The Mars Volta
Conciertos / The Mars Volta

The Mars Volta

7 / 10
Joan S. Luna — 02-11-2003
Empresa — Iguapop
Sala — Apolo, Barcelona
Fotografía — Fernando Ramírez

A la tercera va la vencida. Y por si no habíamos tenido suficiente con las dos visitas anteriores de The Mars Volta, esta vez nos quedó clarísimo. Existen dos universos paralelos bajo el mismo techo. Una cosa es el disco y otra el directo. Su primera actuación sonó caótica, desmembrada, perdida en un mar de indefinición y de un sonido de mil diablos. En la segunda, nos avisaron ya de que íbamos a tener que aceptar que su norte estaba en los setenta, en las jams que Hendrix o Led Zeppelin manejaban con soltura en aquellos tiempos. En esta tercera descubrimos que cada día resulta más difícil y quejumbroso comparar ese "Roulette Dares" producido por Rick Rubin con la sudorosa aventura en que se convierte sobre un escenario, doblando, triplicando incluso su duración original (lo mismo que su audiencia se ha multiplicado por nueve desde su primera actuación). ¿Es eso bueno? ¿Es malo? Digamos que es bueno porque nos transporta a una forma de entender los conciertos en vivo por la que nadie parece apostar (y que merece muchos elogios, cuando por lo general nos tenemos que contentar con la reproducción exacta de lo expuesto en disco), a no ser las insufribles jam bands estadounidenses. Y también es malo. Es malo cuando se convierte en algo previsible. The Mars Volta mantuvieron una sorprendente intensidad en todo momento y a lo largo de prácticamente las casi dos horas de actuación, el batería Jon Philip Theodore volvió a noquear dirigiendo al grupo, Ikey Owens aportó los matices necesarios (precisamente lo contrario que el pobre percusionista invitado), Cedric Brixler se dejó ir y bromeó incluso a costa de Led Zeppelin, conocedor de la gran deuda que tienen con ellos -y con muchos otros desde Deep Purple a Iron Butterfly si me apuran-, y Omar Rodríguez luchó por transformar su descacharrado estilo -¿deconstrucción o limitaciones?- en el de Captain Beefheart o Jimi Hendrix, quedándose a medias. Y todo eso nos gustó, nos ensimismo. Por lo menos hasta que ellos mismos se obligaron a inundar de improvisaciones todos y cada uno de los ¡siete! temas que sonaron a lo largo de la noche, extendiéndolos más allá de los quince o veinte minutos, algo sencillo con "Cicatriz Esp", pero bastante más complicado con "Take The Veil Cerpin Taxt". Nos permitieron prever cada uno de sus pasos y eso, pese a que el suyo fue un concierto de los que se recuerdan, jugó más bien en su contra. Ojalá vuelvan a ser los de su segunda visita, cuando conocían la fórmula perfecta para huir de la desmesura y para combinar lo nosotros creemos que son y lo que ellos quieren llegar a ser.

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