fuerza, siendo capaz de transportar el fuego “hendrixiano” hasta nuestros días. Que los pasos iniciales de “Once I’m Gone” nos dirijan entre huellas susurrantes hacia un entorno soul, aunque nuevamente pasado por un tamiz roquero y actual, no impiden que la pieza derive hacia una expresividad más apoteósica que alcanzará su culmen aupado por la aportación de un coro gospel.

Va a ser con la llegada del segundo tramo del trabajo cuando la traslación al oyente de ese errático y apesadumbrado viaje reciba los primeros atisbos por contrarrestar la mala fortuna y el ominoso futuro. Un nada fácil enfrentamiento con las adversidades que buscará su vía de escape incluso allende las estrellas, simbología llevada a cabo por un “Train to Mars” que vuelve a recurrir al músculo “hardroquero” pero esta vez alimentado de nostálgico ímpetu. Y es que incuso bajo la lluvia más torrencial o en el agujero más profundo cavado en la tierra uno puede toparse con el brillo que emana del breve hálito de fe, como el que esconde “Under Pouring Rain” en una nueva invocación a los sonidos de los pantanos pero aderezados con ropajes de nueva temporada, siguiendo maniobras dignas de The Black Keys. Una puerta abierta a la ilusión que es capaz de devenir en esa inexplicable sensación que a veces nos recorre el cuerpo y que pese a tener los elementos en contra nos indica que todo va salir bien, y para que eso tenga visos de realidad qué mejor que dejarlo en manos de “Something Higher” y su funk explosivo redondeado con coros celestiales.

“Hymns of Hope and Rage” bajo ningún concepto funciona como un disco de autoayuda, ni tampoco cae en el muchas veces vacuo optimismo solo soportable desde el asumido desconocimiento. Su listado de temas reflejan ese inevitable y agrio recorrido existente antes de poder intuir las primeras señales de esperanza. De lo que no cabe duda es que estamos frente a un imponente y curtido disco de blues rock donde la tradición es moldeada con talento y sabiduría en busca de su reflejo en el presente. Puede que la música no albergue la capacidad de cauterizar heridas ni de blanquear nuestros demonios personales, pero sí hay álbumes, como éste, que tienen un poder por momentos quizás más trascendente: hacer de perfecto aliado en una travesía plagada de sombríos senderos entre los que seguro nos está esperando oculto, por lo menos, un destello de ilusión.

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